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Columna
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La ley de la selva

Los pacifistas perdemos todas las guerras, cada nuevo conflicto bélico es una derrota que los ejércitos civiles de la paz sufren ante un enemigo preparado a conciencia, armado y cargado con un arsenal de falsos argumentos, sinuosas retóricas y peligrosos sofismas. El triunfo de las armas significa el fracaso de la razón, la regresión a un estadio primitivo de la humanidad regido por la ley del más fuerte, también llamada "ley de la selva", aunque en la selva rijan normas, reglamentos y comportamientos más civilizados de los que se gasta el presunto homo sapiens a la hora de dirimir sus conflictos. Lo que ha conseguido la civilización humana a lo largo de los siglos y a lo ancho de los milenios es desarrollar un complicado y prolífico bagaje de palabras para tratar de hacer pasar por razonables sus pulsiones más irracionales, una jerga de mercachifles y charlatanes, hábiles en el engaño y en el escamoteo.

Hoy las guerras se libran en nombre de la paz, hoy se mata por razones humanitarias, y en nombre de la libertad se colman las prisiones y los cementerios. Abrumados y ensordecidos por la barahúnda mediática y la zarabanda política, los ciudadanos se enfrentan sin estupor ni escándalo a noticias estupefacientes y escandalosas que afirman, por ejemplo, que los Estados Unidos trasladan a prisioneros de la guerra de Afganistán, presuntamente relacionados con actividades terroristas, a países aliados en los que la tortura es legal; equívoco concepto, que algunos tratan de hacer pasar por lícito.

Todo parece indicar que los Estados Unidos, solos o mejor en compañía de otros, invadirán Irak, haga lo que haga y diga lo que diga Sadam Husein, incluso aunque se rinda de antemano. La situación recuerda a la fábula clásica del lobo y el cordero que bebían en el cauce del mismo río. El lobo acusaba al cordero de ensuciarle el agua que estaba bebiendo y el cordero argumentaba la imposibilidad de que así fuera porque el cauce fluía en sentido contrario, del lobo hacia él. Ya saben cómo acaba la fábula y todos sabemos que Sadam no es precisamente un cordero, sino un cabrón con pintas que no tiene nada que envidiarle en el campo del despotismo, por ejemplo, a los dirigentes de la feliz Arabia Saudí. En cuanto al incumplimiento de las resoluciones de la ONU, Irak incluso desmerece algo en comparación con el Estado de Israel, en el que, por cierto, la tortura tiene cobertura legal.

Un paradigma del arte del escamoteo puro y duro, a cuerpo descubierto y sin coartadas, lo protagonizó hace unos días el presidente Aznar en una entrevista ante las cámaras amigas de Antena 3. Durante treinta minutos de conversación sobre la guerra de Irak ni el entrevistador, ni el entrevistado, pronunciaron una sola vez la palabra petróleo, verdadero motor de este conflicto anunciado y provocado por una dinastía de petróleos tejanos, al estilo de Dallas, y sus cómplices.

Los pacifistas ganan sus pacíficas batallas en las calles, sobre todo cuando en los Parlamentos se calla y se acalla con la mordaza de la mayoría absoluta. Sobre todo cuando los Gobiernos, manipulan, pervierten y corrompen la realidad para que les quepa en sus mezquinos escenarios. El Gobierno del Partido Popular desprecia cuanto ignora y entre las muchas cosas que ignora se encuentran las masivas concentraciones, los manifiestos y las manifestaciones de sus ciudadanos, tratados como súbditos por sus gobernantes, súbditos ingenuos manipulados por ecologistas, socialistas, progresistas, pacifistas, anarquistas y periodistas a sueldo de la oposición.

Según las últimas distorsiones dialécticas surgidas de los brillantes cerebros del Partido Popular, son los pacifistas, los progresistas y los socialistas los que están deseando que empiece la guerra, para nutrirse y aprovecharse de sus catastróficos resultados al grito de "Ya os habíamos advertido de lo que iba a pasar" y sacar provecho en las elecciones.

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Para estos maquiavelos de esquina, los cientos de miles de manifestantes que repitieron manifestación en pocos días, del "No a la guerra" al "Nunca máis", en la Puerta del Sol de Madrid, no son otra cosa que "progres de provincias", restos de serie, saldos del siglo pasado que aspiran a recuperar su protagonismo en las calles y en las urnas. El progresismo está trasnochado, el ecologismo desprestigiado, el socialismo superado y el comunismo definitivamente defenestrado. Además, la historia ha terminado y la utopía ha muerto, y en estos tiempos de caos lo más seguro es arrimarse y someterse al imperio de la primera autoridad global, y militar, por supuesto.

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