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Columna
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Flores

El puente de las Flores es una obra que ilustra espléndidamente la política urbana de la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá. La identificación de la autoridad municipal con este proyecto va más allá de la que tiene cualquier político con alguna de las obras ejecutadas durante su gestión. Durante los últimos meses, Barberá ha procurado transmitir a la opinión pública la idea de que la construcción de un puente floreado es fruto de su voluntad personal y de sus particulares convicciones estéticas.

El puente de las Flores viene a sustituir al vado que de forma provisional se tendió sobre el cauce del Turia, mientras se construía la estación de metro de la Alameda y se levantaba un nuevo puente de la Exposición, conocido como de la Peineta y también como "de Calatrava", nombre con el que aparece incluso en la campaña de publicidad Un riu de cultura que realiza el propio Ayuntamiento. Algo ciertamente curioso, no ya porque Santiago Calatrava hubiera construido mucho años antes el puente del Nou d'Octubre, o por la tautología que supone darle a una obra el nombre del arquitecto que la proyectó, sino por la falta de respeto profesional que ha demostrado con la destroza y el remiendo del puente de Monteolivente, diseñado por el ingeniero José Antonio Fernández Ordóñez. Es sabido que Calatrava une a su condición de arquitecto y de ingeniero una declarada vocación de escultor, lo que no le libera de una evidente tendencia al pleonasmo. Sin embargo, que esas ansias artísticas, un tanto desmedidas, le lleven a ciscarse en la obra de buenos profesionales empieza a ser más preocupante. Entre otras cosas, porque es una práctica que empieza a extenderse cual chapapote estético; y ahí está la innecesaria, disparatada y, por tanto, despilfarradora reforma del Palau de la Música, edificio de José María García de Paredes orientado al río al que han dado la vuelta como si fuera un calcetín usado. El asunto huele. Veremos qué son capaces de hacer con la ampliación del IVAM que construyó Emilio Giménez con el concurso de Carles Salvadores.

En cuaquier caso, el puente de las Flores es revelador de la agilidad que imprime a su gestión la alcaldesa, pues el puente y la estación fueron inaugurados hace más de ocho años. Lo que significa que a Barberá le ha costado dos legislaturas tomar la decisión de sustituir una obra provisional. A este paso, un proyecto como el del Parque Central, que lleva arrastrando durante los doce años que es alcaldesa, no se ejecutará mientras siga recibiendo el voto mayoritario de los valencianos. Y es que durante los años de gestión de esta alcaldesa, en Valencia no se ha acometido ningún nuevo proyecto urbanístico de envergadura, pues Barberá aún está viviendo de las rentas de reformas urbanas proyectadas por sus predecesores: jardín del Turia, paseo marítimo, plan de la avenida de Francia, urbanización de la pista de Ademuz, nueva circunvalación.

Mientras tanto, ha sido incapaz de poner en marcha una reforma tan necesaria como la rehabilitación del Cabanyal. Con su autoritarismo sólo ha conseguido dividir a los ciudadanos, que el asunto se tenga que dirimir en un tribunal y castigar a los vecinos profundizando en el abandono inversor que practica en tantos barrios de la ciudad. Pero, eso sí, las 35.000 plantas del puente de las Flores se cambiarán las veces que haga falta.

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