_
_
_
_
Análisis:ANÁLISIS
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

¿Son Estados Unidos de Marte y Europa de Venus?

Timothy Garton Ash

El antiamericanismo ha alcanzado una intensidad febril", informó recientemente Robert Kagan (experto en temas estadounidenses y en el mundo posterior a la guerra fría) desde Europa a The Washington Post (31 de enero de 2003). El Reino Unido estaba a la cabeza de sus ejemplos del "recelo, temor y aversión" europeos hacia EE UU: "En Londres, donde Tony Blair tiene que ir a trabajar todos los días, uno se encuentra a las mejores mentes del Reino Unido postulando, con lenguaje sutil y melodiosos acentos de Oxbridge, las teorías conspirativas de Pat Buchanan acerca del secuestro neoconservador (léase judío) de la política exterior estadounidense. Los académicos más dotados del Reino Unido examinan cuidadosamente todo lo que se escribe en Estados Unidos sobre Europa en busca de signos de imaginería sexual despectiva" (Anti-europeanism in America, New York Review, 13 de febrero de 2003).

La llegada de los 'tigres eslavos' dará a Europa un estímulo. La economía del continente ya es del mismo tamaño que la de EE UU y está creciendo
Europa no puede ser económicamente fuerte mientras EE UU sea económicamente débil; mientras que en lo militar hay una dependencia unidireccional de Europa respecto a EE UU
El verdadero distintivo de Europa no es la debilidad, sino la diversidad: de Estados, naciones y opiniones, tanto como la reticencia popular a gastar en defensa
La controversia sobre la guerra de Irak ha demostrado que no es precisamente una línea divisoria entre Europa y EE UU. La opinión pública estadounidense está desgarrada y los europeos están divididos

La última frase debe ser una referencia a un reciente ensayo que escribí en el New York Review of Books. Bien, gracias por el cumplido, pero no por la implicación. Si yo soy antiestadounidense, entonces Robert Kagan es belga. Puesto que él y yo hasta ahora no nos hemos encontrado, ni en Londres ni en ninguna otra parte, ni conversado con acentos melodiosos o de otro modo, entiendo que la frase anterior no se puede referir a mí; pero sea quien sea a quien se refiera, su indirecta es aún más inquietante. Ese paréntesis de dos palabras junto a neoconservador "(léase judío)", tan sólo puede entenderse como que su crítica de las opiniones neoconservadoras tiene, como mínimo, un deje de antisemitismo. Ésta es una acusación muy seria, que debería probarse o retirarse. Ilustra una vez más cómo las informaciones estadounidenses sobre el antiamericanismo europeo se mezclan con afirmaciones, imposibles de probar o refutar, de motivación antisemita. Me llena de inquietud descubrir que un escritor tan sutil e informado como Robert Kagan emplee tal insinuación.

'Imaginería sexual'

Por lo que concierne a la imaginería sexual, Kagan parece haberse ofendido por un pasaje en el que, discutiendo los estereotipos mutuos de EE UU frente a Europa (cowboys matones frente a mariquitas flácidos), incluyo su ya famosa frase "los estadounidenses son de Marte y los europeos de Venus" (como en [el libro] Los hombres son de Marte y las mujeres de Venus). O quizá le irritó descubrir que su trabajo se discutía bajo el titular El antieuropeísmo en Estados Unidos.

Por tanto, comencemos por una necesaria aclaración: Robert Kagan no es más antieuropeo de lo que yo soy antiestadounidense. En su brillante artículo de Policy Review, ahora desarrollado en un pequeño libro con el título Of paradise and power: America and Europe in the new world order (Del paraíso y el poder: EE UU y Europa en el nuevo orden mundial), ofrece una de las explicaciones más penetrantes, originales e influyentes de las relaciones entre Europa y EE UU en los últimos años. No llega a estar escrito al estilo sensacionalista del Final de la historia, de Fukuyama, o el Choque de civilizaciones, de Huntington, ambos artículos de prensa convertidos más tarde en libros, pero discurre en esa dirección. Una razón de que haya tenido tal repercusión es su talento para la generalización descarada y la exageración provocativa.

Una misma visión

"Es hora de dejar de fingir", comienza tanto el artículo como el libro, "que los europeos y los estadounidenses comparten una visión común del mundo, o siquiera que ocupan el mismo mundo" (la cursiva es mía). Prosigue dibujando lo que él admite que es una "caricatura dual" de los europeos venusianos, creyentes en un mundo kantiano encerrado en sí mismo, de leyes y normas, y de negociación y cooperación transnacionales, y los estadounidenses marcianos y marciales, conocedores de que el decisivo uso nacional del poder militar es necesario en el mundo hobbesiano que va más allá del bonito y pequeño paraíso posmoderno europeo protegido por los estadounidenses. "Las razones de la línea divisoria transatlántica", escribe, "son profundas, desarrolladas durante largo tiempo y con probabilidad de perdurar". La actual controversia transatlántica sobre Irak, a la que se hace ahora más referencia en el libro, se ve como representativa, incluso arquetípica.

