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Entrevista:PASCOAL MOCUMBI | PRIMER MINISTRO DE MOZAMBIQUE | ENTREVISTA

"Los primeros responsables de la crisis en África son sus Gobiernos"

Mientras el mundo centra su atención en la perspectiva de guerra con Irak, las armas de destrucción masiva, las amenazas de represalias terroristas, la mayoría de la gente en el mundo occidental se olvida de que una gran franja de la humanidad sufre no sólo la amenaza, sino el terror real y diario de la destrucción masiva debido a la mala salud. Las cifras de las muertes producidas por el terrorismo, y que es posible que se produzcan en caso de que Estados Unidos emprenda una guerra en Oriente Próximo, son insignificantes en comparación con el precio implacable que se cobra la enfermedad entre los pobres del mundo. En África, especialmente, mueren cada día del año, por enfermedades prevenibles y para las que existen vacunas, tres veces más niños que el número de personas desaparecidas en el World Trade Center de Nueva York el 11 de septiembre de 2001. Si añadimos la malaria, la tuberculosis y el VIH/sida a la mezcla, África sufre cada semana un número de bajas (150.000 muertos) de dimensiones semejantes a las de Hiroshima.

"Es posible transportar refrescos fríos a la última aldea de África, pero no llevar un frigorífico que conserve vacunas. Eso me parece inmoral"
"El derecho a la salud debe considerarse un derecho humano. Es preciso que la ONU establezca el acceso a la asistencia sanitaria para todo el mundo"
"El colonialismo ya no existe, el 'apartheid' ya no existe. Echarles las culpas de nuestros problemas no sirve para nada. Dependemos de nosotros mismos"
"Uno siempre tiene que mantener viva la llama interior que le empujó a unirse al movimiento de liberación y a protestar en las calles"

George W. Bush encabeza la guerra contra el terrorismo, pero el hombre que desearía dirigir la guerra contra la enfermedad, al que le gustaría llevar el mundo hacia la producción de lo que Jeffrey Sachs denomina la producción en serie de "armas de salvación masiva", es Pascoal Mocumbi, primer ministro de Mozambique. Mocumbi, médico de profesión, quiere cambiar su cartera mozambiqueña por el cargo de director general de la Organización Mundial de la Salud. En la actualidad es el candidato favorito, y, si gana, será el primer africano que dirige la organización de la salud de Naciones Unidas. Una decisión que debe de producirse a finales de este mes. EL PAÍS Domingo entrevistó al doctor Mocumbi en el hospital Clínico de Barcelona, que ha tenido una importante colaboración con Mozambique en la guerra contra la malaria.

Pregunta. Oímos con harta frecuencia que para abordar la tragedia cotidiana que padecen los países pobres del mundo se necesitaría una cantidad escandalosamente pequeña de dinero; ¿es así, o es más complicado?

Respuesta. Lo que resulta inmoral es que se podrían salvar vidas con bajo coste si se dispusiera de las infraestructuras. Las vacunas sólo se pueden aplicar con éxito si existe antes la infraestructura. Una campaña breve no siempre es suficiente, hay que sostenerla. Y eso significa un sistema de salud que funcione. Quienes quieren ayudar no siempre lo comprenden. Dicen que podemos hacerlo por nuestra cuenta, pero muchos países, todavía, no tienen la capacidad necesaria para hacerlo. En Europa, las instituciones tardaron siglos en desarrollarse. Nosotros hemos tenido menos de 30 años. En Mozambique intentamos construir una infraestructura, pero la guerra la destruyó. Ahora queremos reconstruirla, y la han destruido los desastres naturales, las terribles inundaciones que hemos sufrido. Por desgracia, eso es entrar en un ciclo que no lleva a ninguna parte.

P. Ha usado usted la palabra inmoral...

R. La inmoralidad es esto. Por ejemplo, pensemos en Coca- Cola. Se puede transportar coca-cola a cualquier lugar. ¿Y los medicamentos? Es posible llevar coca-cola fría a la última aldea de África, pero no llevar un frigorífico que conserve vacunas, sencillas vacunas. Eso es lo que me parece inmoral. En mi opinión, la Organización Mundial de la Salud posee autoridad moral y debe utilizarla para destacar ese hecho. El derecho a la salud debe considerarse un derecho humano esencial. Es preciso redactar una carta de Naciones Unidas que establezca el derecho de todo el mundo al acceso a la asistencia sanitaria. Hay que subrayar este aspecto moral. Es muy importante.

