"Nuestro sistema público de salud es muy bueno"
El actual director de la Agencia Española del Medicamento ocupa el despacho que fue en tiempos efímeros del juez Garzón cuando desde el Ministerio de Sanidad afrontaba la lucha contra la droga. Puertas seriamente blindadas. Pero la inteligencia de Fernando García Alonso atraviesa ese blindaje y el no menos pesado de 18 años como alto funcionario de la Administración española.
Pregunta. Usted es uno de esos raros españoles que lo han hecho todo en el sistema público y que ahí siguen.
Respuesta. Sí, yo he hecho la carrera del chusquero. Estudié en una Universidad pública, me formé en un hospital público y desde el primer momento he trabajado en el sistema público. Es coherente que todo lo que aprendí en lo público lo revierta a lo público. Tuve la inmensa suerte de hacer la residencia en el hospital de la Paz y mi doctorado en la Facultad de Medicina de la Autónoma a principios de los ochenta, en un centro de absoluta excelencia, de élite pura. Allí aprendí cosas increíbles. Recuerdo un profesor, Alberto Sols, un científico muy conocido, que daba un curso que se llamaba El método científico. Mi mente cambió totalmente después de que tuve la suerte de escuchar ese curso. Puede decirse que abrí los ojos al conocimiento. En fin, yo no he tenido que pagar nada por mi formación. Todo me lo ha dado el Estado, a precios irrisorios, y, en especial, mi formación de posgrado fue de altísimo nivel.
"Creo que vivimos en un mundo imaginario, retórico, en que las imágenes de la prensa son sombras chinescas de la realidad, con muy poca vinculación con lo empírico"
"Decir que el PP se ha mostrado privatizador en el sistema sanitario, y más concretamente en el sistema de medicamentos, es una falacia. Una falacia más del entendimiento humano"
"Yo no he tenido que pagar nada por mi formación. Todo me lo ha dado el Estado, a precios irrisorios, y, en especial, mi formación de posgrado fue de altísimo nivel"
"El Bio Bac no es siempre el mismo medicamento. La composición varía y sería un paripé como de feria hacer un ensayo clínico con un producto que varía de lote a lote"
"Yo he sufrido el choque entre aquel nirvana de ciencia donde estudié y la realidad de la industria farmacéutica. El choque me causó grandes problemas"
"Vivimos en un país donde el discurso que vende es el mágico, el esotérico, el discurso del personaje, del mito. El discurso agarrado a la ciencia tiene muy poco éxito"
P. ¿Piensa lo mismo, como usuario, del sistema de salud público español?
R. Es buenísimo.
P. Lo usa usted.
R. Sí, claro. Yo podía elegir entre Muface y Seguridad Social, y elegí lo segundo, sin dudas. Es cierto que por ser médico me beneficio de algunos privilegios. Pero, en fin, lo tengo claro. Y en cuanto al tema de los medicamentos, que es el que yo conozco y en el que he trabajado siempre, vaya.., yo no conozco ningún país del mundo que tenga la prestación farmaceútica de España.
P. ¿En qué sentido?
R. En cuanto a la calidad de la prestación. Los medicamentos son los más modernos y se incorporan al mercado con mucha rapidez. Pero lo que marca la diferencia con otros países es que están financiados con fondos públicos. Se trata de la financiación más generosa del mundo. A veces pienso que los españoles no somos realmente conscientes del sistema público que tenemos.
P. Se suele pensar que demasiado conscientes.
R. Una de tantas falsas imágenes sobre lo real. A lo mejor nos parece normal tener una Universidad pública de excelencia; o cualquier medicamento de los que salgan puesto inmediatamente a nuestra disposición; o una red de asistencia sanitaria pública como la que tenemos. Pues no es normal. Nada es perfecto, pero repito que no sabemos lo que tenemos. El sistema público español es, en muchos sentidos, modélico.
P. ¿Ésa es también una herencia del franquismo?
R. Evidentemente. El que no lo quiera reconocer tendrá un problema de sesgo ideológico. El sistema público español es una herencia del franquismo que la democracia ha mejorado y consolidado. ¿Qué duda cabe? El sistema de salud lo organizó Girón de Velasco, conocido falangista. Aunque fuera adormecido, el falangismo mantuvo una presencia importante en el régimen. Es indiscutible que el régimen franquista tenía un contenido social. Y falangismo y socialismo no son dos mundos completamente distintos: la historia de lo público en España es, en este sentido, una línea continua. No se ha hecho tabla rasa. Para mí es notable la frivolidad con que se analizan estas cosas. Nuestro actual sistema de medicamentos no es más que la herencia del petitorio que se organizó durante el franquismo. Es verdad que en este campo, como en otros, los sucesivos Gobiernos se han planteado correcciones del sistema, porque es un sistema que resulta muy caro. Pero en España se han sucedido muchos Gobiernos, incluido éste, y a nadie se le ha ocurrido desmantelar en lo fundamental el sistema público.
