Americanos
Berlanga sigue vivo por fortuna. Por desgracia, la España de Berlanga y los americanos de Berlanga, también. Tal como están las cosas, sólo faltan Manolo Morán y Pepe Isbert haciendo de anfitriones al son de una fanfarria o una banda municipal de música. Del bienvenido mister Marshall al bienvenido mister Bush de la última semana, se diría que nada ha cambiado. Se diría que somos los catetos de entonces, los catetos de siempre, sólo que ahora mandamos correos electrónicos en lugar de entregarle una carta al cartero del pueblo, aquel tipo chupado con una gran cartera que siempre interpretaba Xan Das Bolas.
Aznar aparecía esta semana como el señor alcalde de un pueblo de Berlanga con guión de Rafael Azcona, recibiendo al hermano de George Bush, que llegaba en el haiga preceptivo hasta la cepa de las escalinatas monclovitas. Si Jeb, como se ha dicho, es la cabeza despejada de los hermanos Bush, ¿cómo será George? Eso nos preguntámos algunos. Sabemos que la inteligencia humana tiene, por desdicha, sus límites, pero no los conoce la tontuna, que es inconmensurable. Pues resulta que al más listo de los hermanos Bush no le sonaba nada el nombre de Juan Carlos, y menos todavía el apellido Borbón (no confundir con bourbon). El alcalde del pueblo, convertido de pronto en presidente de toda una república, es un hombre medido y comedido y no le dijo al listo de los hermanos Bush que era menos listo de lo que parecía.
Poco puede esperarse de estos americanos, que por lo visto son los americanos que mandan en América. Claro que entre la inteligencia despiadada del señor Woody Allen (a quien le bastaron unas horas para darse cuenta de que Asturias está cerca del cielo) y la ignorante suficiencia del hermano de Bush ha de haber un modesto punto medio.
Uno hace suyos los deseos de Chamfort: que el malvado descanse y el tonto calle. El silencio del tonto y la pereza del malvado nos acercan a la felicidad universal más que nada en el mundo. Por desgracia, los tontos y los malos no practican ninguna de estas dos buenas costumbres.
Se lo ponen muy fácil a los recalcitrantes antiamericanos (los hay, siempre los hubo, y cuando mister Marshall anunció su visita a la patria un notario llamado Blas Piñar montó el pollo). No es eso. Son los americanos que los medios de comunicación nos meten por oídos y ojos y boca. No el canto de Walt Whitman, ni los desnudos y los muertos de Mailer, ni la ópera flotante de John Barth, ni el mejor jazz del mundo. Nada de eso. Como mucho, un matrimonio de multimillonarios como el que el otro día arribó a nuestras costas.
Estos americanos, procedentes de Texas, presentaron en el museo Guggenheim la exposición De Jasper Johns a Jeff Koons: cuatro décadas de arte en la colección Broad. Ellos son, naturalmente, el señor y la señora Broad, y fueron recibidos igual que mister Marshall por los barandas de la villa vizcaína. Cosas del arte artístico. Catetos de etiqueta.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.