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Columna
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Ciudadanos del mundo

Las masivas manifestaciones que el día 15 recorrieron las ciudades del mundo entero constituyen probablemente la primera señal del despertar de una nueva conciencia, la de la ciudadanía global, como expresión de unas preocupaciones -en este caso la oposición a la guerra contra Irak- capaces de prender en las mentes y, sobre todo, en los corazones de millones de seres humanos sin distinción de raza o nacionalidad. El germen de esa nueva conciencia estaba ya presente en muchas de las movilizaciones que contra algunos aspectos de la globalización -aumento de las desigualdades, prácticas abusivas de las empresas, deterioro de los derechos sociales, crisis medioambientales...- venían sucediéndose durante los últimos años en Porto Alegre, en Florencia, en Johannesburgo, etc. Pero, a diferencia de los temas mencionados -no percibidos con tanta claridad ni tanto apremio por la mayoría, más allá de los sectores directamente afectados, o de aquellos otros más conscientes-, la advertencia de la guerra contra Irak ha sido interiorizada por muchísima gente como una amenaza real, inmediata, a la que había que hacer frente sin demora. La gente que se ha echado a las calles en los cinco continentes no sabe si otro mundo es posible, como dicen los eslóganes contra la globalización neoliberal, pero intuye que éste que nos proponen Bush o Aznar no es en absoluto deseable. Y, por ello, ante un peligro tan claro como la anunciada guerra, esa gente ha preferido dejar atrás sus dudas para mostrar su rechazo a la misma.

Afortunadamente, en esta ocasión los vascos hemos demostrado que compartimos el mismo latido que otros conciudadanos del mundo, lo que a muchos nos reconforta en lo más íntimo, asqueados de que la agenda de quienes no son capaces de ver más allá de sus narices, acabe marcando las veinticuatro horas de cada día. Ahora no ha habido una convocatoria ni un lema diferentes, como sucedió con la huelga general de la pasada primavera. Esta vez, los políticos o los líderes sindicales que buscan instrumentalizar en beneficio propio los sentimientos de la gente, no han tenido más remedio que seguir la estela de un movimiento cívico, surgido extramuros de la política convencional, capaz de convocar por vez primera en la historia una movilización de carácter universal.

Personalmente, lamenté la ausencia -al menos, oficial- del PSE-EE en las calles de Euskadi. Comprendo las razones que adujeron y, probablemente, la cercanía del asesinato de Joseba Pagazaurtundua pudo condicionar su decisión. Pero en la calle no estaba Batasuna. Habría miembros, simpatizantes, o votantes de Batasuna, como los hay en San Mamés o en Anoeta cada domingo. Incluso parece que hubo algunos dirigentes. Pero su presencia -pese a ser resaltada sin venir demasiado a cuento por algunos medios de comunicación- resultó un hecho imperceptible para la marea humana que salió a gritar contra la guerra. Por todo ello, creo que el PSE-EE se equivocó. Además, soy de los que piensan que la capacidad de los partidos socialistas de ser permeables a las nuevas prioridades que movilizan a las gentes en todo el mundo va a marcar su capacidad de regeneración y su credibilidad como alternativa a la derecha autoritaria y neoliberal. No para hacer mejor la política propia de ésta -como se vienen empeñando en toda Europa durante las últimas décadas-, sino para hacer otra política. No para ganar votos navegando a favor del viento, sino para ayudar a que ese otro mundo deseable sea también posible.

Por eso, y porque la inmensa mayoría de quienes estamos contra la guerra estamos también contra ETA, creo que el PSE no debía haberse desmarcado. Además, así lo entendieron muchísimos socialistas a quienes se pudo ver el sábado pasado en las calles de nuestras ciudades. Porque allí estaba la expresión más genuina de esa mayoría de vascos de buena voluntad que, frustrados por tanta amargura y desolación -pero a la vez por tanta miseria- domésticas, reivindican su derecho a sentir y a actuar, también, como ciudadanos del mundo.

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