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Columna
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Tótem

Como en los partidos de fútbol demasiado cargados de tensión, Rafael Ferrando, presidente de la patronal valenciana Cierval, metió la pierna y todos se le echaron encima. Lo curioso es que fueron los de su propio equipo, cargos locales y autonómicos del PP, quienes se acaloraron más. Ferrando se retractó de inmediato. ¿Dónde estaba el problema? Al fin y al cabo, sólo repitió algo que expertos y economistas advierten desde hace tiempo, que hay que replantearse el turismo de sol y playa para buscarlo de más calidad ("Aunque vengan menos, que gasten más"). El dirigente empresarial no se dio cuenta (o sí) de que acababa de vulnerar un tabú. El turismo no es sólo una industria o un importante sector productivo para la derecha en el poder sino el tótem de su identidad, el referente que estructura su visión de la política y de la sociedad. Con la constatación de que en 2002, pese al aumento de visitantes, los ingresos por turismo cayeron en España por primera vez desde hacía doce años, los límites productivistas quedan al descubierto. Hay otros síntomas, que nadie quiere ver, como la manifiesta falta de sintonía de esa factoría de turismo masivo que es Benidorm con un parque temático de ocio, modalidad más especializada y exigente, cuyo público sabe comparar. Todo eso causa malestar. La insistencia en la maximización del número de visitantes y en el beneficio a corto plazo no hará más que acentuar los efectos que induce la industria turística de masas en la depredación de otras actividades económicas, en las tensiones territoriales, la urbanización intensiva o la degradación ambiental. La secuencia de peligros de la ruptura del equilibrio precio-calidad, implícita en la huida hacia adelante, es la saturación, el estancamiento y el declive. Parecería razonable, por tanto, un escenario de reconversión que propiciara prudencia en el abuso del paquete estandarizado a bajo coste y abriera los ojos a la diversidad de preferencias, la preocupación por el entorno y la fragmentación de los periodos de vacaciones. Pero ello amenazaría la concordancia mítica de la derecha turística con su tótem, aquél que la aglutina en sus supersticiones y su voracidad.

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