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Reportaje:LECTURAS PARA UNA GUERRA

Palos, piedras y seres humanos

Fernando Savater

Desde los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, muchos tenemos la impresión casi ininterrumpida de vivir en un clima de guerra mundial. Para recuperar la imagen clásica: sobre un volcán. Las entrañas del planeta gruñen constantemente, el suelo se calienta bajo nuestros pies, la humareda es cada vez más espesa y apesta crecientemente a azufre; de vez en cuando, la tierra se rasga en el flanco de la montaña tenebrosa y se desbordan borbotes de lava, que arrasan pueblos, destruyen sembrados y rebaños, calcinan a multitudes. Pero aún no se trata de la erupción definitiva, de la que sin embargo no dejan de hablar siniestros teólogos y alucinados profetas. No faltan quienes la esperan ya con anhelo, porque acabará con la incertidumbre que vivimos... y sin duda con muchos de los que vivimos en la incertidumbre. Mientras, seguimos jugando, intrigando, amando, comprando imprescindibles chucherías y asistiendo con curiosidad al espectáculo de la desolación. También puede hallarse cierto calor hogareño sobre el fervor subterráneo del volcán...

Nada es irremediable, salvo cuando dimiten la inteligencia y la voluntad de los ciudadanos

El planeta cruje, la lava hierve, pero el tiempo transcurre y a los más afortunados los sobresaltos sólo nos llegan todavía por televisión. ¿Qué hacer? De momento, leamos. La guerra que viene no se retrasará ni se adelantará por ello, pero nos encontrará mejor informados. En aquel mismo año 2001 de crítica memoria se publicaron en lengua española tres libros que ahora quizá convenga repasar. Uno de ellos es una denuncia específica y sin concesiones del (por así mal llamarlo) orden mundial en que vivimos: Estados canallas, de Noam Chomsky (Paidós). Los otros dos pretenden una consideración más teórica y amplia de la violencia organizada, buscando algún parámetro regulador desde la moral política: Guerras justas e injustas, de Michael Walzer (Paidós), y Humanidad e inhumanidad, de Jonathan Glover (Cátedra). Los tres merecen atención porque dan que pensar, sobre todo si se los contrasta entre sí en lectura complementaria.

El libro de Chomsky no prescinde de las vehementes simplificaciones del estilo panfletario, pero su argumentación es vigorosa y está suficientemente apoyada en una acumulación de datos como para ser atendible y no meramente descartada por "tendenciosa". Habla en sus páginas de una guerra, que subyace a muchos de los conflictos bélicos y enfrentamientos civiles del último cuarto de siglo: la que se libra entre el país más rico del mundo y movimientos populares de naciones explotadas que tratan de emanciparse de su interesada tutela. Es una requisitoria contra el lenguaje políticamente elevado que enmascara intereses desvergonzadamente egoístas... que confunde el alza de la cuenta de resultados propia con el progreso de la humanidad. Aunque el principal blanco de sus críticas son los USA, también deja claro que las naciones europeas sólo le van a la zaga en poder, no en afán de rapiña. Chomsky no rechaza los derechos humanos ni los valores democráticos, pero denuncia que se utilicen de modo selectivo, eligiendo solamente sus aspectos provechosos para el fuerte mientras se pasan por alto cuando se vuelven acusatorios o son reclamados por quienes no quieren vivir en el vasallaje a las grandes corporaciones financieras. El desdén de los USA respecto al cumplimiento de la legalidad internacional cuando no les conviene contrasta con su celo en exigir su acatamiento a otros si ello garantiza la ampliación y seguridad de sus mercados. Sin duda Chomsky no cuenta toda la verdad, pero todo lo que cuenta es verdad y además una verdad que necesita ser dicha.

