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Entrevista:Michel Azama | TEATRO

"Hay que desvalijar el escenario"

Javier Vallejo

Michel Azama (1947) nunca está donde se le espera. Desde La esclusa, oratorio para una presidiaria con el que la compañía vasca Legaleón lo dio a conocer en España hace 12 años, cada una de sus obras es diferente a la anterior. Ha cultivado el teatro épico en Cruzadas (que Juan Pastor dirigió en 2002 en Cuarta Pared), la tragedia en Ifigenia, el drama familiar en Ángeles del caos y la fabulación biográfica en Vida y muerte de Pier Paolo Pasolini, obras a punto de estrenarse en el ciclo que le dedican el teatro Pradillo y el festival Escena Contemporánea. "El teatro que me gusta es un eco del mundo interior, un espacio donde se medita sobre la realidad, sin reproducirla", dice. Natural de Villelongue de la Salanque, próximo a Perpiñán, Azama habla catalán y castellano. Entre los autores que han influido en su escritura figuran Cervantes, Calderón, Lope, Shakespeare, Heiner Müller... "Me siento cerca de quienes, como Enzo Cormann, intentan hacer un teatro poético y político, que refleja las preocupaciones de nuestro tiempo". Desde hace dos meses, preside Écrivains Associés du Théâtre, asociación que agrupa a más de 300 autores franceses.

PREGUNTA. ¿Por qué escribió Vida y muertede Pier Paolo Pasolini (1984)?

RESPUESTA. Conozco toda su obra, y me maravilla que fuera novelista, periodista, cineasta, teatrero, poeta... Un intelectual marginado a derecha e izquierda. Alguien inclasificable. Tuvo 33 juicios: me planteé hacerle el último, un juicio de rehabilitación, en el que también se habla de qué es el artista hoy, y a quién sirve.

P. Es una obra de tesis.

R. Con un tema así no puede ser de otra manera. Su vida está llena de paradojas: fue marxista y pornógrafo, y sin embargo recibió dos veces el Premio de la Organización Católica Internacional del Cine. Su obra molesta todavía. Tanto, que el proyecto para estrenar en Roma Vida y muerte... fue paralizado por fuerzas oscuras.

P. Ifigenia (1991) es una versión de Ifigenia en Áulide.

R. Fue un encargo que rehusé, por miedo a las comparaciones con Eurípides y Racine. Luego no pude sacarme la idea de la cabeza. Me pregunté qué podía significar Ifigenia para nosotros, y me di cuenta de que el sacrificio de adolescentes es hoy moneda corriente en África, en Palestina, en Israel...

P. La guerra es un tema recurrente en su teatro.

R. Es también tema de Aztecas y de Cruzadas, traducido a quince lenguas: acabo de verla en Tokio y ahora se ensaya en Montevideo. La mitad de los habitantes de mi pueblo eran refugiados de la Guerra Civil española, mi abuelo participó en la batalla de Verdún, mi padre estuvo cuatro años prisionero en Alemania, a un primo lo mataron en Indochina, y vi a muchos jóvenes de mi pueblo regresar de Argelia en ataúd.

P. Su debut en España fue como actor.

R. En 1982, en el Teatre Regina de Barcelona, con Una gota de massa, espectáculo cómico unipersonal que escribí con recuerdos de mi niñez, de un pueblo dividido en comunistas y en católicos. Interpretaba más de 50 personajes.

P. Leyendo Ángeles del caos (2001) da la impresión de que su escritura es automática, de que la obra crece a fogonazos.

R. Cuando escribo me gusta sorprenderme, no hago ningún plan; estoy, como el espectador, preguntándome: "¿Qué va a ocurrir ahora?". Pero creo que hay una construcción inconsciente. Esta obra habla de la familia como imposibilidad, como algo un poco falso, donde todo está escondido: cuando las cosas salen a la luz, la familia estalla.

P. Antes escribía de un modo más barroco.

R. Quizá, pero sigue sin gustarme el lenguaje cotidiano. En teatro la lengua ha de ser inventada, fuerte y poética. El realismo me aburre. No puedo imaginarme Ángeles del caos sino en un escenario vacío. La casa de los protagonistas ha sido desvalijada. Es una metáfora: hay que desvalijar el teatro, vaciarlo de todas esas cosas de supermercado con que lo han invadido los directores.

P. Sus obras no son fáciles de poner en escena.

R. No. Muchos montajes me decepcionan, pero también veo puestas excepcionales o paradójicas. En Santiago de Chile entendieron Akenatón como una fábula sobre Salvador Allende, es decir, sobre el hombre que llega al poder, quiere cambiarlo todo y muere por eso. Me impactó. También la puesta española del monólogo La esclusa, dirigida por Óscar Gómez Mata, con dos actrices que encarnaban el universo doble de la cárcel, el adentro y el afuera. Me gusta que sean centrales el trabajo del actor y la visión del director, la interpretación del sentido hondo del texto.

P. ¿Qué tal pulso tiene el teatro en Francia?

R. Muy bueno. Las salas están llenas, pero las obras de autores contemporáneos son sólo el 8% de la producción.

VII Ciclo Autor: Michel Azama. Hasta el 13 de febrero, en Madrid. Teatro Pradillo.

El dramaturgo Michel Azama.
El dramaturgo Michel Azama.

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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