L'uomo qualunque
Alberto Sordi no sólo fue uno de los mejores actores italianos de todos los tiempos, sino uno de los actores más comprendidos y celebrados del público español de otro tiempo. Por supuesto nadie dudaba que era italiano; que su gesticulación era castizamente romana; que sólo una civilización milenaria, la inventora del Renacimiento, podía alumbrar un ser humano de esas características, renacentista, precisamente, porque lo hacía todo bien; porque fue el actor -dicen que, de acuerdo, cómico- nos regaló el tríptico desmesurado de Una vida difícil, La Gran Guerra y Todos a casa. Y, sin embargo, el italiano Sordi fue prohijado durante varias décadas por el público español, como no llegó a serlo nunca en medida ni remotamente similar en Francia o el resto del mundo; y cuando trabajó en coproducción con otras cinematografías, fue en España donde lo hizo más a menudo.
Sordi era la versión del italiano que más se puede identificar con lo que les gustaba, en su época, a muchos españoles creer de sí mismos; es verdad que con un punto de autoridiculización que no puede satisfacer al orgullo patrio, pero con la pillería sencilla y natural de quien acepta ser quién es, y, sobre todo, que siempre acaba saliéndose con la suya. Un reconstituyente para una sociedad que llevaba tanto tiempo aislada, que miraba a Europa con la chulería propia del pelo de la dehesa, que era el cuarto trastero de Europa. Y, como dedicado a esa España, el actor enarbolaba, impávido, el que inventen ellos. Para plantar cara a la modernidad no hacía falta ser moderno.
Ése era el Sordi que, al término de la II Guerra se afilió al movimiento del Uomo Qualunque, el qualunquismo, que hacía un puente políticamente correcto entre Mussolini y la I República; la derecha populista y profunda que, sin embargo, en el caso del actor por su también natural pragmatismo anticomunista, votaba Democracia Cristiana. Giulio Andreotti, con esa taquigrafía oral de los grandes italianos profesionales, decía que "en el fondo era moderado, porque" -se lo había confesado el propio actor- "siempre le había dado su voto".
La vida de Alberto Sordi, que tantos enigmas oculta, fue la de un actor excepcional, que se acartonó un tanto con los años de pellejuda y resignada sabiduría. Pero que en la hora de los compendios supo tener el gesto lleno de comprensión para la realidad inabarcable de las cosas -él, que había sido güelfo de toda la vida-, de afirmar que su mejor papel había sido el del personaje central de Una vida difícil, la obra maestra de Dino Risi, en la que interpretaba a un modesto, vulnerable, pero al final digno y honorable compañero de viaje. De cuando el compromesso storico.
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