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Columna
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Turistear

El verbo no figura en la edición de la RAE. Lo escuché en La Habana hace 45 años, creo que en una canción muy popular. Es lo que rara vez hacemos en la ciudad que nos sirve de residencia, hasta que llega el forastero y nos arrastra por museos, auditorios e incluso teatros y paisaje urbano. Imagino que a todo el mundo le ocurre tres cuartos de lo mismo. Después de un intento frustrado, hace cinco o seis años, hube de acompañar a unos visitantes, que se empeñaron en hacer el recorrido turístico en uno de los autobuses de dos pisos que vemos pasar con tanta indiferencia. Fue un domingo de finales de febrero, cuando algo había remitido la inclemente ola de frío. Tras breve espera, subimos al vehículo, acogidos por una amable empleada que nos facilitó unos folletos indicando que seguramente encontraríamos los micrófonos junto a nuestro asiento. Faltaba uno, inmediatamente suministrado.

La mayoría de los que viajaban eran extranjeros, ningún niño -en ese específico trayecto- y algún compatriota con miembros de su familia. Ya no hay cicerones repitiendo la descripción de lo que se ve, saliendo del paso como podían ante preguntas pertinentes o no. Dos por cada unidad, abajo y en el piso superior, que se llama la imperial. Les sustituye una grabación bien manejada por la azafata, para adaptar las ilustraciones verbales a las incidencias callejeras. A veces, un ligero desfase, pero el servicio es casi correcto. Los datos se escuchan en cuatro o cinco idiomas, incluyendo el español, opción que, por supuesto, escogí. Fue un acierto ya que mejoró mis conocimientos urbanísticos y, sobre todo, porque los auriculares me calentaban las orejas.

Se ha adoptado, no sé desde cuándo, el sistema londinense y posiblemente de otros lugares, que permite abandonar la ruta en cualquier momento, elegir otra que coincida con el itinerario, sin condicionantes a lo largo de la jornada, en los tres recorridos opcionales. Hay que superar el desconcierto que producen los silencios del locutor, hasta que advertimos la acomodación con los semáforos, detenciones y peripecias del tráfico. La transcripción al castellano es aceptable y no se pueden pedir más precisiones en el fugaz tránsito ante monumentos y lugares que se mencionan al pasar.

Los hemos estado viendo, distraídamente, en nuestro vivir cotidiano, siempre con la sensación de que no puede ser buen negocio -al menos en invierno- por los escasos usuarios que se perciben. El domingo de referencia, desafiando los ocho o nueve grados ambientales, poco después del mediodía, la clientela era nutrida en el segundo piso.

Alguna crítica sustanciosa habríamos de hacer, por si puede corregirse lo señalado: el precio, 9,62 euros (1.600 pesetas) los adultos, la mitad los jóvenes, entre 7 y 16 años, y los mayores de 65, con un suplemento dominical y festivo de 100 pesetas. Habida cuenta de que no suele ser una excursión para solitarios, el presupuesto para una hora y pico quizás resulte oneroso. Nunca estamos seguros de que las empresas públicas, como ésta, que pertenece al Ayuntamiento, hagan bien las cuentas a la hora de ponerlas en marcha. Y cuál es el beneficio cultural que de ello se deduce, en caso de déficit crónico Es lo que ocurre con los teatros y cines, sin que se pueda culpar a las compañías o a las películas (cuya amortización, a menudo, se descuenta antes de comercializarlos), por su calidad. Recientes noticias acusan un preocupante descenso de espectadores. Desconozco la cuenta de resultados de esta otra modalidad de servicio público y si merecería la pena su comprobación y control.

Favorece, ciertamente, a los viejos y deja entrever las ventajas de serlo, pero no le veo tirón popular, ni implantación entre quienes nos visitan, sin entrar a discutir los costos, más o menos elevados. Es comprensible -aunque no deseable- que esta oferta para turistear por distintos lugares de Madrid, cueste dinero al municipio, pero difícilmente puede catalogarse entre asuntos de primera ni segunda necesidad. Aspecto éste que puede parecer ridículo en los vertiginosos presupuestos anuales. Mitigar las pérdidas o nivelar los gastos podría encontrarse en un abaratamiento, antes de considerar la empresa como una carga a fondo perdido. Sin ánimo mezquino, la conclusión que puede sacarse es que sabe a poco y produce desconcierto ver circular estos paquidermos motorizados dando vueltas por la ciudad, en ocasiones completamente vacíos, como molinos de viento en el mar.

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