Kagan da tres razones de esta divergencia. La principal, a la que vuelve repetidamente, es la debilidad europea y el poder estadounidense (el artículo original se titulaba Poder y debilidad). Con esas expresiones quiere decir debilidad militar y poder militar. Apuntando al creciente abismo entre el gasto y la capacidad militares de estadounidenses y europeos, argumenta que cuando se es débil se tiende a favorecer la ley, la paz, la negociación, etcétera, y a no ver la necesidad del uso de la fuerza: "Cuando no se tiene un martillo, no se desea que nada se parezca a un clavo". Ni siquiera el Irak de Sadam. En un símil muy gráfico, escribe que un hombre que camina por un bosque armado sólo con un cuchillo tendrá una respuesta distinta frente a un oso que está merodeando que un hombre armado con un rifle.

Su segunda razón es que la historia ha conducido a los europeos a una ideología diferente. Nosotros, humillados y conmocionados por nuestro propio pasado sangriento, damos una importancia mucho mayor a la paz como valor en sí mismo. Aspiramos, junto a Immanuel Kant, a un mundo de paz perpetua. Querríamos que otros imitaran nuestro modelo europeo de integración internacional. Preferiríamos no oír los rugidos de la jungla que hay fuera. Hay una cierta tensión entre estas dos explicaciones: ¿a los europeos no les gusta la guerra porque no tienen suficientes armas o no tienen suficientes armas porque no les gusta la guerra? En general, Kagan se inclina por la primera, una visión filosóficamente materialista: el ser determina la conciencia. Pero también tiene en cuenta una influencia en el otro sentido. Finalmente, atribuye algunas de las diferencias al hecho de que, desde el final de la guerra fría, los europeos han estado intentando definir "Europa" como algo aparte de Estados Unidos, en vez de buscar una definición común de "Occidente".

Éste es un argumento inteligente e informado, y hay bastante miga en él. Kagan tiene razón en desdeñar las pretensiones europeas de ser una potencia mundial, sin el peso militar, o debería haber recalcado esto más un organismo de política exterior que lo ejerza. Cita al ministro de Asuntos Exteriores belga cuando dijo, en diciembre de 2001, que la fuerza militar de la UE "debería declararse operativa sin que dicha declaración se base en una capacidad real". Me gustaría saber exactamente la procedencia de esta cita; a diferencia de la mayoría de las citas directas de la versión en libro, carece de fuente, pero si es cierta, es memorable. No hemos avanzado mucho en los 10 años transcurridos desde que el luxemburgués Jacques Poos pronunciara, sobre una Bosnia en proceso de desintegración, su frase igualmente ridícula: "Ha llegado la hora de Europa".

Kagan también tiene razón al recordarnos hasta qué punto el milagro europeo que comenzó con la reconciliación franco-alemana dependía, en realidad, del pacificador externo estadounidense. Incluso hoy, insinúa, EE UU está "guarneciendo los muros del orden posmoderno de Europa". De modo que, empleando la famosa frase de Kipling, los europeos nos burlamos de los uniformes que nos guardan mientras dormimos.

Su remedio, en la medida en que lo tiene, es doble. En primer lugar, Europa debería dejar de ser un "pigmeo militar" (la descripción procede de George Robertson, secretario general de la OTAN, nada menos). Eso significa que todos nosotros, pero Alemania especialmente, gastemos más en defensa y unamos nuestros ejércitos. En segundo lugar, deberíamos seguir el consejo de Robert Cooper y reconocer que, más allá de nuestro mundo posmoderno de la UE, hay un mundo moderno y un mundo premoderno ahí fuera. Podemos ser kantianos en nuestro pueblo, pero debemos ser hobbesianos en la jungla que nos rodea. Sadam Husein se rige por la ley de la jungla; por tanto, debemos amenazarle con lanzas. Las dos partes del remedio están obviamente relacionadas. Como el hombre del bosque, una vez que se tiene el rifle, se puede empezar a cazar el oso, y si se quiere cazar el oso, habrá que ir a buscar un rifle.

