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Reportaje:

El arte de hacer entender lo que se sabe

La Universidad de Granada impartirá cursos para enseñar a los docentes a hablar en público

Javier Arroyo

Saber mucho de una materia no implica tener la capacidad de comunicar los conocimientos a los demás. Casi todos hemos experimentado en alguna ocasión la frustración de escuchar a alguien que domina el asunto del que habla pero que no es capaz de hacerse entender una sola palabra. O quizá lo que dice es comprensible, pero igualmente es un tostón de gran calibre.

En estos casos de aburrimiento infinito, el resultado es el mismo que cuando no se entendía nada: los pensamientos se tornan en una especie de bruma somnolienta capaz de atender sólo a asuntos tales como qué vamos a hacer cuando lleguemos a casa, qué se nos ha olvidado hacer por la mañana o que no se nos pase llamar mañana a fulanito. Todo, generalmente, en las antípodas de lo que el orador está contando.

El mundo de las ciencias se hace entender mejor que el de las letras

Si esto ocurre en un aula, el fracaso se multiplica, entre otras cosas por la frecuencia de la experiencia: varias horas a la semana, varias semanas al mes, ocho meses al año. Para evitar esta situación, la Universidad de Granada impartirá durante el mes de marzo varios seminarios para enseñar a los docentes a hablar en público.

Juan Mata Anaya, profesor de Didáctica de Lengua y Literatura, es quien dirige estos seminarios. Mata considera que el quid de la cuestión para tener éxito cuando se habla en público lo conocemos desde hace siglos: el arte de la Retórica. Materia que no hay que confundir con la retórica con minúscula. Mata distingue sin contemplaciones la Retórica como "el arte del bien hablar, es decir, de hablar con persuasión y elegancia" frente a la retórica, "sinónimo de palabrería, fingimiento y artificio". En suma, la máxima degradación posible de un arte noble.

Nadie duda de que la enseñanza es una profesión que gira alrededor de la palabra y de la capacidad de transmisión de los conocimientos. Mata insiste en que "los profesores tenemos que aceptar que nuestra misión es transmitir todo lo que sabemos. Nos pagan por averiguar cosas y contarlas a los alumnos", remata.

No todos los docentes, sin embargo, son capaces de trasvasar los conocimientos a los alumnos. Una clave del éxito, explica Mata, está en el conocimiento de uno de los pilares de la Retórica: la argumentación. Cinco sencillos pasos separan el éxito del fracaso en una clase, una conferencia o un discurso ante un auditorio.

Se trata de preparar la comunicación con tiempo a partir de estos puntos que ya se usaban hace siglos: "Hay que saber qué queremos decir, en qué orden queremos exponer las ideas, qué palabras y recursos queremos usar, memorizar la estructura del discurso y preparar la puesta en escena de la comunicación", enumera el profesor. Con estos puntos bien pergeñados, el auditorio no tendrá tiempo para pensar en qué tiene que hacer mañana o a quién debe llamar en cuanto salga del aula; ya lo hará a la salida.

¿Y qué hay de esos docentes engolados y distantes, a los que la asignatura les cabe en la cabeza pero los alumnos no tanto? Para estos casos, Mata recuerda que "el papel del afecto, del humor, de las emociones, de la ironía incluso" son fundamentales en la comunicación, en ese ejercicio permanente entre alumnos y profesores.

"No hay aprendizaje sin emoción", sentencia. El profesor entusiasta, al final, siempre es capaz de trasladar al menos parte de ese entusiasmo al auditorio que recibe su mensaje, de modo que acerca a éste a lo que está diciendo, incluso en el caso de que no se entienda todo. A veces, en realidad, incluso en el aula, todo gira más alrededor de la persuasión que de cualquier otra cosa.

En esa permanente división de los saberes en ciencias y letras aparece un hecho que puede causar cierta perplejidad. En general, según Mata, "el mundo de la ciencia ha reflexionado mucho más que el de las letras en este campo de la transmisión de conocimientos y, por ello, también en general, se hace entender bastante mejor".

Quizá por su dificultad, porque los saberes científicos son especialmente complejos, o ajenos a lo cotidiano, los profesionales de las ciencias han hecho un esfuerzo mayor por hacerse comprender que otros docentes.

"El auditorio me va a comer"

Esto es lo que piensan muchas personas antes de enfrentarse a un auditorio: "Me van a comer vivo". Gloria Roldán Maldonado es psicóloga clínica del Servicio Andaluz de Salud (SAS) y profesora en la Escuela Internacional de Protocolo de Granada.

Roldán será la encargada de impartir uno de los seminarios que la Universidad de Granada ofrece durante este mes a sus docentes para aprender a hablar en público.

La profesora conoce bien el asunto. Su premisa es que "a hablar en público se puede aprender, no es algo con lo que haya que haber nacido necesariamente". Es cuestión de entrenamiento, sostiene Roldán.

Entre los síntomas más sufridos por quienes hablan en público está el temblor de manos. Gloria Roldán recomienda un ejercicio de relajación breve.

Se trata de, minutos antes de comenzar la charla pública, tensar todos los músculos desde los pies hacia arriba, mantenerlos y soltarlos. Si se repite varias veces, las manos no delatarán el nerviosismo interno del orador.

En general, la profesora considera que el éxito al hablar en público depende del "autocontrol emocional" y de conocer y practicar una serie de habilidades básicas.

En el primer caso, se trata de superar la ansiedad. Para ello, Roldán sugiere ejercicios como conocer el sitio donde se va a hablar, imaginarse ya el final de la charla como un éxito o considerar al público como un elemento positivo y no como un monstruo que tras nuestra última palabra nos va a comer vivos. "Hay que evitar, en fin, todas las imágenes negativas que van minando la moral", resume.

Otro de los consejos que ofrece esta especialista para tener éxito al hablar en público es "empezar y terminar con frases brillantes". Hay que aprovecharse de que, en estas ocasiones, la que domina es la memoria a corto plazo.

Un buen final puede, según parece, amortiguar la caída de una charla espesa. Finalmente, si se han preparado bien los posibles imprevistos y se tienen controladas las situaciones incómodas que puedan surgir, la charla pública irá sobre ruedas para el que habla y para el que escucha.

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