P. ¿A nadie?
R. No, se ha modificado, pero con muchísima prudencia.
P. Hay una imagen asociada al actual partido del Gobierno como desmantelador del sistema público.
R. Yo me adscribo al método anglosajón de opiniones, y, por tanto, sólo hablo de lo que conozco. No soy un buen tertuliano. Decir que el Partido Popular se ha mostrado privatizador en el sistema sanitario, y más concretamente en el sistema de medicamentos, es una falacia. Una falacia más del entendimiento humano. En política se utiliza la retórica, las ideas fuerza: "El PP está destruyendo el sistema público". O bien: "Los socialistas proponen que volvamos al estalinismo". En fin, exageraciones. Pero los que conocemos estos asuntos sabemos perfectamente que aquí no hay dos modelos de salud. La renovación de la investigación clínica en España, que hay que adjudicar a los socialistas, la reconoce muy poca gente, pero ha sido impresionante. Sobre todo, porque estábamos en una situación lamentable. O el cambio de la industria farmaceútica... El sistema público español es mejorable, por supuesto. Hay mucho trabajo por hacer. Los sueldos de los médicos, por ejemplo, son aquí muy bajos. Hay muchos médicos por habitante, pero cobran la mitad de lo que deberían. Y otras cosas, claro. Pero quiero insistir que lo que yo he aprendido viajando es que nuestro sistema es muy bueno.
P. La percepción del público no es esa.
R. Tiene razón. La percepción que la sociedad tiene de algunas cosas es el mayor escollo psicológico que tengo en mi trabajo. A mí me molesta mucho que la Agencia, como muchos otros organismos públicos españoles, no tenga crédito entre los ciudadanos.
P. Sí, para empezar muchos españoles creen que ahora pagan medicamentos que antes les salían gratis.
R. Mire, yo soy un maniático de lo que se mide...
P. Midamos.
R. La aportación del usuario español a los medicamentos no llega al 8%. Veníamos del 15% y estamos en el 8%. O sea que el copago en España de los medicamentos...
P. Ha bajado.
R. Ha bajado. Uno de los grandes enigmas de nuestra sociedad es por qué las cosas no son lo que parecen. Uno de los temas que más me interesan intelectualmente hablando, y a lo que se dedica, en el fondo, la Agencia del Medicamento, es a distinguir lo que es de lo que parece. Insisto: a mí me sorprenden percepciones públicas de las cosas que nada tienen que ver con la realidad.
P. ¿Los medios?
R. Sin duda, los medios son los grandes culpables de esta percepción. Creo que vivimos en un mundo imaginario, retórico, en que las imágenes de la prensa son sombras chinescas de la realidad, con muy poca vinculación con lo empírico.
P. Sobre lo empírico, ¿qué diferencias hay entre el Bio Bac y la homeopatía?
R. Muchas diferencias, claro está. Pero ambas tienen en común que son terapéuticas científicamente no validadas. La homeopatía se basa en la dilución a grandes concentraciones de los medicamentos, y el Bio Bac es un producto de difícil conocimiento, porque el problema es que el medicamento no tiene consistencia lote a lote. La homeopatía es un medicamento que está en un estatus epistemológico curioso, porque no se le exige prueba científica de eficacia, mientras que el Bio Bac está en un estado previo, que reputamos de clandestino. Nosotros establecemos un criterio de máximo rigor para todos los medicamentos. La eficacia de los medicamentos la medimos por una herramienta científica que es el ensayo clínico. Eso se lo pedimos a todos los medicamentos, excepto a los medicamentos homeopáticos.
P. ¿Y por qué esa excepción?
R. Porque entra dentro de lo que llamamos medicina tradicional. Donde no sólo está la homeopatía. Ahora, en Europa se está a punto de aprobar una directiva para crear la categoría de medicamentos compuestos a base de plantas medicinales, a los que también se les va a excusar que prueben su eficacia mediante ensayos clínicos. Bien: esta decisión europea es el resultado de un movimiento muy amplio, y para mí, debo decirle..., muy sorprendente.
P. Sorprendente, en efecto. Me recuerda la página de astrología, a la que tampoco se exige la prueba empírica que se exige al resto del periódico.
