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Columna
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'Prime time'

La guerra no ha empezado, pero la guerra ya no interesa. Lo que cuenta ahora son sus posibles consecuencias. Sobre ellas debaten los mercados, las agencias de turismo y los cantantes. Hasta hace unas semanas, el riesgo de guerra poseía un alto valor mediático, pero hoy el ataque a Irak se da por cumplido y amortizado. En realidad, lo más apremiante no hace referencia a la actualidad bélica: la vivencia del conflicto ha traspasado el desarrollo bélico y ahora se trata del problema ulterior. La guerra se encuentra tan desgastada, incluso en Estados Unidos, que la CBS, que poseía una entrevista exclusiva con Sadam Husein desde el lunes 24, no la transmitió enseguida, como podría imaginarse, sino que la utilizó cuarenta y ocho horas después para emitirla en su espacio 60 minutes II y con el fin de contrarrestar el programa 20/20 de Barbara Walters en la ABC, donde salía el actor Robert Blake acusado de matar a su mujer. Las noticias relacionadas con la guerra han decaído, pues, hasta el nivel de un crimen cinematográfico y su audiencia se ve batida tanto por el último documental sobre Michael Jackson como arrollada por el reality show Joe Millionaire, ante el que 40 millones de norteamericanos se emocionaron la semana pasada contemplando el romance de una concursante llamada Zora y un supuesto millonario, Evan, que terminaba revelando su condición de albañil. La guerra puede ser el teleprograma más excitante, pero con tal de que sus demoras no acaben con la paciencia de los espectadores. La guerra puede ser la base formidable del reality show, pero, precisamente por eso, no puede permitirse un formato demasiado plano y largo. O hay guerra o no la hay. Y si la hay, debe ser intensa y rauda. Una guerra lenta sería insoportable para la audiencia. Ocurre igual que con las manifestaciones pacifistas. A las masivas protestas en la calle han debido suceder pronto los viajes a Bagdad para ofrecerse como escudos humanos. Todo lo que no sea una línea ascendente desanima: reduce su audiencia en la tele o aburre en los periódicos. Esta guerra, por tanto, se halla gravemente expuesta a perjudicar su estrellato en las pantallas y ¿quién puede dudar de que, apartada del prime time, la guerra real no será nada?

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