Los iraquíes se preparan para una guerra más
Los habitantes de la ciudad de Basora han perdido la cuenta de las contiendas sufridas
Un gran cartel a la entrada de Basora muestra al presidente iraquí, Sadam Husein, con el traje típico de los árabes de las marismas. Pero apenas quedan habitantes autóctonos en esa región del sureste de Irak y los humedales se drenaron para capturar a rebeldes y desertores. De igual forma, Basora tampoco existe. Hace mucho que dejó de ser la reina de la noche del golfo Pérsico para convertirse en una ciudad mártir. "Es la ciudad de Irak que más ha sufrido", declara Chasib Hasan, diputado en la Asamblea Nacional.
En la orilla occidental del Chat el Arab, el generalísimo Sadam y 300 de sus comandantes, inmortalizados en imponentes estatuas, apuntan hacia Irán. Aguas arriba, aún se aprecian los pecios de algunos navíos hundidos en la dolorosa contienda con el país vecino (1980-1988). Un millón de muertos y muchas esperanzas rotas. Basora nunca se recuperó de aquella destrucción. Cuando sus habitantes empezaban a confiarse llegó la invasión de Kuwait, la guerra del Golfo, la matanza de la autopista de la muerte, las revueltas salvajemente reprimidas de los shiíes...
En un desvío de la autopista a Kuwait, los iraquíes conservan aún los restos calcinados de los vehículos con que sus soldados huyeron del emirato en la apresurada retirada de los últimos días de febrero de 1991. Los aviones estadounidenses bombardearon el principio y el final de la columna, que se extendía varios kilómetros, y condenaron a una muerte segura a sus ocupantes. "El mayor ataque de la historia a un Ejército en retirada", según tituló un periódico británico. Horas después se firmaba el alto el fuego.
Las autoridades llevan allí a los visitantes extranjeros para denunciar que EE UU usó armas con uranio enriquecido. Difícil de verificar por ojos inexpertos. Pero la estampa es desoladora incluso 12 años después. Estamos a una decena de kilómetros de la frontera con Kuwait. Un poco más adelante empieza la zona desmilitarizada de cinco kilómetros. A simple vista no se ve presencia militar alguna. Ni soldados, ni carros de combate, ni trincheras...
"Ya ve usted, a nosotros nos obligan a desmilitarizarnos y Estados Unidos realiza maniobras ante nuestras narices sin respetar los cinco kilómetros. ¿Es que para ellos no se aplican las resoluciones de la ONU?", se pregunta el diputado Hasan. La Asamblea, meramente consultiva, se encuentra en un receso. Al ser preguntado si en caso de ataque los diputados van a reunirse para deliberar, responde: "No es necesario". Está convencido de que las medidas necesarias ya están tomadas. "Se ha reforzado la vigilancia en las plantas petrolíferas porque son objetivos estratégicos", explica un portavoz frente al campo de Al Barjishia. "No puedo decirle si es un cambio en el tipo de armamento, un reforzamiento de la guardia u otras medidas". Tampoco es posible comprobarlo. Está prohibido acercarse a las instalaciones. Hay que conformarse con ver arder la característica llama desde la carretera que lleva a Zubair.
En esta pequeña localidad el trajín cotidiano tiene el mismo aspecto de normalidad que en el zoco de Basora, atestado de gente a media tarde. Sólo la modestia de las mercancías en venta da idea del empobrecimiento que ha sufrido la ciudad en estos años de guerra y de sanciones. De la gloria pasada da testimonio el edificio del que fuera hotel Sheraton y que hoy mantiene la insignia a pesar de que hace dos décadas que la cadena internacional abandonó su gestión. Alquila cabinas en la piscina por 15 dólares al día.
¿No se darán cuenta de la guerra que pende sobre ellos? Mohamed y Sheda sacan de dudas. "Somos conscientes de la amenaza", responden casi a dúo sin perder la sonrisa. La joven pareja regresa a casa con su hija Aya en brazos por la que fuera una de las calles más bonitas de Basora. "Ya ve lo que queda", lamenta Sheda mientras señala las antiguas casas sobre el canal con sus celosías de madera. La mayoría están en ruinas.
Los habitantes de la ciudad mártir ya han perdido la cuenta de qué guerra destruyó qué edificio. "El mayor daño lo causó la guerra con Irán", dice Sheda. "Pero aquí también cayeron bombas americanas en el 91", añade Mohamed. Y ahora, ¿no tienen miedo? "Somos fuertes", responden, y se despiden antes de que la conversación se vuelva comprometida.
De regreso a Bagdad, un avión vuelve a violar una vez más la prohibición de volar que las sanciones internacionales imponen a Irak. Desde hace un año, Iraqi Airways opera dos vuelos diarios, mañana y tarde, desde la capital a Basora y a Mosul (en el norte). "A veces los pilotos estadounidenses piden a los pilotos que se identifiquen, pero eso es todo", tranquiliza un controlador.
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