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Crítica:LIDIA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La plaza soñada

La primera corrida de toros en plaza fija, quién se lo iba a decir a la afición del pueblo serrano, de asolerada tradición taurina, que después de tantos años de sueños y promesas, por fin iban a disfrutar de la fiesta en una buen coso, recoleto por fuera, cómodo y funcional por dentro. Pero todo acaba por llegar cuando hay voluntad y se dan las condiciones adecuadas.

Entonces aconteció que salió el primer toro, como ánima errabunda, las fuerzas muy justas, en medio de una atmósfera de frío y viento, sobre el marco de unas nubes oscuras que estaban al acecho. Poco antes el párroco había bendecido la botadura de la nueva plaza, y la señora alcaldesa se había dirigido al pueblo con palabras de salutación, generosas y llenas de esperanza. Que concluyeron, era lo justo, deseando suerte a los espadas que iban a participar en el primer festejo en la historia del sobrio y siempre mágico ruedo.

San Román/Barrera, Miura, Saavedra

Toros de Antonio San Román, desigualmente presentados, muy flojos, muy bajos de casta y de escaso juego; 2º y 6º fueron devueltos por lesión, tras partirse un pitón; dos sobreros del mismo hierro. Vicente Barrera: aviso y silencio; silencio. Dávila Miura: saludos; silencio. Julio Pedro Saavedra: ovación; silencio. Plaza de Valdemorillo. Primera de feria. 4 de Febrero. Un tercio de entrada.

Sin embargo, suerte, vaya, fue lo que no tuvieron los toreros. Tampoco el público, asistentes y otras gentes de diferente graduación. Pues que salió el primer toro aludido, el del ánima errabuda y de motor tan pobre, y resulta que dio la nota de cómo iba a ser toda la corrida. Qué mala pata. O qué mal cuerno. Pues hasta dos toros se lo partieron de salida, el izquierdo y por la cepa, ya es coincidencia, tras derrotar contra un malhadado burladero. Y los cambiaron porque estamos en fiestas, pues reglamento en mano no hay por qué hacerlo.

Sin molestarse

Vicente Barrera se puso delante de sus dos pobres ánimas, y pasó el trámite a disgusto, sin molestarse demasiado. Dávila Miura puso voluntad en su lote, en medio de la furia ventosa, poco adecuada para hacerse el artista de sentimiento.

Fue el torero local, Julio Pedro Saavedra, quien en sus dos cosas sin casta, bravura ni temperamento, asentó las zapatillas y trato de embarcar, templar e incluso imprimir cierto gusto en el momento de ensayar lances de capa y muletazos de buen trazo. Consiguió Saavedra en su primero una serie de derechazos a pies juntos, tal trincherilla, o unas verónicas de saludo en el sexto, que aunaron temple y no poca torería. Esa que tanta falta hacía, para aliviar las tristes orejas congeladas de la santa afición, que, a esas alturas de la tarde, se preguntaban por el pecado que habían cometido. No era posible pasar tanto frío, ver unos toros tan malos, e inaugurar su plaza soñada de tal modo.

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