Sin futuro
Consumada su eliminación de la competición europea, el Real Madrid se enfrenta a su cruda y tremenda realidad: esto es lo que hay. Se podrían poner adjetivos al adiós del tipo de batacazo, decepcionante, bochornoso..., y algunos más tan utilizados en estas situaciones. Pero estos calificativos sólo serían justos si se tuviese en cuenta el pasado de esta sección.
Que el Madrid haya caminado por Europa de la forma que lo ha hecho esta temporada, que en el pabellón Saporta gane hasta el colista de la Liga ACB y otros episodios vistos últimamente no son de recibo con la historia y los objetivos que deberían presidir este equipo. Pero Victoriano no tiene la culpa de no ser Corbalán, ni Sonseca de no parecerse a Rullán.
Dejando el pasado aparte, si se comparan con otros equipos los potenciales, los talentos, las capacidades de liderazgo o la experiencia en la máxima exigencia, el Madrid ni se ha despeñado ni su eliminación ha podido causar gran sorpresa. Sus resultados obedecen a la realidad de un colectivo al que se le puede pedir más de lo que está dando, pero ni así sería suficiente para estar a la altura de lo deseado.
¿O acaso se puede competir en Europa cuando no se cuenta en la plantilla con un solo jugador de talla internacional? ¿Se pueden tener esperanzas en España cuando ninguno de los jugadores aparecen en la lista de los 15 mejores en valoración, puntos, rebotes o asistencias? ¿Se puede jugar a cualquier deporte de equipo sin un líder definido y aceptado?
La culpa, repartida
Esto lleva a que el problema radica más en la composición del equipo que en su rendimiento. Y entonces surgen las preguntas. ¿No había nada mejor en el mercado que dos ex jugadores del Barcelona sin ningún encanto? ¿No se debía haber estado atento a la salida de Oberto y Tomasevic del Tau? ¿Por qué se fue Tabak y se quedó Tarlac? ¿Quién es el responsable de que la cantera del Madrid sea menos productiva que el desierto del Sáhara? ¿Cuántos de los actuales jugadores son válidos para el futuro cercano? ¿Tres?
Resumiendo: esto tiene mala pinta. La misma que tenía el año pasado en los finales de la era Scariolo, pero con un año más en el que se podía haber empezado algo y se sigue en una indiferente mediocridad.
Se ha perdido tiempo, unos cuantos espectadores, un poquito de dignidad y parte de la confianza depositada en Javier Imbroda, responsable, mientras nadie diga lo contrario, en la formación de la plantilla.
Ya puede venir un Tau en estado semicomatoso para echar una mano a la autoestima. Incluso puede sonar la flauta y la semana que viene dar la sorpresa en la Copa. Nada solucionaría una realidad: este equipo tiene poco presente, pero, sobre todo, tiene muy poco futuro. Y no sería de recibo echar toda la culpa a los jugadores.