La ley de Barrufet
El portero de la selección española de balonmano, abogado y lector empedernido, es el gran baluarte del equipo de Argilés, que hoy se mide a Qatar
Su llegada al balonmano profesional fue de lo más natural. David Barrufet, de 32 años, comenzó a jugar en el colegio Sagrada Familia de Barcelona, con Valero Rivera de entrenador, y casi sin darse cuenta entró en los equipos base del Barça para acabar siendo titular indiscutible en la primera plantilla. Ahora es el primer portero de la selección española en el Mundial de Portugal y, tras haber sido considerado el mejor jugador del mundo en su posición, es el hombre en quien más se confía para que España pueda luchar por las medallas. "Lo tenemos en la mano y debemos hacerlo. Hay que ganar a Islandia mañana", asegura Barrufet. "Pero vamos paso a paso. Siempre hemos llegado muy bien a los cuartos de final y después hemos perdido el partido clave".
La actuación del meta del Barça resultó decisiva en el partido contra Yugoslavia, que permitió a España concluir la primera fase de la competición sin conocer la derrota. Aquel fue un partido tenso, en el que pudo escucharse a Barrufet chillar en varias ocasiones a sus compañeros. "Lo hago pocas veces", afirma. "Creo que España defendió mal en la fase de preparación. Pero ahora que han comenzado los partidos serios, la defensa funciona y va a más". Ver a este rubio de 1,97 metros bajo los postes se ha convertido ya en algo clásico. Lleva 150 internacionalidades y ha participado en la mayoría de las medallas que ha conseguido el equipo español. Menos en dos, la de bronce de los Juegos de Atlanta y la de plata del Europeo de España, ambas en 1996.
"Fue una decisión que nunca entendí y que me hizo daño", recuerda Barrufet, que fue apartado por Juan de Dios Román, entonces seleccionador, tras haber participado en las concentraciones previas. "Lo que más me molestó es que no me dieran ningún tipo de explicación. Creo que por mi trayectoria me la merecía". Sin embargo, Barru, como le llaman los amigos, asegura que se le van borrando los malos recuerdos y sólo retiene lo bueno que le ha dado el balonmano: "Ser más abierto, muchos amigos, conocer mundo, disfrutar con un trabajo que siempre ha sido una diversión para mí".
En lo personal, Barrufet ha llevado una vida muy familiar -casado y con una hija, Noah, de 17 meses- y tranquila. Tuvo que afrontar cierta incomprensión por parte de su madre cuando le comunicó que iba a jugar de portero de balonmano en el colegio. "Me dijo que jugara en cualquier posición menos en la portería, porque allí se recibían muchos balonazos. Pero luego lo entendió". En 1998 afrontó el momento más difícil de su vida, cuando su hermano sufrió un accidente fatal. "Aquello me hizo reflexionar sobre el sentido de la vida. Tomé conciencia de que debes pasar por este mundo intentando no dañar a los demás. No vale la pena pisar a nadie para escalar, porque no sabes que te deparará el futuro".
Con estas coordenadas, Barrufet fue trazándose una vida paralela a su carrera deportiva. Es licenciado en derecho y piensa dedicarse en el futuro al derecho deportivo. Y, además, es un lector empedernido. "Desde que nos concentramos el 3 de enero, ya llevo leídos cuatro libros, tres de ellos sobre el faraón Ramsés, y el otro de José Saramago", explica. Pero ahora su cabeza está metida en el balonmano, en el partido de hoy ante Qatar (21, 30, La 2) y, especialmente, en el del jueves ante Islandia (21,30, La 2).
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