La extrañeza del forastero
Se diría que buena parte de la mejor narrativa italiana del pasado siglo hunde sus raíces en la perplejidad: en la perplejidad ante las contradicciones de un mundo, el contemporáneo, que desborda la capacidad de análisis del ser humano. Esa tradición podría partir de algunos de los mejores relatos de Italo Calvino (los de Los amores difíciles pero también varios de los que póstumamente se recogerían en La gran bonanza de las Antillas) y desembocar por ejemplo en el Gianni Celati de Narradores de las llanuras. Esa tradición pasaría sin duda por estos Silabarios de Goffredo Parise que ahora Alfaguara pone al alcance del lector español.
Su última novela publicada en nuestro país, El cura guapo, aunque escrita veinte años antes, data de mediados de la década de los setenta. Poco después, en 1982, apareció en Italia el segundo de sus Silabarios (el primero era de 1972), y cuatro años más tarde le sobrevino la muerte a la temprana edad de 57 años. Parise, a quien se le considera compañero de generación de Elsa Morante y Pier Antonio Quarantotti Gambini, se había dado a conocer con sólo 22 años, y entre las características comunes a sus primeras novelas suelen citarse su alejamiento de compromisos políticos, su agrio intimismo, su interés por una sensualidad casi siempre insatisfecha, su temor a la muerte y al vacío eterno, una visión satírica de las costumbres de la pequeña burguesía, cierta predilección por los personajes abúlicos, que no saben muy bien lo que quieren y encuentran la vida demasiado fatigosa...
SILABARIOS
Goffredo Parise Traducción de Carlos Gumpert Alfaguara. Madrid, 2002 418 páginas. 19,95 euros
Todos estos rasgos reaparecen en los Silabarios, en los que abandona la novela para adentrarse en el terreno del relato, concebido éste a la manera de esas cien "breves novelas-río" que, por la misma época (exactamente en 1979), Giorgio Manganelli reunió en Centuria. Los mismos ambientes sociales de sus primeros libros, la misma melancolía que procede de la certeza de la muerte, la misma abulia de los protagonistas alimentan estos pudorosos, delicados y humorísticos 54 cuentos, cuyo tema principal podría ser el de la inevitable ambigüedad de los sentimientos humanos.
Amores que no llegan a serlo, desamores que tampoco, cónyuges que desean la separación pero prefieren que sea el otro quien la pida, amistades ocasionales que se desvanecen en el tiempo, atracciones y odios fulminantes pero casi siempre sin grandes consecuencias, mujeres casadas que se conforman con adulterios nunca consumados...: en las minúsculas vidas de sus minúsculos protagonistas casi nunca pasa nada verdaderamente relevante, y el inequívoco aire de familia que el lector percibe en muchos de ellos procede de esa perplejidad esencial a la que me he referido al principio. Una perplejidad que a menudo les paraliza, que hace que todo les atraiga y les repela a la vez y que les lleva constantemente a formularse preguntas sin respuesta. Una perplejidad que tiene mucho de la extrañeza del forastero, como si la vida fuera una ciudad a la que llegaran por primera vez.
La tragedia sólo se hace presente en las narraciones ambientadas durante el fascismo o la guerra, y es en ellas en las que la sorprendida impavidez del escritor se hace más patente: se diría que observa el mundo como si fuera un terrible juguete cuyo mecanismo es incapaz de entender. Es, por tanto, en la mirada del autor donde en último término reside la originalidad de estos Silabarios, que han acabado convirtiéndose en un clásico secreto de la narrativa italiana del siglo XX.
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