Hay, no obstante, algunos problemas evidentes con la tesis de Kagan. Una es ésta: si Europa no existe como un único y serio actor de política exterior, entonces ¿cómo demonios se puede generalizar sobre ella? Por ejemplo, Bélgica y Luxemburgo no son, desde luego, marcianos o marciales, usando los términos de Kagan, pero el Reino Unido y Francia sí lo son. Como reconoce en dos apartes ligeramente embarazosos, fue la Gran Bretaña de Blair la que presionó, contra la resistencia de los EE UU de Clinton, a favor del despliegue de tropas sobre el terreno en Kosovo. Eso en un momento en que los marciales estadounidenses seguían insistiendo en bombardear desde 15.000 pies de altura por si acaso uno de sus pilotos guerreros se quemaba el dedo meñique. Durante tres décadas, desde el final de la guerra de Vietnam hasta el 11 de septiembre de 2001, el Reino Unido y Francia estuvieron más dispuestas a soportar bajas militares en el extranjero que Estados Unidos.

Además, la reciente controversia sobre la guerra de Irak ha demostrado que no es precisamente una simple línea divisoria entre "Europa" y "Estados Unidos". La opinión pública estadounidense está desgarrada y los europeos están divididos. El comentario de Kagan en Washington Post fue suscitado por la publicación de un artículo de una "banda de los ocho" europea en el que reafirmaban la solidaridad transatlántica contra Sadam como una reprimenda al eje francoalemán. La "banda de los ocho" incluía a los primeros ministros del Reino Unido, España, Italia y Polonia, es decir, los cuatro países más importantes de Europa después de Francia y Alemania; así como Václav Havel, el todavía presidente de la República Checa y una de las mayores autoridades morales de Europa, y los líderes de Portugal, Dinamarca y Hungría. (Posteriormente se unió Eslovaquia, para convertirse en nueve). En su comentario, Kagan se alegraba del "coraje político y moral sin parangón" de estos líderes de lo que Donald Rumsfeld memorablemente llamó la "nueva Europa", ya que rendían tributo a "la valentía, la generosidad y la visión de futuro estadounidenses", contra la tendencia enfebrecida del antiamericanismo europeo. Pero también podía haber escrito: "¡Vaya!, ¿cómo demonios encaja esto en mi tesis? Si, como sostengo, Europa es tan absolutamente venusiana, ¿cómo es que una parte tan grande de ella aplaude a Marte?".

Si yo quisiera ser polémico, diría: ¿dónde ha estado viviendo Robert Kagan todos estos años? La respuesta, tal como yo la entiendo, es Bruselas, o entre Bruselas y Washington. Y eso puede ser parte del problema. Sentado en Bruselas, escuchando tanta noble eurorretórica acompañada de tan pocas acciones militares o diplomáticas eficaces, uno podría fácilmente pensar como él. Pero en la Europa extendida de 25 Estados miembros a partir de 2004, una ampliación que apenas figura en su informe, el balance de actitudes será distinto. Es cierto que hay mucho antiamericanismo por todas partes, particularmente en lo que Rumsfeld llamó "la vieja Europa": Francia, Alemania, Luxemburgo y Bélgica. Hay también mucho escepticismo razonable y moderado acerca de la política de Bush sobre Irak. Y luego hay una gran circunscripción electoral de americanizados y atlantistas, especialmente en las nuevas democracias de Europa Central y del Este.

En resumen, el verdadero distintivo de Europa no es la debilidad, sino la diversidad. Es la pura diversidad de Estados, naciones y opiniones, tanto como la reticencia popular a gastar en defensa, y más que cualquier kantismo programático, la principal razón de la debilidad de Europa en política exterior y de seguridad. Si tan sólo fuéramos capaces de poner en común y redirigir lo que ya gastamos en defensa, tendríamos una formidable fuerza expedicionaria europea para mandar a Irak, o a donde quisiéramos mandarla. Pero no lo haremos, porque los franceses siempre serán franceses, los alemanes serán alemanes, los británicos serán británicos y los belgas serán belgas.

