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Columna
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Las listas

Vaya susto y disgusto el que le han dado a Joan Ignaci Pla, secretario general del PSPV y candidato a la Generalitat, que ya es tener valor asumir ambos cargos. Desde su propia retaguardia, como es habitual, le han metido un petardo desestabilizador que ni sus enemigos más insidiosos hubiesen imaginado. Nada menos que el secretario federal de Economía del PSOE, el paisano Jordi Sevilla, le ha desmontado el proyecto de listas electorales aleccionándole sobre su legitimidad para elegir a los candidatos idóneos, soslayando la presión de familias, facciones, intereses creados y demás criterios distributivos ajenos a los méritos de los candidatos. O sea, que le ha instado a conculcar los hábitos y rutinas partidarias para elaborar libremente la mejor de las propuestas.

Como era lógico esperar, el requerimiento de Jordi Sevilla ha sido objeto de un juicio de intenciones en el que no abundaremos. Ha dicho lo que ha dicho y a eso nos atenemos. Nos es indiferente que su requisitoria se deba al despecho por no haber incluido en la candidatura a sus propios patrocinados, en el supuesto de tenerlos. La verdad monda y lironda es que los listados en cuestión responden al viejo esquema de contentar todas las sensibilidades o sindicatos de intereses que subsisten en el colectivo socialista. A la postre, la fórmula usual para propiciar consensos y continuidad en el machito. No tiene mucho sentido, sin embargo, que en un trance renovador haya candidatos que cobren cinco quinquenios en el escaño. Una solución decepcionante, pero acaso inevitable.

A partir de esta constatación me parece también justo romper una lanza por el zarandeado dirigente del PSPV, puesto en solfa por su compañero Sevilla. Por lo pronto, Pla es un líder en proceso de maduración y obligado a templar gaitas para que no le crezcan los enanos. Todavía, y lo anotamos en su descargo, ha de lidiar con los viejos elefantes del partido para darle a cada uno su cuota en las disputadas listas. Lermistas, ciscaristas, iberos almogávares y demás obediencias anacrónicas lastran fatalmente un proyecto que se quiso nuevo y proteico. El metabolismo partidario necesita más tiempo para digerir este pasivo amortizado que constituyen los compañeros pegados al cargo representativo y a la teta pública.

Por otra parte, y aún en el supuesto de que Pla hubiera estado libre de trabas para elegir a los candidatos más adecuados e incondicionados, ¿qué cantera se le ofrecía? Me gustaría ser desmentido, pero me temo que la política promueve cada día menos vocaciones cualificadas, sobre todo en los partidos de izquierda, donde las opciones son pocas y lejanas. No se connota -o no percibo- algo similar al aluvión primerizo de los universitarios volcados en la política. No queda apenas ninguno de aquéllos y no se ha visto el relevo por lado alguno. Es el resultado de la laminación del interés por la vida pública que emprendió el PSOE y ha prolongado el PP cancelando el gusto por el debate y la discrepancia en los medios de comunicación del Estado. Día llegará en que los partidos, como los ejércitos, se nutran de las colas el paro.

En fin, que Pla no tiene el carisma que se le exige ni, teniéndolo, hubiera podido hacer las cosas de muy distinta manera. Sevilla, tan lúcido en los suyo, ha pedido peras al olmo, o no sabe el terreno que pisa.

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