P. Aquí, en el Occidente acomodado, estamos acostumbrados a las imágenes de niños africanos que sufren, pero quizá no sabemos ver las consecuencias económicas generales de la mala salud en África.

R. Voy a contarle mi experiencia de un triángulo africano en el que un lado es Mozambique, otro Suráfrica y otro Suazilandia. Es una zona impoluta, perfecta para iniciativas de ecoturismo, para el turismo de playa. Así que decidimos que era el lugar ideal para una empresa tripartita de promoción del turismo. Llamamos a los inversores y nos preguntaron: "¿Cómo está la malaria por ahí?". Vimos que era un problema y creamos un grupo de trabajo para controlar la enfermedad. Nos dedicamos a esta tarea durante dos años. Hace seis semanas nos reunimos. Habíamos fumigado e impregnado de insecticida las mosquiteras: de esa forma, habíamos reducido la presencia de la malaria en un 90%. Así que pensamos que había que mantener el plan y extenderlo a otras áreas. De esa forma lograremos inversiones y disminuirá la pobreza. Porque, si no tomamos medidas así, esas regiones quedarán olvidadas.

P. Cuéntenos el impacto económico de las enfermedades en una comunidad pequeña.

R. Me basaré en mi experiencia como médico en zonas rurales de Mozambique. La madre suele ser la figura clave en la economía familiar y local. Cuando está enferma y no puede trabajar durante dos o tres días, las consecuencias son desastrosas para sus hijos. Ellos también caen enfermos. Entonces, por ejemplo, cuando un niño enferma, ella vuelve a faltar al trabajo porque pasa el día en el centro de salud, en vez de en las labores del campo. La consecuencia es un ciclo interminable de malnutrición y enfermedad. Si tienen los fármacos, las vacunas y la infraestructura que he mencionado antes, pueden romper el ciclo. La OMS puede ayudar. En vez de hacer recomendaciones generales, las oficinas locales de la OMS en países concretos pueden ayudarles a encontrar sistemas que les resulten eficaces en su situación concreta.

P. Dado lo que usted llama el aspecto inmoral de todo esto, ¿cómo divide las responsabilidades, o la culpa, entre los países ricos y, por ejemplo, los países africanos?

R. En primer lugar, la responsabilidad fundamental es de quien gobierna el país. Porque su propio pueblo, sus electores, han confiado en él para que aborde los problemas de su nación. Así que son los dirigentes de esos países los que tienen que identificar las prioridades y establecer las estrategias apropiadas. A partir de ahí, es la comunidad internacional -Naciones Unidas y la Organización Mundial de la Salud, por ejemplo- la que debe proporcionar el asesoramiento y la ayuda práctica que les permitan cumplir esas responsabilidades. Por citar un ejemplo reciente, en África del Sur hay una hambruna y se recibe una oferta -como así fue- de alimentos genéticamente modificados. Se preguntan si son comestibles. Hace falta que alguien con autoridad sobre el tema les asesore, les diga que pueden comerlos, siempre que hagan esto y lo otro.

P. ¿Le indigna que los países ricos y gordos -obesos, muchas veces- no hagan más?

R. Me indigno cuando se hacen compromisos que luego no se cumplen. Cuando, después de hablar con usted de la situación y de que usted me diga, a la cara, que tengo razón, que necesita ayudarme y lo va a hacer, luego no lo hace. Por ejemplo, si un país se compromete a aumentar el porcentaje del PIB destinado a ayuda al desarrollo extranjero y luego descubrimos que no lo ha hecho, y alega alguna excusa. Ocurre con bastante frecuencia.

P. ¿Le indigna ver que Gobiernos africanos no dan la prioridad necesaria a la salud ni valoran las vidas individuales como se merecen?

R. Sí, me preocupa mucho, sobre todo cuando se trata de un país con un PIB elevado -más de 1.000 o 2.000 dólares per cápita- y veo que no lo utilizan para reducir el lastre de la enfermedad.

P. Sin embargo, es raro que dirigentes africanos expresen su indignación o su frustración, pese a que existen casos escandalosos de países que ignoran el bienestar de su gente, países relativamente ricos como Zimbabue, por ejemplo -cuyo Gobierno ha sido denunciado por la Unión Europea-, donde se muestra solidaridad con la gente que sufre allí, pero no por otros países africanos que permanecen callados.

