_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Mascarada

Señor defensor del Pueblo:

Trabajo como técnico de fusión nuclear, aunque lo mío es el teatro. Dios me dio una vena histriónica que jamás entendieron los cazadores de talentos. Carezco de ambiciones artísticas, señor Múgica, pero cada año me doy un homenaje en Carnaval para aliviar frustraciones escénicas. Me disfrazo a conciencia. Amparado en el anonimato y el delirio, ayer irrumpí en la vía pública convertido en la ministra Ana Palacio. Hasta el espejo se quedó estupefacto. Una copia perfecta, don Enrique. Pero tanta exquisitez acabó en comisaría. No es que yo le pida a usted que me saque las castañas del fuego. Sólo le ruego que escuche mis lamentos y humille a quienes osaron arremeter contra el sagrado derecho de ser otra persona una vez al año. La Constitución me ampare.

Éste es el resumen de los hechos. La presunta Ana Palacio salió de su domicilio a las 19.30. Iba estupenda, con esa melena memorable que copió de Krasty, el de los Simpson, con esa chalina vaporosa, ese andar inquieto, esa mirada jesuítica perdida en lontananza, esa evanescencia, esa perplejidad. Bueno, pues de esa guisa me planté en la misa vespertina de los sacramentinos. Siempre pruebo mis disfraces en un acto litúrgico. Si la gente no se muere de risa, es que la cosa va bien, que das el pego. Me coloqué en el primer banco de la iglesia, orgulloso de mi farsa.

El cura no me quitaba ojo. Le dijo no sé qué al oído al monaguillo, quien, a su vez, transmitió el mensaje a la organista. Y luego, al revés, desde la organista hasta el sacerdote, el cual me miró enigmáticamente. En la homilía me puso a caldo y me acusó de contravenir las directrices de la Santa Sede en lo referente a la guerra de Irak. Tras unos momentos de confusión, me creí que era la auténtica Ana Palacio y no me pude contener ante las insidias vertidas por el clérigo contra el presidente del Gobierno. Cuando volví a ser yo, me quité la peluca, despotriqué contra la guerra y me detuvo un comisario que estaba en misa. Una señora se orinó de risa. Un anciano fue llevado a urgencias por la misma razón. Y ahora me quieren colgar el muerto, señor Múgica. Ya no me vuelvo a disfrazar, lo prometo.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_