"El informe es bueno porque pasará un mes hasta el ataque"
La población de Bagdad disimula su miedo aparentando una vida normal y aprovisionándose de alimentos y de agua
"Somos espadas de Sadam Husein". "Nuestros pechos son sus escudos", coreaban decenas de miles de iraquíes durante las manifestaciones del sábado en Bagdad. Sus eslóganes y los kaláshnikov que exhibían expresaban su disposición a hacer frente al eventual ataque de EE UU, pero al igual que las posiciones de tiro que han proliferado en las principales arterias de la capital, de poco servirán contra los misiles. La verdadera preparación, en todo caso, está siendo más silenciosa.
Muna Abdelwalid, responsable de quirófanos del hospital Yarmuk, asegura que están "viviendo una situación normal" y niega que en el centro médico en el que trabaja se hayan tomado medidas especiales. Es la consigna y también la apariencia en las desvencijadas calles de Bagdad. No hay desabastecimientos en las tiendas, ni colas en las gasolineras, ni pánico en los rostros de los viandantes. "Estamos habituados", repiten los iraquíes cuando se les pregunta si no tienen miedo.
Quienes los tienen han rehabilitado refugios o sótanos de la época de la guerra con Irán
¿Acostumbrados a las guerras? Tal vez no, pero sí a la adversidad. "Los musulmanes, en general, creen que cada persona tiene una fecha para su muerte y por lo tanto la guerra no influye en su destino", afirma Mohamed Mudhafar, catedrático de Historia en la Universidad de Munstansiriya. Sin embargo, una mirada más atenta revela algunos signos de inquietud entre la población.
La familia de Abdalá, por si acaso, ha empezado los preparativos para irse al pueblo. Este profesor ya envió a sus hijos con los abuelos en el inicio de las vacaciones de invierno a finales de enero. Su mujer se les unió para la Fiesta del Sacrificio, con idea de no regresar si el informe de los inspectores ante la ONU tenía mala pinta. De momento, han regresado. "Creo que el informe fue bueno porque pasará un mes hasta que nos ataquen", dice Abdalá.
"En casa nos pasamos el día discutiendo si será mejor quedarse o irse", señala Nidhá, una joven traductora que trabaja en el Ministerio de Cultura. Muchos ciudadanos sienten que estarán más seguros lejos de la capital. Pesa, por un lado, la experiencia de 1991 cuando las ciudades se quedaron sin suministro de agua y electricidad. Pesa también la convicción de que la batalla final se librará en Bagdad.
Los más acomodados han alquilado casas en Siria, el único país que no les exige visado y sigue manteniendo la frontera abierta. Viajar a Irán o Turquía requiere un visado difícil de conseguir y Jordania, la tradicional vía de salida de los iraquíes, ha empezado a poner condiciones.
"Cualquier familia iraquí está preparada", admite Mudhaffar, "y el Gobierno ha ayudado doblando la ración de comida que distribuye mensualmente". En realidad, la ración no ha aumentado, sino que los últimos repartos se han hecho para periodos de dos y tres meses. Es el único acopio que pueden hacer los más pobres y las despensas de quienes pueden permitírselo están habitualmente colmadas.
Los Saleh, por ejemplo, guardan habitualmente 20 o 30 kilos de harina, un saco de patatas, varias decenas de botes de leche en polvo, garbanzos, lentejas, té y otros alimentos no perecederos. "Es lo habitual", dice el padre de familia, "aunque tal vez sí que nos hemos preocupado un poco más de no retrasarnos en las compras y hemos añadido algunas cajas de agua embotellada".
"Todas las medidas administrativas están tomadas", confirma Ayil Yalal Ismael, vicepresidente de la Asamblea Nacional y jefe del Partido Baaz en un distrito de Bagdad. "Todas nuestras ciudades están divididas por sectores", añade como dando a entender que cada uno de ellos puede funcionar con autonomía. Ismael afirma que ya se han entregado las raciones hasta mayo y que muchos ciudadanos cavan pozos en sus jardines para asegurarse el agua.
Quienes los tienen, han rehabilitado refugios o sótanos, aunque desde la época de la guerra con Irán casi todos los barrios de Bagdad cuentan con instalaciones mantenidas por la defensa civil. Pero el secretismo que caracteriza al régimen impide visitar uno de esos refugios y mucho menos saber con cuántos cuenta la ciudad. "Todos son iguales; puede visitar el de Al Ameriya", responde el funcionario en referencia al bombardeado en 1991 y ahora convertido en un museo.
Mientras, pequeños grupos de amas de casa, jubilados y niños acuden cada tarde a los puestos de tirador que desde hace un mes se han levantado en algunos cruces estratégicos de la capital, a hacer prácticas defensivas.
"Es pura propaganda para consumo interno", estima un observador europeo. Igual que las manifestaciones. Los responsables iraquíes saben que los siete millones de voluntarios de su ejército Al Quds (Jerusalén) sólo serán carne de cañón ante la poderosa maquinaria de guerra estadounidense.
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