Otro problema que tiene el libro de Kagan es su énfasis casi exclusivo en el poder militar, sin prestar atención a las otras dos dimensiones principales del poder: la fuerza económica y el magnetismo cultural y social (el poder blando). Tiene razón al recordar a los europeos que el poder militar a la vieja usanza todavía cuenta: el continente posmoderno no vive en un mundo posmoderno. Pero descarta radicalmente el poder económico y blando de Europa. En un reciente viaje a Estados Unidos descubrí que aquello por lo que está más preocupada la mayoría de la gente no es la guerra contra Irak, sino la mala situación de la economía estadounidense. Por cierto, hay aquí una interdependencia de doble sentido -Europa no puede ser económicamente fuerte mientras EE UU sea económicamente débil, y viceversa-, mientras que en la dimensión militar hay una dependencia unidireccional de Europa respecto de Estados Unidos. Y sí, la complacencia con el Estado del bienestar, las diferencias nacionales, el exceso de reglamentación, el corporativismo, las poblaciones envejecidas y nuestra incompetencia moral para alentar la necesaria inmigración son todas fuentes en potencia de debilidad económica europea. Pero la llegada de los tigres eslavos dará a Europa un estímulo. La economía europea ya es aproximadamente del mismo tamaño que la estadounidense. Europa está creciendo también de una forma que EE UU no puede. Su poder blando continuado se demuestra por el hecho de que no sólo millones de personas, sino también Estados enteros, quieren entrar en ella. Turquía, por ejemplo.

El mundo kantiano

La mención de Turquía plantea una dificultad más con respecto al argumento de Kagan: ¿dónde acaba el mundo kantiano y empieza el hobbesiano? El vecino inmediato de Turquía es Irak. La frontera atraviesa las tierras de los kurdos, el aspirante a Kurdistán. Tanto Turquía como Irak han estado machacando a sus kurdos, de forma intermitente, durante bastante tiempo. Pero EE UU está exhortando a la Unión Europea a que admita a Turquía, para alentar su adhesión a Occidente por el bien conocido proceso europeo de "condicionalidad que conduce finalmente al ingreso", mientras nos instan al mismo tiempo a unirnos a una guerra contra Sadam. Por tanto, ¿empieza la jungla en la frontera turco-iraquí? ¿Debemos ser kantianos, europeos y posmodernos aquí, pero hobbesianos, estadounidenses y premodernos a sólo unos cientos de metros al otro lado de la línea? Una rápida reflexión muestra que se necesitarán ambas actitudes, especialmente si se quiere llevar a cabo con alguna garantía de éxito la reconstrucción democrática del Irak de la posguerra. Según una ocurrencia ya familiar, EE UU cocina y Europa lava los platos.

El propio Kagan concluye de manera conciliadora. A diferencia de otro especialista en política exterior estadounidense, Charles A. Kupchan, insiste en que no hay "choque de civilizaciones" entre Europa y EE UU. Europa debería robustecer su poder militar y estar preparada para utilizarlo un poco más duramente en la jungla que hay fuera, y EE UU, afirma en la última página, debería manifestar un poco más de lo que los padres fundadores denominaron "un respeto decoroso por la opinión de la humanidad". Estados Unidos necesita a Europa, Europa necesita a EE UU, y ambos compartimos los valores comunes de Occidente. Estoy de acuerdo. Su libro es un importante desafío para los europeos, especialmente, para que sea así. Pero eso no es lo que decía en la primera página, que es que los europeos y los estadounidenses ni siquiera ocupan el mismo mundo. Y por eso, no por su conclusión conciliadora, es por lo que se le está citando tanto. Con una amplia circulación, esa es la "tesis de Kagan".

Por supuesto, esto es lo que tiende a ocurrir con esos artículos de opinión convertidos en libros que tratan grandes temas. Al igual que en el pasado teníamos marxismo vulgar, ahora tenemos fukuyamismo vulgar, huntingtonismo vulgar, y pronto tendremos kaganismo vulgar. Francis Fukuyama puede seguir insistiendo hasta que la cara se le ponga morada en que él se refería a la Historia, no a la historia, pero la gente seguirá bramando: "¡Qué va a ser el final de la historia!". Sin embargo, el autor es hasta cierto punto cómplice, ayudado e instigado por los redactores y editores, de hacer una descarada exageración para captar la atención sobre sus tesis... y vender. La ley hobbesiana de la jungla intelectual nos conduce, quizá a veces en contra de nuestro mejor criterio, a convertirnos en lo que Jakob Burkhardt llamó los terribles simplificateurs.

El peligro real ahora es que el kaganismo vulgar se haga popular a ambos lados del Atlántico porque la gente en EE UU y Europa, o bien simplemente crea en la "caricatura dual" de Kagan, o, y creo que esto está ocurriendo, esté buscando activamente modos de expresar y resaltar la diferencia transatlántica. Kagan podría producir el efecto contrario al que claramente pretende producir. Su conclusión sólo demostrará estar en lo cierto si los estadounidenses y los europeos coinciden en que su comienzo está equivocado.

Componentes de una unidad militar estadounidense acuartelada en Georgia.
Componentes de una unidad militar estadounidense acuartelada en Georgia.REUTERS

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_