Ley de Calidad de la Enseñanza

En diciembre se aprobó la tan discutida Ley de Calidad, que, en líneas generales, merece una valoración positiva, ya que afronta e intenta resolver uno de los mayores problemas de la situación actual, el hecho de que, sea cual sea la actitud y el esfuerzo de un alumno, éste puede ir pasando de curso sin impedimentos. Educar significa preparar para afrontar la vida en las mejores condiciones posibles y es fundamental asumir que el esfuerzo personal, el interés y el trabajo son imprescindibles para conseguir el objetivo que cada uno se propone. ¿Cómo es posible pensar que estamos educando cuando todos los alumnos logran los mismos resultados independientemente de lo que hagan? No es posible que en estas circunstancias ellos aprendan a medir, a distinguir entre lo que está bien o mal, a establecer una relación entre su esfuerzo y sus logros, a intentar hacer las cosas lo mejor posible, a sentir satisfacción cuando consiguen buenos resultados; en definitiva, a entender que todo lo que hacemos tiene una consecuencia, buena o mala, y que diferentes actitudes ante el trabajo deben tener necesariamente distintas consecuencias.

Queda todavía un tema pendiente, y en la forma de resolverlo puede estar el éxito o fracaso de la ley. Es importante plantearse el número de asignaturas que cada alumno debe abarcar en cada curso; actualmente este número es tan alto que hace imposible una enseñanza de calidad. ¿De verdad alguien cree que los adolescentes de 13 a 16 años pueden aprender como es debido 11 asignaturas en un curso? El planteamiento es erróneo; es una edad en la que tienen una gran tendencia a la dispersión, agravada por un montón de factores externos, y a esto se añade el hecho de tener que afrontar un número excesivo de asignaturas de pocas horas semanales, en las que no pueden profundizar, sino que se limitan a "picotear" y ver por encima sin fijar correctamente los conceptos.

Ahora hay que plantearse el reparto de materias y horas de cada una que van a configurar los distintos cursos y pediría a las personas encargadas de hacerlo que piensen que es mucho más sensato y efectivo reducir el número de asignaturas y aumentar el tiempo dedicado a cada una. Son edades en las que conviene insistir y practicar lo más posible para que los alumnos afiancen y asimilen correctamente los distintos conceptos, y esto sólo es posible si dedican a cada materia un número de horas semanales que permita tener una mínima continuidad en las clases. Creo que somos una gran mayoría los profesionales de la enseñanza que preferiríamos, por el bien de los alumnos, dar cuatro horas semanales de una materia durante un curso a dos clases a la semana durante dos; la serenidad a la hora de afrontar un programa, la continuidad en el trabajo y la posibilidad de profundizar que esto proporcionaría puede valorarla cualquiera que diese clase antes de la implantación de la LOGSE.