'Amén', un filme políticamente incorrecto
Me ha sorprendido la reacción de algunos propagandistas del catolicismo más reaccionario ante el reciente estreno del último filme de Costa-Gavras, Amén. Encabezados por Josep Miró i Ardèvol, han arremetido contra la película con un estilo propio de los inquisidores medievales, sin aportar argumentos y recurriendo incluso a falacias de una puerilidad evidente. Ocurrió ya cuando Luis Buñuel estrenó su magistral Viridiana. Sucedió también con La última tentación de Cristo, de Martin Scorsese, y con Je vous salue Marie, de Jean-Luc Godard. Siempre aparecen apasionados y fanáticos martillos de herejes cuando desde una perspectiva crítica y racional alguien intenta tratar cualquier hecho que tenga relación con la Iglesia católica.
Con el estreno de Amén ha sucedido algo similar a lo que ya ocurrió en 1963 con el estreno de El vicario, la obra teatral del escritor alemán Rolf Hochhuth en la que se basa la película de Costa-Gavras, que la censura franquista de la época impidió que pudiésemos ver aquí, algo que sin duda debe agradecer Miró i Ardèvol, que incluso ahora sigue felicitándose por la prohibición de la obra de Hochhuth en Israel. El solo hecho de atreverse a poner en cuestión la pasividad del Vaticano, con el papa Pío XII al frente, ante la política de exterminio masivo llevada a cabo por el nazismo no sólo con los judíos, sino con muchas otras minorías, desata las iras de aquellos que sólo aceptan la versión políticamente correcta, acrítica y apologética, de la acción de la jerarquía oficial de la Iglesia católica a lo largo de toda su historia multisecular.
Uno de los méritos indudables del filme de Costa-Gavras es haber sabido reflejar cómo, frente a la silente pasividad y a los sutiles ejercicios diplomáticos del Vaticano ante el genocidio nazi, hubo católicos que se enfrentaron al nazismo, arriesgando incluso sus vidas para facilitar a las autoridades vaticanas información directa y veraz de la política de exterminio que se estaba llevando a cabo en los campos de concentración. No fue sólo el Vaticano el que calló, eso es cierto, pero no es menos cierto que el silencio de la jerarquía católica, con el papa Pío XII al frente, tuvo y sigue teniendo ahora una significación especial, precisamente por la condición que el Vaticano tiene como referente moral.
No se trata ahora de plantearse la ucronía sobre lo que hubiese sucedido si Pío XII, como le requerían algunos de sus informadores y sin duda pudo hacer, se hubiese atrevido a denunciar pública y enérgicamente el genocidio nazi, más allá de la crítica filosófica de la ideología nazi hecha en su encíclica Mitte sorge. No hubiese sido aquélla la primera ocasión en que el Vaticano condenase con energía y publicidad a un régimen político. ¿Por qué no lo hizo con el nazismo cuando, por ejemplo, pocos años antes el Vaticano había aceptado la proclamación como "cruzada" del alzamiento militar fascista que provocó la guerra civil española? ¿Fue quizá porque el exterminio nazi no estuvo fundamentalmente dirigido contra los católicos, aunque católicos como Maximilian Kolbe, Edith Esteing, y con ellos sin duda muchos otros menos conocidos, murieron también en campos de concentración nazis?
Tal vez la política de exterminio nazi hubiese proseguido igual, acaso se hubiese cebado en los sectores católicos críticos con Hitler e incluso hubiese podido tener consecuencias negativas para el propio Vaticano, en una Roma ocupada por las tropas hitlerianas, dedicadas a la persecución y detención de todo tipo de antifascistas, y especialmente de los numerosos judíos de toda Italia. Pero lo cierto es que el Vaticano calló y con su silencio se hizo cómplice del exterminio, con una complicidad que se extendió incluso más allá de la derrota final de Hitler, con la ayuda facilitada por autoridades vaticanas y otras jerarquías católicas a notorios criminales nazis, como bien refleja Amén.
El último filme de Costa-Gavras es políticamente incorrecto. La suya es una visión crítica de los hechos históricos, basada en una documentación rigurosa, a la espera de que el Vaticano acceda a facilitar el acceso a toda su documentación oficial de la época a los historiadores interesados en su estudio. Frente a una película como Amén resultan poco convincentes los discursos inquisitoriales y las soflamas apologéticas, y mucho menos aún el fácil y burdo recurso a la alusión a la militancia de Rolf Hochhuth en las juventudes hitlerianas, sencillamente porque el autor de El vicario nació en Eschwege, Hessen, en 1931, y por tanto tenía sólo 14 años al final del nazismo.
Años después, el 11 de septiembre de 1973 y en plena dictadura franquista, con bastantes más años de edad -para ser exactos, 29-, en la redacción de la catalana revista Oriflama y ante el escándalo y estupor de sus compañeros de redacción, Josep Miró i Ardèvol celebró con alegría el golpe de Estado en Chile, encabezado por el católico general Augusto Pinochet contra el socialista Salvador Allende. Llegará el día en que algún Costa-Gavras, basándose o no en la obra de un Hochhuth, deberá realizar alguna película como Amén, políticamente incorrecta y en la que se explique la actuación del Vaticano antes, durante y después de aquel golpe criminal y la dictadura que le siguió. También entonces -como sucedió en la España franquista, como ha sucedido tantas veces y en tantos países, en Argentina y en Uruguay, en Guatemala y en El Salvador, en Paraguay y en Bolivia ...-, junto a la complicidad de la pasividad silenciosa del Vaticano hubo voces católicas más o menos anónimas que supieron alzarse contra el crimen.
Jordi García-Soler es periodista.
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