Ciencia y bioterrorismo
Un grupo de editores de las más prestigiosas revistas científicas sobre microbiología, enfermedades infecciosas o salud pública, entre otras, han dado a conocer una declaración en la que muestran su preocupación por el mal uso que pueda darse a la información que difunden, y se comprometen a tomar medidas para que eso no ocurra. Responden a la inquietud suscitada a partir del atentado del 11-S y al temor a la proliferación de ataques bioterroristas, como puso de manifiesto la crisis del ántrax en Estados Unidos.
Los responsables editoriales comparten el clima de temor ante el uso de los conocimientos sobre gérmenes o sustancias patógenas en actos terroristas, pero son conscientes de los peligros de cualquier forma de censura. De ahí que no hayan querido fijar procedimientos estrictos de actuación e insistan en el examen caso por caso.
La generalización de prácticas censoras perjudicaría gravemente el avance de la ciencia, una de cuyas condiciones básicas es la libre circulación de conocimientos, justamente a través de este tipo de revistas. Cabe esperar que quienes tengan la responsabilidad de proponer cambios en los originales o desaconsejar su publicación, procedan con buen juicio. Cabe también preguntarse por la eficacia práctica de la medida. La información científica fluye también a través de Internet, congresos, conferencias e intercambios de investigadores. Intentar controlar toda esa maraña de comunicaciones es una tarea imposible. Los atentados terroristas no necesitan, además, contar con nuevos y sofisticados conocimientos; en muchos casos, como el del 11-S, no tienen la menor relación con ellos, sino con la complejidad de una sociedad abierta.
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