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Reportaje:

La guerra provoca escalofríos

El deporte estadounidense, con Armstrong y Woods a la cabeza, tiene miedo e intenta protegerse

Javier Casqueiro

El ciclista Lance Armstrong tiene miedo a participar en el próximo Tour. A su vez, el golfista Tiger Woods ya no intervendrá esta semana en el torneo de Dubai (Emiratos Árabes Unidos). El fantasma de la guerra provoca escalofríos a los principales deportistas estadounidenses. Pero es que, además, los dirigentes de las Ligas profesionales norteamericanas han reprogramado los partidos, sobre todo fuera del país, y establecido contacto con las autoridades políticas para aumentar las medidas de seguridad en sus torneos. Lo que más les preocupa es incrementar el control en las canchas ante el previsible desborde de manifestaciones, espontáneas u organizadas, en contra del conflicto bélico.

Armstrong: "El Tour es muy abierto. Habría que pactar con millones de musulmanes enfadados"
Woods: "Cualquier lugar del extranjero al que viajes puede convertirse en peligroso"

Armstrong lleva meses machacándose a conciencia, con su habitual programa de entrenamientos, para llegar a julio en plena forma. Sabe que entonces podría entrar en el restringido club de los corredores -los franceses Jacques Anquetil y Bernard Hinault, el belga Eddy Merckx y Miguel Induráin- que poseen cinco títulos de la más consagrada cita ciclista. Pero ha reconocido afrontar ese reto con "cautela", y no precisamente por el nivel de sus competidores.

El norteamericano, que se ejercita gran parte del año en Europa y, más en concreto, en España -esta semana corre la Vuelta a Murcia-, ha admitido que las consecuencias de la guerra contra Irak podrían mantenerle en su casa más tiempo del habitual. Está preocupado por cómo podrán los responsables del Tour preservar su seguridad durante tres semanas y a través de casi 3.000 kilómetros de asfalto. "La carrera es muy abierta, con cientos de miles de seguidores en las cunetas", argumenta para justificar sus temores antes de proponer: "Nosotros deberíamos tener un pacto con millones de musulmanes enfadados".

No es Armstrong el único deportista de alto nivel con dudas sobre su programa de actividades para el futuro inmediato por culpa del conflicto. El número uno del golf, Woods, debería haber acudido esta semana al Clásico de Dubai, una competición asimilada al circuito europeo. Pero, finalmente, ha desistido de hacerlo. Una postura similar a la que adoptó el equipo de Estados Unidos en pleno en la Copa Ryder que debía haberse disputado en Sutton Coldfield (Inglaterra, Reino Unido) dos semanas después de los atentados terroristas del 11-S en Nueva York y Washington y se jugó finalmente un año después.

"Cualquier lugar al que tú viajes en el extranjero y en el que haya una guerra no demasiado lejos es un sitio peligroso para jugar", advierte Woods, que, en su fuero interno, se considera un posible objetivo de los enemigos de su país. Incluso ha consultado con los representantes gubernamentales sobre sus inquietudes y cómo ha de actuar.

Armstrong y Woods son las estrellas más relucientes de su firmamento deportivo, pero también modelos a seguir por sus compañeros. Estados Unidos está a punto de entrar en guerra con Irak y el deporte no puede ser ajeno a la amenaza. Así, nada parece dejado a la improvisación.

Las competiciones más importantes, por lo pronto, ha redoblado sus medidas de seguridad. Y lo han hecho tanto para prevenir cualquier acción criminal en sus pabellones como para evitar la más mínima fuga de inoportunas demostraciones antibelicistas o antipatrióticas en esos grandes eventos, la mayoría televisados, algo que en estos momentos se consideraría muy poco afortunado.

El clima, en efecto, no es nada propicio para las disensiones. Están mal vistas por el público en general. Pero, como no se pueden estirpar, los responsables de la Liga escolar y la universitaria de baloncesto y de las nacionales de béisbol y hockey sobre hielo, así como del esquí y del fútbol, americano o europeo (soccer), se han puesto en contacto con las autoridades para tratar de regular la situación.

Todos son conscientes de que el escenario no es el mismo que el de la guerra del Golfo, en 1991, cuando la Operación Tormenta del Desierto se ejecutó en 42 días y sin grandes disensiones nacionales ni internacionales. Los sentimientos hacia el conflicto y hacia la actitud de los norteamericanos son ahora distintos. Se prevén más protestas y se intenta preparar el terreno para minimizarlas.

Algunos responsables apuntan, para justificar su aversión a las pancartas o a las manifestaciones reivindicativas, que no se deben convertir las canchas en "foros políticos". Pero eso no siempre ha sido así. Existen múltiples precedentes en el deporte norteamericano que demuestran la utilidad simbólica de estas plataformas atléticas.

Los contactos entre las autoridades políticas y las deportivas, en cualquier caso, ya se han realizado, pero los mandatarios de las mayores competiciones se han puesto de acuerdo para mantener en secreto las medidas a adoptar.

En la Liga de fútbol europeo, cuyo comienzo está previsto para abril y que reúne 32 equipos, la mayor parte de ellos haciendo la pretemporada en Florida, la especulación en alza es que los partidos podrían trasladarse de escenario para buscar uno más seguro y propicio. El portavoz de la competición no quiso comentar ese rumor, pero sí ratificó que, como los demás, están estudiando todas las opciones. La selección sub 20, que tenía programado un torneo en Portugal a primeros del presente mes y su participación en el Campeonato del Mundo, en los Emiratos Árabes, está recibiendo presiones de los padres de los jugadores y de las autoridades para hacer mutis. Algunos reclaman que el torneo sea trasladado a Japón y se celebre en noviembre.

Lo mismo apuntaron fuentes de la Liga de béisbol, también a punto de iniciarse, tras revelar que se han puesto al habla con las autoridades políticas. En la de hockey han remachado que están al tanto de todas las contingencias y preparados ante cualquier necesidad, pero se negaron a facilitar más datos.

La situación no es muy diferente en la NBA. Y los ejecutivos del equipo nacional de esquí están especialmente interesados en todas estas cuestiones porque a mediados de mes está prevista la Copa del Mundo en Lillehammer (Noruega), en la que el norteamericano Bode Miller puede convertirse en el primer esquiador de este país que gana el título en los últimos 20 años.

Los deportistas profesionales norteamericanos, que, como la mayoría de los líderes de otros colectivos no políticos, apenas hablan en público de este asunto, no serán reclutados para reforzar el contingente humano, algo que sí se hizo en las dos guerras mundiales o en las de Corea y Vietnam. Pero la proyección de su bandera o de sus ideas puede ser más nociva que cualquier armamento.

Lance Armstrong, de líder, antes del comienzo de una etapa del Tour de 2000, y Tiger Woods, en el último Masters de Augusta.
Lance Armstrong, de líder, antes del comienzo de una etapa del Tour de 2000, y Tiger Woods, en el último Masters de Augusta.AP / REUTERS

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Sobre la firma

Javier Casqueiro
Es corresponsal político de EL PAÍS, donde lleva más de 30 años especializado en este tipo de información con distintas responsabilidades. Fue corresponsal diplomático, vivió en Washington y Rabat, se encargó del área Nacional en Cuatro y CNN+. Y en la prehistoria trabajó seis años en La Voz de Galicia. Colabora en tertulias de radio y televisión.

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