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Columna
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Patrimonio artístico

De haber estado presente, el otro día, en la Puerta del Mar, me hubiera sumado con gusto a ese grupo de pacifistas que pretendía acabar con el monumento al soldado de reemplazo. No porque esté en contra de la guerra con Irak (que lo estoy), sino porque el monumento me parece torpe y afea la ciudad. Esta escultura mal proporcionada es, contrariamente a su intención, una afrenta al soldado de reemplazo y aún al propio Ejército español. Cualquier visitante que repare en ella se llevará una malísima impresión de nuestro ejército. ¿Qué clase de tropa, se preguntará, puede hacerse representar por una escultura tan desgraciada?

Haber frecuentado a Shakespeare no le ha servido a Federico Trillo para mejorar su gusto estético. La ministra de Educación debería tomar nota de ello: la cultura del esfuerzo no produce automáticamente buenos resultados. A mí, sin embargo, que no he frecuentado a Shakespeare con la asiduidad del señor Trillo, se me hace raro que debamos instalar una mala escultura para honrar al soldado de reemplazo. Creo que lo hubiéramos honrado mucho mejor con una buena escultura, algo que no hubiera supuesto ningún problema en un país de tan extraordinarios escultores como el nuestro. Claro que las razones que mueven a Federico Trillo son siempre inextricables. Ahí está la Gran Cruz al Mérito Naval que concedió al alcalde de Alicante porque a este le agrada navegar en yate.

Me ha impresionado la diligencia que desplegó la policía para detener a estos seis pacifistas. Si este mismo esfuerzo se aplicara en atajar la delincuencia que padece Alicante, los comerciantes de la ciudad podrían dormir, sin duda, bastante más tranquilos que en la actualidad. Resulta paradójico que no haya suficiente policía para evitar los robos, y enviemos a un grupo de agentes para detener a seis jóvenes que protestan contra la guerra. Un par de municipales, con buena presencia física y mano izquierda, tal vez hubiera bastado para enviar a estos pacifistas a su casa. Es posible que tuvieran que atizarle a alguno de ellos con la cachiporra, si se propasaba; pero de ahí a detenerlos pistola en mano, como si se tratara de peligrosos delincuentes, media una distancia. Este exceso de las fuerzas del orden, me parece, antes que efectivo, una advertencia del Gobierno a los desobedientes.

Los pacifistas detenidos han sido acusados de provocar daños al patrimonio artístico de la ciudad, lo que resulta sorprendente. Si cada vez que se ha producido un atentado contra el patrimonio artístico de Alicante, se hubiera detenido a los causantes, habríamos visto desfilar por los juzgados a nuestras autoridades y a muchos constructores de postín. Si esto no ha ocurrido es porque el valor del patrimonio artístico resulta inversamente proporcional a la posición social de quien comete la infracción. Una torre de la Huerta de Alicante, por ejemplo, derribada por una constructora importante, es evidente que no tiene ningún valor. En cambio, una mala escultura, manchada por unos jóvenes pacifistas, adquiere una importancia simbólica tan enorme que obliga a la policía a intervenir de inmediato.

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