Actores
Los actores y actrices son seres a quienes el público adora porque su rostro sintetiza una pasión colectiva. La gente paga por verles, se enamora de ellos, les aplaude con entusiasmo en el teatro, les quiere besar en la calle e incluso, a veces, llegaría a devorarlos en medio de una avalancha histérica al final de un concierto. Enfrentarse directamente a esa energía misteriosa es de las cosas más estúpidas que ha hecho este gobierno autoritario de Aznar tan poco dotado para la fascinación. Cualquier político inteligente de derechas con cierta astucia o finura florentina pudo haber aceptado como propia la protesta contra la guerra de Irak que los actores manifestaron durante la entrega de los premios Goya y disimulando la sorpresa por haber recibido ese gol por la escuadra se habría apropiado cínicamente de esa libertad de expresión. Llevar en el pecho una pegatina y adornarse con unas palabras de repulsa a la violencia irracional de la administración Bush en un momento de gloria con el trofeo en las manos bajo los aplausos del público es una anécdota inocente, absolutamente cívica, que un gobierno sin cintura ni olfato para detectar las leyes de la seducción ha convertido en un enfrentamiento rudo cuyo resultado ha sido elevar a la categoría de enemigos a unos personajes totalmente magnéticos, que son adorados por la sociedad. El mundo de la farándula se halla en estado de rebelión y por simple simpatía explosiva este desafío contra la guerra se ha extendido a la gran mayoría de los artistas, pintores, músicos, poetas, escritores y así hasta el último y excelso payaso. Unir la protesta contra la guerra con la idea de que esta actitud equivale a oponerse al gobierno introduciendo a los actores como fulminante de esta síntesis es una hazaña inenarrable de rudeza política.
Puede que en economía ya no exista diferencia entre derechas e izquierdas puesto que todos los ministros del ramo en cualquier país siguen el mismo manual de la rentabilidad de Chicago. Contra esta evidencia liberal la izquierda ha quedado sólo en un sentimiento difuso de solidaridad y en la propiedad de la inteligencia sensible que se desprende del arte. En otras latitudes la derecha inteligente se mueve con naturalidad en este territorio dominado por la energía de los artistas que están explorando el futuro, pero en nuestro país todavía hay un abismo infranqueable entre la vieja derecha y la fascinación de la modernidad, como con este rebote queda demostrado.
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