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Crítica:ESCAPARATE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El vuelo de una gota de tinta

¿Qué hace aquí el hombre, ese ser fortuito, entre las afiladas hojas del agave, perdido o puesto ahí, sobre el fiel animal que lo transporta, igual que en un museo, muerto o reconstruido?, se pregunta José Ángel Valente (1929-2000) en una solitaria acción de retaguardia poética contra los designios celestiales. Hágase la voluntad de la palabra, reza el poeta en su artículo Así en la tierra como en el cielo, uno de los 26 reunidos en un volumen con el título de una de las piezas más significativas del conjunto, Elogio del calígrafo, que Valente dedica a su padre, "componedor de letras y rasgos enlazados que forman las palabras". Caligrafía, pintura, poesía. En ese triangular y entregándose a la desmedida lujuria del trazo, el padre "escribía con todo su cuerpo y con los gestos simultáneos de su rostro". Esos trazos finales que posiblemente Valente vislumbró meses antes de morir, en julio de 2000 y que la otredad de su mente de poeta se dispuso a ordenar y poner a punto para su publicación, en un ejercicio de voluntad romántica que ve en la alianza entre poesía y pintura, tal y como en Oriente se concibe, la expresión perfecta del espacio de creación.

ELOGIO DEL CALÍGRAFO. ENSAYOS SOBRE ARTE

José Ángel Valente Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores. Barcelona, 2002 174 páginas. 15, 87 euros

Su agudeza perceptiva hacia la obra de Luis Fernández, Vicente Rojo, Chillida, Tàpies, Mark Tobey, Baruj Salinas o Broto discurre por esta pequeña arcadia en forma de libro hacia el espacio de las musas del arte, donde pueden hallarse las máximas de sus conocimientos de la plástica oriental y su admiración por la pintura y la escultura que nunca ha declinado enfrentarse a la muerte, a Dios, que es en otro decir, al vacío. El paisaje de cabo de Gata, ese "misterioso reino de las formas que se hacen y se deshacen con el viento", se plantea aquí como un escenario universal de sensaciones plásticas, con la tarde en su descenso, que "acelera vertiginosamente los asombrosos cambios del color y la luz" (¿un cuadro de Rothko?), al lado de los espacios vacíos de Cristina Iglesias ("el lugar donde todo sucede"), el taoísmo de Tobey ("el contenido de la copa vacía es más gustoso que el de la copa llena"), los jardines de El Bosco o de su admirado Pedro Soto de Rojas, el urinario de Duchamp, con todo su poder aurático, el nihilismo de Malevich, el "falso" estudio de Brancusi en el Beaubourg de París, los límites y la infinitud en la obra de Chillida o lo contemplativo en Tàpies.

Un resumen de los placeres del asombro del poeta ante la creación artística que sólo se agotan cuando la mente reposa después de ese vuelo del cuerpo y del espíritu que hace posible el aterrizaje de una sola gota de tinta.

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