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Columna
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Interinos

La Junta de Andalucía posee un ejército de descontentos. Un ejército que no ha hecho más que engrosar sus filas desde el comienzo de la autonomía. Son algo así como 23.000 personas. De ellas, cerca de veinte mil en las delicadas trincheras de la educación. Son los interinos. Un día tras otro acuden a su trabajo, donde realizan similares o idénticas tareas a las de sus colegas funcionarios fijos, pero con menos sueldo y un borroso horizonte en sus vidas. La situación, lejos de resolverse con los años, se ha ido complicando cada vez más, tras numerosos intentos fallidos, oposiciones impugnadas y nunca celebradas, acuerdos más o menos tácitos de estabilidad, congelación de plazas.... Pero es la mera cantidad lo que va haciendo que se cumpla aquel inexorable axioma de la dialéctica: todo cambio cuantitativo comporta un cambio cualitativo. ¿Se acuerdan? Había otro que decía: a trabajo igual, salario igual. Pero de ese ya seguramente nadie se acuerda. O sea, que si el problema sigue engordando acabará dando lugar, inevitablemente, a situaciones imprevisibles y poco edificantes como la de la semana pasada en Torretriana, cuando un nutrido grupo de interinos de la enseñanza se olvidó de quiénes eran y tomaron las dependencias centrales de la Junta de muy malos modos.

Menudo marrón le ha caído a la consejera Martínez. Estamos hablando de casi un 25% de la plantilla del profesorado público, lo que supera con creces cualquier medida que pueda soportar el sistema (nunca más del 10%). La media de ese profesorado lleva unos siete años de ejercicio, y los hay que hasta se jubilan tras una larga vida de interinos. Se explica que de vez en cuando suenen las alarmas.

¿Pero cómo se ha podido llegar a esto? Es sin duda la primera pregunta que se hace el sufrido contribuyente. Una parte de la opinión tiende a responsabilizar a los propios interinos, por considerarlos incapaces de ganar unas oposiciones. Estos alegan que no quieren ser funcionarios, sino laborales; o que si están trabajando no pueden prepararse bien para obtener la misma plaza que ya desempeñan. (Interesante paradoja). El contribuyente, ahora perplejo, se hace la segunda pregunta: ¿y cómo entonces se les permite desarrollar año tras año tareas en todo semejantes a las de los funcionarios de carrera? Aquí la respuesta se vuelve abstrusa y confusa: por los compromisos de toda índole que la administración ha ido contrayendo con ellos, especialmente en tiempos de revuelta, y más si son preelectorales. Y porque, quiérase o no, esos empleados han ido generando expectativas de derecho, como trabajadores que la administración necesita. Pues si no los necesitara no existirían. Elemental. La situación es hoy un círculo vicioso, que llega a obstruir derechos de otros funcionarios y no digamos las esperanzas de los nuevos candidatos a serlo. O sea, que todas las partes tienen parte de razón, siendo sus partes radicalmente contrapuestas y parciales. Magnífico. Desde que existe la Junta de Andalucía todos y cada uno de los responsables de Gobernación han argumentado que la salida a este laberinto no es fácil. Claro que para decir eso a lo mejor no hace falta ser responsable de nada. Lo dicho. Menudo marrón.

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