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Columna
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Talento en vídeo

El artista francés Pierrick Sorin (Nantes, 1960) reparte por el espacio en penumbra de la bilbaína Sala Rekalde su fecunda inventiva y acuciosa inteligencia, además de un desparpajo, ironía y humor a raudales, a través de múltiples vídeos.

En la primera toma de contacto, el espectador cree encontrarse en un mundo donde la fantasía ensoñadora lo impregna todo. Lo toma como un variopinto juego vodevilesco, con personajes que bailan, gesticulan y se agitan, moviéndose teatralmente dentro de diminutas negras cajas de ilusión. Esa parte se erige en el clímax más recurrente, atractivo y sorprendente de la exposición en un primer encuentro, al menos para el niño o niña que todo hombre y mujer llevan en su interior.

Dada por bien hallada esa alborozada disposición anímica, la muestra exhibe otros componentes de constrastada sutilidad y harto complejos. En virtud de las filmaciones de los vídeos percibimos cómo son las concepciones de Pierrick Sorin respecto del arte y de la vida misma. Para conseguir plasmar ese mundo suyo el artista se vale de sí mismo como protagonista. Es menos evidente en su propuesta un exceso de narcisismo, que lo hay, como el tomarse a sí mismo como material moldeable para diligenciar con plenitud su discurso.

En su discuso nos propone la reivindicación de la libérrima individualidad, la subversión, la heterodoxia, la atipicidad y lo anárquico, las contrarreglas, el desborde la imaginación, sin olvidarnos de la necesaria crítica constante de lo establecido, junto a la fomentación de la fantasía y hasta del nonsense. Para conseguir sus objetivos utiliza un sinnúmero de registros, y los percibimos visibles, ayunos de artículo alguno. Estos son: travestismo, eroticidad, histrionismo paródico, sadomasoquismo, limbos utópicos de arte, voyeurismo, imparabilidad monologante, y mucho, mucho humor. En este punto es como si Sorin hubiera tomado como suyas ciertas palabras de Nietzsche: "Poca sabiduría me darás si a cambio no me otorgas alguna carcajada".

Tanto por el conocimiento de los recursos técnicos en poder de Sorin, como por el talento insuflado en sus creaciones, la muestra es una lección magistral para la mayoría de los artistas de nuestras cercanías que utilizan el vídeo como instrumento de expresión artística. Claro que también es una buena manera de hacerles rebajar los humos a muchos de ellos que van por la vida (vida adscrita a baremos únicamente familiares o regionales) como "geniales expertos del vídeo".

La verdad es que en comparación con Pierrick Sorin esos artistas geniales no pasan de ser burdos paletos de la imagen.

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