R. La cuestión es qué ocurre después de hacer la denuncia. Una vez que se ha dado el nombre apropiado a las actitudes de los responsables de esas políticas, ¿qué se puede hacer? ¿Cómo se encuentran soluciones reales? ¿No se corre el riesgo de empeorar el problema?

P. ¿Pero cuál es su diagnóstico del problema que representan algunos de esos desastrosos Gobiernos africanos, como el de Zimbabue, que muchos europeos consideran una confirmación de los peores estereotipos tiránicos?

R. No quiero mencionar países concretos, pero creo que el problema no es nuevo en el mundo. Ocurre cuando hay un líder rodeado de colaboradores que no tienen el valor de decirle claramente las cosas al ver que se desvía de la trayectoria que les hizo seguirle en un principio. Y se comportan así porque quieren conservar sus puestos. Ése es el problema más importante que hay que resolver.

P. ¿Ésa es la gran enfermedad?

R. Sí. La gran enfermedad. La ambición de permanecer en el cargo político porque quizá no tienen otra forma de vida. Aunque, a veces, personas que son competentes y sí están preparadas también quieren conservar su puesto, y entonces tampoco dan a su líder la información que necesita. Siguen mintiéndole, o no diciéndole la verdad, o diciéndole lo que piensan que quiere creer.

P. Para regresar al punto anterior, ¿los dirigentes de otros países africanos más respetables no deberían ayudar a la gente que vive en esas tiranías y decir alguna cosa? Porque si la UE es la única que lo hace, los tiranos pueden decir, como hacen a menudo, que son sólo un hatajo de racistas...

R. Estamos avanzando en esta dirección. En NEPAD hemos creado el concepto del juicio entre iguales, la crítica mutua.

P. Sí, pero casualmente es un concepto que explícitamente excluye el juicio político entre iguales, ¿no es así?

R. Llegará. Tiene que llegar.

P. ¿Por qué no ahora?

R. Por el principio de que la gente no debe interferir en los asuntos internos de otros. Y también por la fragilidad de definición de nuestras fronteras y la posibilidad de que pueda estallar una guerra a causa de un malentendido: "Me criticas porque tienes planeado atacarme, así que te ataco yo primero; estás movilizando a tu gente contra mí".

P. ¿O sea, que es preciso tener más estabilidad antes de poder permitirse ese lujo?

R. Sí. Si hubieran intentado hacerlo en Europa antes de estar estabilizados, tal vez habrían tenido graves problemas. Es un asunto muy delicado. Si no se tiene cuidado, se pueden crear problemas peores que los que se intenta resolver. Hay que escoger la táctica conveniente. Porque, como ya he dicho, se pueden producir unos malentendidos peligrosos. Un líder dice algo que a otro líder no le gusta. El que no le gusta puede llegar a concluir que el que le ofendió es títere de una de las grandes potencias. Por ejemplo, un caso relacionado con mi presidente. Una vez que transmitió una cierta información a uno de sus homólogos, éste le preguntó: "¿Quién le ha enviado esta información?".

P. ¿Pero no es una forma retorcida de pensar? ¿Como si el dirigente africano que hace esa acusación estuviera diciendo que otro africano no puede ser tan listo como para haber conseguido esa información por su cuenta?

R. Por desgracia, eso es lo que ocurre cuando hay complejos por medio. Los seres humanos tienen complejos. Cuando uno tiene complejos, tiene debilidades. Y cada uno tiene su complejo particular. Por ejemplo, ahora estoy haciendo esta campaña para que me nombren director general de la OMS. Y sé que, para conseguirlo, debo convencer a los europeos de que soy un africano distinto.

P. ¿Eso es lo que piensa de verdad?

R. Sí. Eso es lo que pienso. ¿Cómo puedo convencerles? ¿Cómo puedo hacer que me conozcan tal como soy? Porque, en el sistema de información que poseen, no me incluyen. Tienen un estereotipo. Los africanos se comportan de tal manera. Es una generalización. Y lo que hay que hacer es estudiar caso por caso. Pero es así.

P. A este estereotipo se puede responder de dos maneras: indignándose o abordándolo como una desgraciada realidad de la que hay que ocuparse fríamente.

R. Yo sigo el segundo camino. Me digo: mira, Pascoal, no tienes ningún interés personal en esto. No es un cargo nacional al que te presentas. Es algo que has hecho tú, con la idea de que podrías hacer una contribución. De forma que ver la realidad, aceptarla y encontrar los aspectos más positivos es la forma más rápida de hacer públicas tus opiniones y alcanzar tus objetivos.

