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Columna
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Voto de silencio

Es muy mal signo, pero, igual que antes se hablaba del tiempo cuando no había tema de conversación, ahora se habla de la guerra. Me preguntan si estoy a favor de la guerra. Naturalmente que no, contesto, pero inmediatamente aclaro que no tengo ni idea de si hay o no hay razones para bombardear e invadir Irak. Si es verdad lo que dicen el estadounidense Powell y su portavoz en España, Aznar, habría que ir a la guerra antes de que nos maten los irakíes con su arsenal químico, biológico e incluso futuramente atómico. Las pruebas de Powell contra Irak combinan maravillas del espionaje, fotos desde satélites y extraordinarias grabaciones clandestinas, pero quizá alcancen su mayor poder persuasivo con lo más elemental: un salero venenoso. Según Powell, un solo pellizco de estos polvos irakíes disuelto en agua mataría dolorosísimamente en un par de días al inocente que lo ingiriera.

Existen productos así y probablemente a Estados Unidos le conste que Irak posee armas destructivas (las únicas armas constructivas son las de Estados Unidos) porque Irak fue amigo de Estados Unidos contra Irán, y Estados Unidos ha vendido armas a todos sus amigos. El problema es que el Gobierno de Estados Unidos me merece tanta confianza como el de Aznar, y no tengo una opinión hecha sobre los peligros planetarios que Irak entraña ahora mismo. Creo, sin embargo, a Estados Unidos cuando dice que ha puesto en marcha un gabinete de mentiras necesarias para la paz en el mundo: está documentada desde la guerra fría la existencia de esa oficina de la mentira benéfica, y una oficina así es imprescindible en cualquier crisis armada. Y me pregunto: los informes que difunden Powell y Aznar ¿los redactan sus funcionarios del embuste?

También me creo que llegan aviones y soldados a Morón y Rota en pleno despliegue prebélico. Los trabajadores de las bases hispano-americanas andaluzas han recibido órdenes de guardar silencio sobre movimientos de tropas y maquinaria, y los discursos de los altos estadistas resuenan sobre el silencio impuesto a los trabajadores de las bases. A Aznar y a los suyos (sus subalternos y sus jefes) debe de irritarles que no guardemos todos un silencio de trabajadores de base estadounidense. Esas bases de Cádiz y Sevilla son algo sobre lo que los ciudadanos que votan tienen un poder remotísimo, quimérico, aunque supuestamente el poder democrático resida en el pueblo.

Creería a Aznar si admitiera que no podemos vivir sin Estados Unidos. Suyas, americanas, son las bases andaluzas, suyo es el mundo, suyos somos nosotros, y profundo es el desprecio activo que sienten y demuestran los americanos hacia quienes se niegan a seguirlos automáticamente. Así que, si quieren guerra, habrá que acompañarlos a la guerra. Me temo que un hipotético presidente de gobierno socialista hubiera leído el mismo discurso que leyó Aznar el otro día en Madrid ante el Congreso, pero seguramente el PP en la oposición no mantendría el enfrentamiento a la guerra que hoy impulsa el PSOE. Y esto, sólo esto, me parece una diferencia sustancial a favor del PSOE en este momento de bárbara confusión.

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