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Columna
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Qué es ser facha

Nadie es evidente y lo que ha sucedido puede ser verdad, pero también mentira. La trama de este mundo en el que todo se conoce por aproximación, a través de una suma de indicios o deducciones, se ve maravillosamente en un libro recién publicado que no es ni una biografía ni una novela ni un ensayo, sino todo eso y a la vez nada, igual que un centauro es al mismo tiempo un hombre, un caballo y ninguna de las dos cosas. El libro se titula F., lo ha escrito Justo Navarro y cuenta la historia del poeta, traductor políglota y suicida Gabriel Ferrater, que se afixió, con una bolsa de plástico, al ir a cumplir 50 años, la edad de la que, cuando tenía 35, juró que nunca pasaría. Se lo dijo al editor Jaime Salinas en junio de 1957, y cumplió su palabra en mayo de 1972.

Justo Navarro desprecia los porqués de su personaje, se centra en los cómos y hace su indagación Ferrater adentro, prescinde de los alrededores -ni una sola mención a amigos íntimos como Jaime Gil de Biedma; ni una sola vez se pronuncian los nombres de pila de Carlos Barral o del hermano Joan Ferraté- y deja que el lector haga sus propias conjeturas con los datos casi etéreos que se le dan. No sabemos muchas cosas concretas de Gabriel Ferrater después de terminar F., pero es como si lo pudiésemos comprender tan bien, con tanta claridad, de esa forma en que la grieta en un jarrón, la casa tomada por la madreselva o el mueble devorado por la carcoma nos hacen entender, sin necesidad de palabras, el paso del tiempo y la muerte.

Las palabras, además, lo enturbian todo, unas hacen ininteligibles a las otras, como dice Justo Navarro para explicar la paradoja que convertía en silencio la suma de lo que decía el charlatán incansable Gabriel Ferrater: "Unas palabras sobre otras tachaban todas las palabras: las palabras sobre las palabras terminaban siendo un borrón, un hueco negro, como si un escritor escribiera y escribiera y llenara una página que había sido blanca, y corrigiera y tachara y corrigiera y añadiera más palabras y más tachaduras y más palabras, hasta que la página está completamente negra, que es como decir completamente en blanco".

Me he preguntado estos días si aún sé, por ejemplo, qué significa la palabra facha. Antes estaba muy claro: Franco era un facha. Serrano Súñer o Arias Navarro, José María Pemán y para algunos Cela, eran unos fachas. Fraga era un facha. Ahora ya no está tan claro: se dice que Pemán y Cela no eran fachas, sino monárquicos, que Fraga no era franquista, a pesar de ser ministro del dictador, sino un demócrata por adelantado. Ser un facha y ser de derechas no eran lo mismo, eso lo sabíamos todos. Ser de derechas era creer en determinadas cosas y ser facha era intentar prohibir que otros pensasen de otro modo, intentar silenciarlos. Los fachas eran los intolerantes, los racistas, los represores. Cuando pensabas eso te decías: vale, Fraga es un facha, el ministro de la calle es mía; Pemán es el facha que escribió el panfleto fascista en verso La bestia y el ángel; pero Cela no, no se puede escribir La familia de Pascual Duarte o La colmena y ser facha. Antes era sencillo, te hacías un par de preguntas y todo estaba tan claro. ¿Y ahora?

Me pregunto si los políticos del PP son fachas y me respondo que no. Jamás se me ocurriría llamar fachas, por ejemplo, a Ruiz-Gallardón o a Luis Alberto de Cuenca. Pero, ¿y otros? Lo que Aznar o Rudi, qué más da, le hicieron a los actores pacifistas el otro día en el Congreso, mandándoles cachear como a delincuentes e impidiendo que oyeran el discurso del presidente del Gobierno, ¿es un acto facha? La confesión xenófoba que, otra vez, ha hecho Ana Botella igualando inmigración y delincuencia al comentar tres crímenes cometidos en Madrid en los que, de hecho, no había participado ningún extranjero, ¿es facha? Los insultos, agresiones y expulsión que padeció el muchacho que le gritó a Aznar "guerra no" en un mitin del PP en Arganda, ¿es facha? Intentar boicotear como ha hecho la Delegación del Gobierno la manifestación contra la guerra de Irak, ¿es facha? Todo eso que acaba de pasar en Madrid, ¿es facha, o no? Si lo fuera, daría miedo. Aunque, quién sabe lo que significan las cosas. Nunca se sabe nada porque nadie es lo que parece, no hace falta más que leer F., de Justo Navarro, para darse cuenta.

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