Irán atómico
Mientras la Administración de Bush ultima los preparativos para caer militarmente sobre Irak, adquieren carácter protagonista en el mapa de la tensión los otros dos regímenes demonizados por el inquilino de la Casa Blanca después del 11-S. El más alarmante es Corea del Norte, pero el último en incorporarse a las pesadillas de Washington es Irán, con su reciente anuncio de un ambicioso programa nuclear, primera proclamación pública de un hecho ya conocido.
El comunicado iraní se produce casi simultáneamente con la llegada del desafío norcoreano al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas de la mano de la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA), que acusa a Pyongyang de violar los acuerdos internacionales sobre armamento nuclear. El régimen comunista, que juzga el contencioso un tema exclusivamente bilateral con Washington, afirma ahora que consideraría como un acto de guerra la eventual imposición de sanciones por la ONU. Soflamas y amenazas aparte, como su supuesta capacidad para atacar blancos estadounidenses en la costa del Pacífico, los últimos pasos del régimen comunista son preocupantes: en tres meses ha expulsado a los inspectores de la AIEA, abandonado el Tratado de No Proliferación Nuclear y reactivado sus instalaciones nucleares para producir plutonio.
En este recargado escenario sirve de poco que la proclamación iraní de sus ambiciones nucleares, incluyendo el enriquecimiento de uranio, enfatice su carácter civil. Teherán asegura que sólo pretende atender la futura demanda de electricidad, para lo que resulta insuficiente una central atómica construida con ayuda rusa que entrará en funcionamiento en un año. Irán, vecino de Irak y signatario del Tratado de No Proliferación, ha hecho su anuncio antes de la próxima visita del jefe del órgano inspector de la ONU, Mohamed el Baradei, lo que, a juicio de sus valedores, evidenciaría su buena fe.
Washington, sin embargo, apoyado por testimonios de disidentes iraníes, cree que el régimen de los ayatolás se dispone a desarrollar la bomba atómica. Bush insistió en ello en su mensaje de la Unión y argumenta que un país con vastas reservas de petróleo y gas no necesita embarcarse en un carísimo programa energético alternativo. El comisario europeo Chris Patten, en un viaje reciente, no ha logrado arrancar a Teherán el compromiso de una inspección más estricta de sus instalaciones. Todo ello está añadiendo presión a una caldera en zona roja. Al final, la aventurada puesta en circulación por EE UU del eje del mal y la excitación a escala planetaria de mecanismos de desconfianza amenazan con desencadenar una dinámica de acción-reacción que en vez de incrementar la seguridad global está contribuyendo justamente a lo contrario.
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