Reyna levanta la Copa del Rey
El protagonismo del presidentedel Barça provoca sospechas sobre su mandato
A tono con el fair play de la competición, el protocolo en la entrega de premios de la Copa del Rey de baloncesto discurría con suma exquisitez en el Pabellón Font de Sant Lluís de Valencia. Rodrigo de la Fuente, capitán del Barcelona, había recogido el trofeo de manos de Juan Antonio Gómez Angulo, el secretario de Estado para el deporte, y se lo presentaba a Salvador Alemany, el directivo encargado de la sección, que a su vez invitaba a Enric Reyna, el presidente del club, a tomarlo en un gesto institucional previo a devolverlo al equipo para que se lo brindara a la hinchada. Reyna, sin embargo, asió la Copa y la levantó con una mano ante el millar de seguidores azulgrana concentrados en un fondo mientras con la otra desplegaba los dedos índice y corazón como signo de victoria.
La imagen tiene tanta miga que ha dado para interpretaciones tan opuestas como la personalidad del propio Reyna (Barcelona, 1940), capaz de afirmar que "medito y estudio las cosas" y, acto seguido, añadir: "Soy tan vehemente o más que Gaspart". O: "Me da vergüenza decirlo, cuando llego a mi casa ceno y duermo, aunque pierda", para después precisar: "Quizá, para ser un buen presidente no tendría que cenar ni dormir".
Más que un oportunista, Reyna tiene un gran sentido de la oportunidad, al punto que ha sabido conjugar la discreción y la paciencia en el día a día con la exhibición en las fiestas de guardar. Acudió al derby disputado en Montjuïc para celebrar su estreno; invitó a los expresidentes del club en su presentación en el Camp Nou ante el Inter y viajó a Valencia para fotografiarse con la Copa. Nunca actuó como un presidente circunstancial o de entretiempo, como se supone que es, sino que procura que quede constancia de su obra de gobierno.
Reyna se presentó con un eslogan que ha hecho fortuna, "Mientras yo mande, mandaré". Y, a la vista de los resultados, hay la sospecha de que igual le coge gusto al cargo o, cuanto menos, no ha lugar para moverle la silla, aun cuando siempre ha asegurado que no se presentará a las elecciones que a más tardar convocará para que se celebren en julio. Desde su llegada a la presidencia, las victorias se encadenan en los distintos equipos de la entidad y el club funciona de manera regular, nada que ver con la provosionalidad que se le suponía: Reyna firmó la venta de unos terrenos para la construcción de la ciudad deportiva y se plantea rescindir los contratos de los empleados cuya faena ya no tiene sentido para así hacer un traspaso de poderes en toda regla.
Más que continuar como presidente, cargo para el que no ha sido elegido ni refrendado por la asamblea de socios compromisarios, Reyna sueña ahora con levantar la Copa de Europa en Old Trafford el 28 de mayo y volverse a abrazar con la hinchada como en Valencia.
Ni que sea por oposición a Gaspart, el nuevo presidente no sólo funciona sino que él se lo tiene creído y además procura capitalizar el éxito, porque como bien recuerda, "yo soy inmodesto" [sic]. De la mano del secretario general, Ricard Maxechs, Reyna practica un curso de inmersión barcelonista acelerado que va desde el conocimiento de las instalaciones hasta la de memorizar el dial radiofónico, pues en el almuerzo de Navidad, por ejemplo, todavía no sabía quién era José Ramón de la Morena. Entre ingenuo y arrogante -"he fracasado en muy pocas cosas en la vida"-, Reyna evoca la figura de Josep Lluís Núñez, tanto por su relación profesional con la construcción -es presidente de la Asociación de Promotores y Constructores de Cataluña- como por su sentido de la estrategia. Hoy se siente protagonista y lleva la iniciativa. Nadie sabe predecir hasta cuando.
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