Una ciudad dentro de una antigua fábrica
El Ayuntamiento de Barcelona desalojará un asentamiento gitano en el Poblenou
La Barcelona que mira al Fòrum 2004, planea una tercera pista para el aeropuerto y celebra el Año del Diseño esconde todavía rincones que jamás aparecerán en las guías. La antigua fábrica Oliva Artés, en la calle de Pere IV del Poblenou, es uno de ellos. Las cuatro naves del inmenso edificio, de 2.400 metros cuadrados, albergan una microciudad de caravanas en la que desde hace tres años viven unas setenta familias gitanas originarias de Galicia y Portugal. El Ayuntamiento de Barcelona, titular de la fábrica, notificó el jueves a sus ocupantes que deben abandonar el recinto, que formará parte del futuro Parc Central de la Diagonal y se convertirá en equipamiento público.
Las familias saben que deben irse, pero se resisten a hacerlo. La razón: no saben adónde ir. Llevan décadas acampando largas temporadas en solares y edificios vacíos de la ciudad, pero los sucesivos planes de ordenación urbanística les están dejando sin lugares alternativos adonde desplazarse. ¿Vivir en pisos? A primera vista, parece una opción incompatible con su modo de vida.
Las familias saben que deben abandonar el recinto, pero ignoran adónde irán
"Necesitamos espacio para acumular la chatarra que nos da de comer. Si viviéramos en pisos, tendríamos que vender los hierros de dos en dos, y así no se gana nada". Manuel Machado está en el centro del corro que se ha formado a la puerta de la fábrica cuando se han marchado los agentes de la Guardia Urbana que les han notificado que deben abandonar el edificio. A la pregunta de qué piensan hacer cuando llegue la orden de desalojo, Manuel contesta encogiendo los hombros, al igual que el resto.
La gran mayoría de las familias que ocupan la antigua Oliva Artés viven en sus caravanas y camiones, aunque también hay algunos que se han instalado en lo que fueron las dependencias de la industria, en los pisos superiores. Que viven de vender chatarra es algo que salta a la vista porque, junto con los papeles, se acumula por todo el recinto.
La apariencia del lugar es laberíntica y de desorden absoluto, aunque, según explican sus moradores, cada uno tiene su terreno perfectamente acotado. Una caravana, una casa, una familia, un montón. Comparten, eso sí, el fuego que arde dentro de un bidón en una de las naves, permanentemente rodeado de sillas y hombres y mujeres que se acercan al calor que desprende. Comparten también la suciedad que impera en el lugar, algo que, dicen, no les molesta.
La basura se acumula formando inmensos montones en los extremos de las naves. Colchones podridos, muebles, juguetes, restos de comida, charcos de aguas negras... Hay gatos merodeando, "pero no dan abasto con tantas ratas", dice una mujer embarazada que se calienta los pies junto al fuego.
Representantes del Distrito de Sant Martí afirman que en el edificio viven unas setenta personas, 26 de ellas menores, de los que 17 están escolarizados en el barrio. Pero basta con contar las caravanas para comprobar que son muchos más y que no todos los niños van a la escuela. El concejal de Sant Martí, Francesc Narváez, asegura que el desalojo es "inminente". Alternativas, ninguna. "Es un modo de vida incompatible con una ciudad. Barcelona no es un cámping". La posibilidad de ceder terrenos a estas familias, como se ha hecho en otras ciudades europeas, tampoco es viable. "Barcelona carece de terreno porque la ciudad está pegada a las poblaciones colindantes", explica Narváez.
27 años viviendo en una caravana
Felipe siempre ha vivido en una caravana. Tanto en Galicia, donde nació y vivió hasta los seis años, como en Barcelona, ciudad a la que llegó con su padre y donde ha vivido desde entonces. Tiene 27 años, es gitano de origen portugués, está casado y tiene tres hijos: dos niñas de 6 y 8 años y Alejandro, el bebé de 15 días que lleva en brazos envuelto en una manta. Las niñas están en la escuela. "Irán mientras yo mande, porque por lo menos tienen que saber leer y escribir; luego que decidan ellas lo que quieren hacer con su vida", afirma.
La lista de lugares en los que Felipe se ha instalado con su caravana hasta llegar a la fábrica Oliva Artés es tan larga que pierde la cuenta. "Aquí estamos muy bien", asegura tomando café en la cocina de su casa. Es un camión de la marca alemana Man convertido por él mismo en vivienda: baño completo y alicatado, dormitorio de matrimonio, salón cocina, un cuarto con literas, lavadora y aire acondicionado. Todo limpio y perfectamente ordenado. El agua y la luz, pinchadas.
Como sus compañeros de la nave, Felipe vive de vender chatarra y cartones: "Me gano bien la vida, unos meses 100.000 pesetas, otros 200.000". En verano se marcha a Galicia y vende chucherías por las ferias. "Me va bien", dice.
¿Y ahora qué? "No sé. Prefiero vivir en un terreno o en una nave, pero ahora la calle está jodida, antes había muchos sitios donde aparcar", asegura. "Si no hay otro remedio me tendré que conformar con un piso, pero el problema es que no tengo una nómina y esto me impide alquilar", explica con aire triste, y repite por enésima vez: "Yo estoy bien".
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