P. ¿Cree que el pasado colonial sigue ocupando las mentes africanas, hasta tal punto que, a veces, arrastra al continente hacia atrás...?

R. Sí, pero creo que en África meridional estamos mucho más adelantados. Preferimos recurrir a nosotros mismos para resolver nuestros problemas, culparnos a nosotros mismos. Y eso está bien, porque si uno no puede identificar las causas en sí mismo, no podrá encontrar el medio ni la fuerza para superar los obstáculos y alcanzar los objetivos. Ahora, el colonialismo ya no existe, el apartheid ya no existe, así que echar la culpa al colonialismo y al apartheid no sirve de nada. Dependemos de nosotros mismos. Somos nosotros quienes debemos responder ante nuestro pueblo. Y lo estamos haciendo. Por supuesto, hace falta que pasen varias generaciones. Yo me incorporé al movimiento de liberación cuando tenía 19 años, y formo parte de una generación que seguía a sus dirigentes, no los criticaba. Después aprendí a criticarles, en el movimiento del 68, cuando estudiaba Medicina en Suiza. Participé en asambleas y manifestaciones en Francia. Luego regresé a mis estudios. Pero uno siempre tiene que mantener viva la llama interior que le empujó a unirse al movimiento de liberación y a protestar en las calles. Tiene que conservar esa pureza y esa integridad original a medida que envejece y ocupa un puesto dirigente. No debe perderlas nunca.

El primer ministro de Mozambique, Pascoal Mocumbi.
El primer ministro de Mozambique, Pascoal Mocumbi.MIQUEL NOGUER

Muertes por enfermedades predecibles

TRES MILLONES DE NIÑOS mueren al año, 8.000 al día (el triple de las personas muertas en Nueva York el 11 de septiembre de 2001), de enfermedades para las que existen vacunas preventivas.

Costaría 300 euros salvar cada una de esas vidas, 900 millones de euros en total: menos del 1% del coste previsto de la posible guerra de Estados Unidos contra Irak. Casi todos esos niños proceden de una quinta parte de la población mundial, 1.200 millones de personas que subsisten con menos de un euro al día.

Estas tres enfermedades costaron 5,7 millones de vidas en 2001. Menos del 1% de los 70.000 millones de dólares que se dedicaron en 1998 a investigación y desarrollo de nuevos medicamentos y vacunas en todo el mundo se destinó a dichas enfermedades.

Tuberculosis. Una enfermedad que casi ha desaparecido en los países desarrollados, pero en el resto del mundo hay 2.000 millones de personas portadoras del bacilo de la TB; cada año, 8,8 millones la desarrollan y 1,7 millones mueren; el 99% de los enfermos viven en países en vías de desarrollo; se prevé que entre los años 2000 y 2020 morirán 35 millones; el coste para los países en vías de desarrollo se calcula en 12.000 millones de dólares anuales.

Malaria. Cada 40 segundos muere una persona de malaria; cada año se notifican de 300 a 500 millones de casos; es endémica en más de 10 países; en África retrasa el crecimiento económico en un 1,3% anual; debido a los efectos combinados de la malaria, se calcula que el producto interior bruto de África en su conjunto es un 32% inferior al que sería sin dicha enfermedad, el equivalente a 100.000 millones de dólares anuales.

VIH/sida. El 95% de los casos se producen en países en vías de desarrollo; a comienzos de 2001 había más de 36 millones de personas infectadas; han muerto 21 millones, incluidos 4,3 millones de niños, y la enfermedad ha provocado más de 13 millones de huérfanos.

¿Qué se puede o se debe hacer? De aquí a 2015 podrían llegar a salvarse ocho millones de vidas anuales en los países pobres mediante un incremento masivo en las llamadas "intervenciones básicas", las que son rutinarias en los países ricos, contra las enfermedades infecciosas. El impacto económico sería espectacular: si se lograse el objetivo, durante los cinco años siguientes, entre 2015 y 2020, los países beneficiados alcanzarían un crecimiento total valorado en más de 360.000 millones de euros anuales. Los fondos mínimos necesarios para alcanzar la meta de salvar ocho millones de vida al año son entre 30 y 40 dólares por persona. En la actualidad, el gasto es de 13 dólares por persona.Fuente: O.M.S.

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