El libro de Michael Walzer es la

pieza clásica, casi diríamos que "oficial", sobre la teoría moral aplicada al inmoral fenómeno de la guerra. Intenta plantear los límites y requisitos que hacen éticamente admisible el conflicto bélico. Su punto de vista aspira a introducir objetividad normativa en un campo en que las argumentaciones siempre son abrumadoramente maniqueas. El problema es que casi nunca el guerrero triunfante renuncia a beatificar ideológicamente su causa: pienso ahora en el comentario de Gibbon cuando señalaba que, leyendo a Tito Livio, uno llega a la conclusión de que Roma conquistó el mundo en defensa propia... Por otra parte el pacifismo a ultranza tampoco resulta racional, ni siquiera moralmente razonable: por mucho respeto que nos merezca Gandhi, muchos rechazamos por motivos éticos su consejo a los judíos de que deberían preferir suicidarse antes de resistirse violentamente a la tiranía nazi. Quizá el aspecto más actual de la obra de Walzer (que firmó junto a otros prestigiosos intelectuales norteamericanos el manifiesto de apoyo a la guerra contra el terrorismo de Bush) es su planteamiento sobre la agresión preventiva. ¿Cuándo puede establecerse que los preparativos bélicos de un adversario cuya voluntad de hacer daño está anteriormente probada justifican un ataque para neutralizar la amenaza? Según Walzer, los Estados pueden recurrir a ese medio extremo "cuando no hacerlo ponga seriamente en riesgo su integridad territorial o su independencia política". Un caso claro de anticipación legítima, opina él, es el primer ataque israelí en la guerra de los Seis Días. En cambio el simple desarrollo armamentístico, por jactancioso que resulte, no le parece justificación suficiente, "a menos que viole algún límite formal o acordado tácitamente". Resulta ahora algo inquietante recordar que, a finales de los años cuarenta del pasado siglo, alguien tan poco belicista como Bertrand Russell recomendó que los USA lanzasen un ataque nuclear preventivo y disuasorio a la URSS, para evitar que esta potencia lograse desarrollar su propia bomba atómica...

Como lector, el libro de Jonathan Glover es el que me ha resultado más interesante de los tres. Se subtitula "una historia moral del siglo XX" y en cierto modo lo es, aunque sólo en relación con la violencia política organizada. Combina la reflexión teórica sobre ética con la exposición histórica de atribuladas incidencias criminales cuyos pormenores quizá recordamos peor de lo que creemos: la Primera Guerra Mundial, el estalinismo, el nazismo, Hiroshima, la guerra de Vietnam, Ruanda... En el fondo, su tema es la puesta en cuestión de la noción de "humanidad" (e inhumanidad, por tanto) a partir del desafío que encierra la obra de Nietzsche, tal como fue literalmente entendida por sus lectores más brutales. En los horrores que Glover repasa competentemente se alían los instrumentos tecnológicos de control y destrucción propios de la sociedad de masas con las motivaciones ideológicas del pragmatismo sin escrúpulos que pide eficacia, del nacionalismo desatado, del tribalismo y hasta de los sueños delirantes de la sociedad perfecta y de una humanidad diseñada de nueva planta. Sobre todo, estas últimas. Lo expresó muy bien Solzhenitsin en su Archipiélago Gulag: "Las autojustificaciones de Macbeth eran débiles, y su conciencia lo devoraba. Sí, hasta el propio Yago tenía algo de cordero. En Shakespeare, la imaginación y la fuerza espiritual de los malvados no pasan de una docena de cadáveres. Porque no tenían ideología". La voluntad desmesurada de creer en lo que promete salvarnos o nos exalta, la degradación del otro a error de la naturaleza o aborto del infierno, atraviesa y pervierte el siglo tanto en los regímenes totalitarios como en las democracias. A fin de cuentas, quizá la salud mental resulte siempre escéptica, porque -dice Glover- "evitar el tipo de Creencia que estrecha el sentido de identidad significa mantener vivo el escepticismo". Especialmente sugestiva resulta su comparación entre la serie de apresurados y orgullosos malentendidos que provocaron la Primera Guerra Mundial y los cuerdos tanteos renunciativos que evitaron lo peor durante la crisis de los misiles rusos en Cuba el año 1962.

En algo coinciden las tres obras comentadas: en que nada es irremediable, salvo cuando dimiten la inteligencia y la voluntad de los ciudadanos. El libro de Chomsky acaba diciendo: "Las decisiones se pueden modificar. Las instituciones se pueden cambiar. Si es necesario, se pueden desmantelar y reemplazar, cosa que han hecho personas honestas y valientes a lo largo de toda la historia". También el proyecto normativo de Michael Walzer apuesta por el mantenimiento de principios y el debate sobre ellos frente a los automatismos del "realismo" criminal. Y Glover recuerda las palabras de Sócrates en La república: "Las sociedades no están hechas de palos y piedras, sino de hombres cuyo carácter, al decidir en un sentido o en otro, determina la dirección del conjunto". Conviene no olvidarlo y meditar consecuentemente sobre ello, mientras bajo nuestros pies sigue rugiendo el volcán.

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