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Reportaje:

Integración a fuego lento

Málaga Acoge organiza un curso de cocina española para facilitar la salida laboral y la inserción de los inmigrantes

Nada más abrir la puerta del comedor de Santo Domingo se puede adivinar el plato que están aprendiendo los alumnos del curso de cocina española. Un delicioso olor a tortilla de patatas inunda el edificio. Arriba, entre los fogones, 16 inmigrantes prestan oídos a un par de voluntarias de Málaga Acoge que se encargan de transmitir los trucos simples pero esenciales de esa comida tan típica en los hogares españoles.

El curso pretende ofrecer conocimientos básicos que puedan servir como salida laboral o bien contribuir a la integración de los extranjeros. La cocina parece una delegación de la ONU. Hay colombianos, venezolanos, ucranios, nigerianos, argentinos, uruguayos, italianos, rusos y marroquíes.

En un periquete, Fuensanta Gómez -que lleva diez años colaborando con la ONG- tiene lista la tortilla. Pasa entonces al otro plato: salmorejo. Mohamed Said -un joven marroquí que confía en que el diploma le sirva para conseguir un empleo- conmueve cuando dice que ver a Fuensanta guisotear le recuerda a su madre, que está en Tánger. Por eso cree que el curso, además de enseñarles a cocinar, les ofrece un ambiente familiar.

Pero sus familias están lejos. Como la de Shamil Varshaev, ruso que para llevar ocho años en el país se defiende bastante bien con el español. Dice que entre sus comidas locales preferidas está "eso que aprendimos ayer". Los hispanohablantes lo tienen fácil y a coro acuden en su auxilio: "paella".

La otra voluntaria encargada del curso, Concha Trigueros, vigila el flan con bizcocho que se hornea, como la integración de todos ellos, a fuego lento. No huele como la tortilla, pero tiene un aspecto tentador. "El objetivo no es enseñar a cocinar porque se supone que algo saben. La idea es que conozcan platos muy habituales por si tienen que trabajar en una casa como empleadas domésticas o en la hostelería", aclara Concha.

Los platos que se enseñan son baratos, sencillos y cotidianos. Lentejas, paella, sopa de mariscos, cazuelas y un largo etcétera que abre el apetito. Es el segundo curso de estas características. La iniciativa surgió de los propios voluntarios en base a los encuentros gastronómicos que solían improvisarse en la sede de Málaga Acoge, más para mitigar la soledad de los inmigrantes que con miras a una salida laboral.

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En aquellas tertulias culinarias la mayoría eran marroquíes. El curso actual es mucho más rico en nacionalidades.

Mara Costanzo, la más pequeña del grupo, es italiana. Es asistente social y está haciendo una beca en Málaga Acoge con el programa Leonardo. Cuenta que la familia española con la que vive también le enseña platos típicos y que ella, a cambio, le revela los trucos de la pasta. Y es que, como dice Mohamed, la integración también pasa por el plato.

Mientras Concha y Santi preparan la guarnición del salmorejo y ultiman la presentación de los platos, María José Sendra, otra voluntaria, friega cacharros para que el comedor quede como estaba. Los alumnos, entre tanto, toman nota de los trucos que deben tener en cuenta en cada comida.

Después de tres horas de atención, llega la mejor parte. Alumnos y profesoras posan para una foto y a continuación degustan el menú. Algo así como un control de calidad, pero sin mucho protocolo.

Acercamiento cultural con arepas y sopa de remolacha

El curso de Málaga Acoge -gratuito y abierto a todo inmigrante que más o menos maneje el idioma- es todo un ejemplo de acercamiento cultural. Aunque las clases se centran en la comida española, el último de los 15 días que dura la actividad se dedicará a platos que cada alumno deberá preparar.

Arleny Yicon, venezolana, traerá arepas, unas tortitas que se rellenan "de lo que uno quiera". Los uruguayos dudan porque "el asado es muy caro". Un par de mujeres ucranianas creen que lo mejor será traer börsh, una sopa de remolacha típica.

Entre promesa y promesa, cada inmigrante describe los platos más tradicionales de su país. Arleny, por ejemplo, les hace la boca agua al explicar la tortilla de plátano verde con queso.

Aprender a cocinar comida española es una forma más de integrarse. También es cierto que al cambiar de país hay que adaptar el menú porque algunos ingredientes no se consiguen. No obstante, en los últimos años el avance de la inmigración ha propiciado una mayor variedad de productos llegados de los lugares más recónditos del planeta. Carlos Verón, argentino, apunta por ejemplo que en la actualidad puede conseguir yerba mate en Málaga casi de tantas marcas como en su país.

El curso va por su segunda edición. El objetivo es hacer tres al año. Tiene incluso lista de espera. En el último se apuntaron 33 alumnos, pero sólo se concedieron 16 plazas. Más no caben en el comedor de Santo Domingo, que cede sus instalaciones.

Las profesoras exigen asistencia y puntualidad porque al final cada alumno se lleva su diploma. Al primer curso se apuntaron 19 mujeres y un varón. Ahora, se ha bajado el número de asistentes por cuestiones de espacio pero la presencia masculina ha aumentado: hay cinco chicos y 11 mujeres. Para facilitar las cosas, las voluntarias que imparten las clases les proporcionan las recetas por escrito cada día. Así no tienen que tomar tantas notas y pueden prestar atención a los trucos de cada plato.

Entre consejo y consejo, cada uno sigue desgranando recetas. Las profesoras no se ponen de acuerdo sobre las diferencias sobre el salmorejo y el gazpacho. Las mujeres ucranianas ponen cara de no entender los matices entre un plato y otro. Y mientras Carlos da la receta del dulce de leche: 3 litros de leche, una rama de vainilla y 700 gramos de azúcar. Y muchísima paciencia para remover "siempre hacia el mismo lado", durante horas.

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