R. Nos mueve el pragmatismo, y en toda Europa. Vamos a ver... Si nosotros cerráramos el registro de medicamentos y no admitiéramos las categorías de medicamentos homeopáticos y de medicamentos a base de plantas tradicionales (que no se costean por el sistema público de salud) lo que haríamos es cerrar la puerta legal a este tipo de medicamentos. Los colocaríamos en una zona perfectamente ilegal. Y lo que pretendemos es establecer con nitidez el perímetro del medicamento que, al menos, tiene calidad y seguridad. Fuera de ese perímetro aún nos quedan algunos productos, véase el Bio Bac, contra los cuales actuamos con mucha firmeza. Durante 2002 hemos retirado más de 300 medicamentos clandestinos
P. Medicamento quiere decir algo que cura.
R. En efecto. ¿Y...?
P. Y desde este sentido terapéutico no acabo de entender cómo a algunos medicamentos se les exige un tipo de prueba que no pasan los otros.
R. ... Mire, todos tenemos una contradicción interna. Como persona con actitud científica que ha dedicado toda su vida al estudio de los ensayos clínicos, a mí, intelectualmente, me resulta repugnante admitir un medicamento como tal sin haber mostrado su eficacia a través de ensayos clínicos. Éste es para mí el único estatuto posible del medicamento. Y en mi foro de actuación privado o docente lo planteo de una forma absolutamente clara. Otra cosa es que como funcionario yo me deba a unas leyes y tenga que aplicarlas.
P. Esto quiere decir que la política ha de asumir algunos costes irracionales.
R. La sociedad está llena de casos similares. Qué sentido tiene que se den fondos públicos para determinadas agriculturas cuyos productos resultan más caros que una importación desde el Tercer Mundo. Eso es también una contradicción absoluta. La directiva europea que regula estos medicamentos ha tenido muy en cuenta que la medicina tradicional es un sector económico que opera en Europa desde hace mucho tiempo.
P. O sea, algo así como la subvención de las actividades homeopáticas.
R. Ehh..., mire, ya le he dicho, admito la contradicción. Le contaré una anécdota. Cuando estábamos discutiendo en Bruselas la nueva directiva, nosotros mismos nos dábamos cuenta de que estábamos haciendo algo en contra de nuestros principios. Los representantes de los países nórdicos, que son los más puristas, se plantaron y dijeron que ellos no podían aceptar una directiva que aceptaba atribuir la condición de medicamentos a productos cuya eficacia clínica no está demostrada científicamente. Por contra, los países que tienen una industria próspera en este terreno los defendían fervientemente. ¿Cuál es la conclusión? Que privan las razones económicas. Aunque, como todos tenemos nuestra alma, acordamos que estos medicamentos llevarán una leyenda que diga: "La eficacia de este medicamento no se ha demostrado mediante metodos científicos". Me parece que con la fórmula no se engaña a nadie. Lo que ocurre con los medicamentos no es, al fin y al cabo, más que el reflejo de lo que ocurre en otras parcelas de la realidad.
P. El ejemplo de la agricultura es muy distinto. Se subvenciona la agricultura por razones de cohesión social, admitiendo su coste. Pero con la homeopatía o la llamada medicina tradicional ese tipo de discurso no aflora. El discurso que aflora es que la ciencia debe renovar sus métodos
R. Está claro. Ésa es la retórica. Yo también practico la retórica políticamente correcta como única forma de supervivencia. Para un científico es especialmente insoportable. No le contaré mi vida, que es muy triste... Pero yo he sufrido el choque entre aquel nirvana de ciencia donde estudié y la realidad de la industria farmacéutica. El choque me causó grandes problemas. Fui vehemente, fui inoportuno y fui debidamente castigado. Ahora me he vuelto más temperado. Mi desmoralización no es completa porque si yo he cambiado también lo ha hecho la industria farmacéutica. Hace 18 años, en España, no se exigían ensayos clínicos, para aprobar un medicamento, más que de un modo vagamente nominal. Esto ha cambiado radicalmente: a veces me ilusiono con la posibilidad de que mi vehemencia de entonces haya haya servido para algo.
P. Usted decía antes que la Agencia que dirige, como en general la Administración, tiene menos crédito que...
R. Tienen menos crédito que cualquiera. Sí, que un charlatán, que el máximo defensor del Bio Bac, por ejemplo... Un hombre, por cierto, que cree en extraterrestres y niega la existencia del virus del sida... ¡El crédito: ése es el problema!
P. Pero usted mismo admite que la agencia también tiene flancos abiertos respecto a la racionalidad cuando establece dos aduanas diferentes para los medicamentos
R. Pero siempre hay categorías, claro. La racionalidad de los métodos de la Agencia no son comparables a los del charlatán, me permitirá usted.
