Bronca en la Casa de Orange
Margarita de Borbón Parma se enfrenta a la familia real holandesa
La vuelta al trabajo de la reina Beatriz de Holanda no ha podido ser más desagradable. Recién llegada anoche de la estación de esquí de Lech (Austria), ha convocado hoy a su heredero, el príncipe Willem Alexander, y a sus colaboradores más cercanos para resolver una crisis que puede dañar la imagen de la primera familia del país.
La causante del revuelo es su sobrina y ahijada, Margarita de Borbón Parma, de 31 años, que ha denunciado en la prensa nacional la campaña supuestamente orquestada por la propia casa real contra su marido, Edwin de Roy van Zuydewijn. Éste, un plebeyo que ha estado en el paro y mintió acerca de sus cualificaciones académicas, no sería del agrado de la Casa de Orange. Según Margarita, en su intento de impedir el matrimonio, celebrado en septiembre de 2001, emisarios regios pusieron micrófonos en el domicilio del novio en busca de conversaciones comprometidas, trataron de obtener recibos de sus cheques bancarios para ver si había en ellos algo irregular y consultaron de forma ilegal su expediente de la seguridad social. Las presiones no han separado a la pareja, pero han hundido el negocio de Edwin, Fincentives, una empresa que resuelve operaciones financieras a través de Internet.
Según Margarita, se les ha marginado con tanto ahínco que la empresa de su marido ha acabado hundida
Efectuadas desde el semanario holandés HP/De Tijd, estas acusaciones, que presentarían el lado menos amable de los Orange, han llevado a la soberana a reunir una especie de gabinete de crisis para decidir el tipo de respuesta que debe darse a la princesa Margarita. Una situación incómoda e insólita en círculos reales de los Países Bajos, poco dados a airear sus diferencias familiares. Si bien otros consortes han sido criticados en el pasado, como el fallecido príncipe Claus, esposo de Beatriz de Holanda, o Máxima Zorreguieta, la joven argentina recién casada con el príncipe Willem Alexander, sus casos eran distintos. Aunque ambos matrimonios casi provocaron crisis institucionales antes de su celebración, las críticas no se dirigían tanto hacia las personas, sino a sus circunstancias. Claus von Amsberg era alemán, y Holanda tenía en los años sesenta demasiado reciente la ocupación nazi como para aceptarle de buena gana. La ya princesa Máxima es hija de un ministro del régimen del general Videla, y nadie quería ver a un político que sirvió en una dictadura sangrienta emparentando con la jefa del Estado. En ambos casos, la valía humana de los elegidos ha borrado cualquier duda.
El caso de Margarita de Borbón Parma, hija de Irene de Holanda, hermana de la reina Beatriz, y de Carlos Hugo de Borbón Parma, no parece tener visos de acabar tan bien. A su madre le irritan lo que considera salidas de tono, y su padre se opuso de tal modo a Edwin de Roy van Zuydewijn, que ni siquiera acudió al enlace. Los novios tampoco fueron invitados a la boda de Willem Alexander y Máxima Zorreguieta.
Según la princesa Margarita, se les ha marginado con tanto ahínco que la empresa de su marido ha acabado por hundirse. En sus declaraciones a HP/De Tijd, los dos aseguran que las presiones externas, ejercidas en nombre de la casa real, sobre clientes de Fincentives habrían malogrado contratos a punto de firmarse. Unos convenios millonarios que, al perderse, han provocado el cierre de la compañía.
Para resarcirse de dichas pérdidas, la pareja está dispuesta a interponer una demanda por daños y perjuicios contra el Estado holandés. Un hecho sin precedentes que perjudicaría la imagen de la reina, que tiene fama de eficaz y algo fría, y lleva años tratando de mostrarse más afable y cercana. Esta crisis llega además en un momento delicado para Beatriz de Holanda, que acaba de enviudar y ha cumplido 65 años sin el apoyo de Claus.
A efectos políticos, esta "riña familiar", como la califica el primer ministro democristiano, Jan Peter Balkenende, puede oscurecer los próximos viajes de Estado de la soberana a Chile y Brasil. El actual Gobierno dimisionario no quiere que la reina vaya en lenguas y sea preguntada sobre las andanzas de su díscola sobrina. Una escena más propia del celuloide que de una sobria casa real europea contraria a los excesos de cualquier tipo.
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