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Columna
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El eslogan

Recuerdo a propósito de este revival del anti-imperialismo (enfermedad senil del marxismo-leninismo) que se agazapa bajo una honesta pegatina sin matices, -¡No a la Guerra!-, que en los primeros años setenta, de estudiante, participé en manifestaciones contra los EE UU organizadas por grupos m-l en Valencia por su intervención en Vietnam, y, después, cuando supe exactamente lo que estaba ocurriendo en ese país bajo el régimen de los viet-cong, y en el vecino bajo los khmers rojos no encontré a nadie para ir a ninguna manifestación a denunciar esas bestialidades. Fui un tonto útil.

El debate político entre los actores principales del drama que estamos a punto de vivir (EE UU y sus aliados, por una parte, y el bloque franco-alemán) converge en dos cuestiones: en que no queda ninguna duda sobre el hecho de que la Guerra del Golfo se cerró en falso al renunciar al derrocamiento del dictador iraquí; y en el desacuerdo formal sobre la conveniencia de darle un nuevo plazo a Husein para que de modo definitivo dé pruebas de que se ha despojado de las armas que reconoció tener después de aquel conflicto y que se comprometió a liquidar (otros países, en la última década, reconocieron tener armas nucleares y se deshicieron de ellas con luz y taquígrafos, como Sudáfrica, Ucrania y Kazajstán).

Este panorama se ve agravado por un dato que revela lo que podría calificarse, por una parte, como ridículo prurito deudor de la grandeur que nunca fue (De Gaulle la inventó para ocultar las vergüenzas de Francia, y Mitterrand la cultivó para eludir las propias) y por la incomprensible actitud de un canciller alemán que salvó las elecciones legislativas recientes con varios golpes de efecto (entre los cuales, su guiño pacifista para no perder el apoyo de los grünen) y no puede apearse ahora de su pifia.

Francia juega a su juego, y no es la primera vez que se hace de notar cuando la UE, la OTAN o los EE UU plantean políticas expeditivas de intervención en situaciones insostenibles (Serbia, Kuwait, Afganistán, Irak, etc., etc., ) manifestándose como si fuese una gran potencia o bien por el hecho de que dispone del derecho de veto en el Consejo de Seguridad que otros le regalaron de manera apresurada y por conveniencias de mantenerla en la ficción de su poderío o bien porque ha perdido la brújula en el contexto de la política internacional.

En esa situación, la actitud de Francia y Alemania, que acaba concretándose en la meliflua propuesta de enviar varios miles de cascos azules a Irak para apoyar a un número triplicado de inspectores en el juego de esa edición sofisticada de la caza del zorro a la que el régimen de Husein les obliga, parece obedecer a una deseada alienación de la realpolitik que se impone en el caso.

Parece evidente que todo sería más sencillo si Irak mostrase claramente al mundo que se ha deshecho del arsenal que dijo tener y aseguró que iba a destruir, y no estaríamos inmersos en la lamentable demagogia de rechazar el ataque como solución (incluso si lo bendice la ONU, como exige el líder del PSOE en un alarde glotón de quedarse con toda la pancarta) mientras la desmemoria y el cinismo se cuelan en la impoluta grafía de las pegatinas al servicio de la banalidad.

Que la guerra sea el último, lejano, improbable, innecesario (y justo) recurso para el cumplimiento de un mandato internacional sólo depende de Husein.

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