P. Desde luego. Pero lo público tiene una obligación ejemplarizante que no tienen los charlatanes.
R. Ése es mi caballo de batalla. Y le seré sincero: no creo que la estemos ganando. Incluso visto desde el lado estrictamente privado. Yo vivo como una agresión intelectual el consumo en mi entorno de todo tipo de productos mágicos. A mí me resulta sorprendente. Y especialmente doloroso cuando la persona que lo hace tiene un estatus intelectual elevado. Para mí lo importante es tratar de entender cómo la magia tiene tantos adeptos en nuestra sociedad. ¡Cómo es posible tanta credulidad! Desde este punto de vista, con la historia del Bio Bac yo me siento derrotado. Hemos quedado como los malos de la película. Los que hemos defendido la razón y la salud hemos sido derrotados. A mí no me cabe la menor duda de que la instancia judicial acabará poniendo la razón en su sitio. Pero mientras tanto ahí está el juicio de la prensa, de la opinión pública, y, lo que es aún peor, el juicio de los que me rodean. No digo que la gente me vaya a reclamar... Pero estoy seguro que algún familiar mío me defiende porque es familiar, porque si lo dice el primer Fernando..., pero no termina de entender mi postura. Los organismos públicos no tienen crédito en España. Y luego hay la dificultad que tiene el público en general para percibir la verdad científica. Vivimos en un país donde el discurso que vende es el mágico, el esotérico, el discurso del personaje, del mito. El discurso agarrado a la ciencia tiene muy poco éxito. No es extraño que la venta en España de libros de ciencia sea muy baja.
P. En cuanto al Bio Bac, otra vez, parece lógico que la carga de la prueba de su efectividad correspondiera al fabricante. Pero dadas estas condiciones mágicas, ¿no sería conveniente que la Administración, pragmáticamente, hubiera decidido financiar esos ensayos para contribuir a que acabara la expectativa angustiosa de los enfermos?
R. Hemos pensado en ello. La dificultad es que el Bio Bac no es siempre el mismo medicamento. La composición varía y sería un paripé como de feria hacer un ensayo clínico con un producto que varía lote a lote.
P. ¿Pudo ser algo deliberado por parte del fabricante?
R. No lo creo. Es pura... Mire, la fórmula de la que estamos hablando es de los años sesenta. Los más viejos de la casa, del ministerio, me cuentan que esta persona.
P. El farmaceútico Chacón...
R. Sí, me han contado que Chacón ya fue a ver al caudillo para ofrecerle la fórmula...
P. Eso es casi el género chico del régimen: al general también le ofrecían hacer gasolina con margaritas.
R. Ja, ja... El Bio Bac se llamaba entonces de otra manera: "Vacuna de enzimas vivientes".
P. Medicamento tradicional, sin duda.
R. Sí, desde el caudillo.
Contra 'querulantes' y 'enequéticos'
FERNANDO GARCÍA ALONSO (Madrid, 1955), médico especialista en farmacología, lleva toda su vida en el sector público desde que se licenció por la Universidad Complutense de Madrid en 1979. Y parece no sólo feliz, sino orgulloso. Antes de llegar a la subdirección y luego a la dirección -concretamente, en el año 2002- de la Agencia Española del Medicamento, fue director del Centro Nacional de Farmacología y del Fondo de Investigación Sanitaria, ambos dependientes del Instituto de Salud Carlos III.
Parte de su supervivencia y de su éxito en la Administración se debe, según sus propias palabras, a haberse mantenido siempre en guardia contra "querulantes" (digamos que los que no pierden ocasión de armar querella) y "enequéticos" (temperamentos minuciosos y repetitivos como la naúsea). Ha trabajado con la izquierda y con la derecha y tiene de los políticos una opinión buena y fría: "A mí, en general, me han dejado trabajar y nunca he recibido de ellos instrucciones, digamos... ideológicas. En realidad, lo que menos he recibido de ellos han sido instrucciones, lo que está francamente bien".
Aunque camine con pudor sobre la palabra, García Alonso se ve a sí mismo como un científico ("un hombre de actitud científica ante la vida", dice), que tiene que cargar con las servidumbres pragmáticas. En los últimos meses ha lidiado con la estafa del Bio Bac, y no puede decirse que sin pérdidas. Aparte de constatar con amargura que la Administración es para muchos ciudadanos, siempre y en cualquier circunstancia, la principal sospechosa, su equilibrio personal se vio afectado por la querella que interpuso contra él un grupo de usuarios de la pócima. Estaba preparado para asumir la querella de los fabricantes, pero no para que los usuarios le acusaran de "denegación de auxilio". El juez archivó la querella, pero sigue en su memoria advirtiéndole de que la lucha contra la percepción falaz de la realidad, principal objetivo de la ciencia, no es todavía el principal objetivo de la política.
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