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Crónica:NUESTRA ÉPOCA
Crónica
Texto informativo con interpretación

El eterno triángulo

Timothy Garton Ash

Francia y Alemania celebraron el pasado miércoles su aniversario de boda. Pero lo cierto es que hay tres en este matrimonio, lo cual, como observó en cierta ocasión la princesa Diana, hace que esté un tanto abarrotado. El Reino Unido ha sido siempre el tercero en el eterno triángulo de Europa.

Como Julia Roberts en la película La boda de mi mejor amiga, el Reino Unido pronuncia empalagosos discursos de enhorabuena ante la feliz pareja, aunque hasta ayer mismo estaba intentando robar el novio. Salvo por el hecho de que esto no es la boda, sino el cuadragésimo aniversario. En cualquier momento dado de la historia de Europa desde la Segunda Guerra Mundial, sólo se puede comprender qué hace cada una de las parejas posibles entre Francia, Alemania y el Reino Unido si se sabe qué ha estado tramando el tercero, y cómo se enfrentan todos a EE UU, ese inquietante cachas representado por Ben Affleck, en segundo plano.

Cuanto más grande y complicada se vuelve la UE, mayor es la necesidad de alianzas intraeuropeas más grandes para hacer que las cosas sucedan
La propuesta más evidente es que Francia, Alemania y el Reino Unido deberían trabajar juntos para dar un rumbo estratégico a una UE más grande
Gran Bretaña pronuncia empalagosos discursos de enhorabuena ante la feliz pareja, aunque hasta ayer mismo estaba intentando robar el novio

Esto era cierto a principios de la década de 1950, cuando el canciller alemán Konrad Adenauer pidió primero a Winston Churchill que asumiera el liderazgo de Europa antes de volverse hacia Francia. Era cierto en 1963, cuando el Tratado del Elíseo entre Adenauer y Charles de Gaulle coincidió, en absoluto de forma accidental, con el no de De Gaulle a la primera solicitud de ingreso del Reino Unido en la Comunidad Europea. Es cierto hoy, cuando la reafirmación del liderazgo francoalemán en la UE está estrechamente relacionada con la popularidad de las posturas de Blair en otras partes de Europa y la relación especial renovada del Reino Unido con Estados Unidos.

Se puede, con toda sinceridad, levantar una copa por lo que la pareja francoalemana ha hecho por Europa durante el último medio siglo y desearle muchos más años de felicidad. Se puede, con igual sinceridad, decir que ya no basta con esto. Cuando Francia y Alemania se unieron por primera vez, eran los dos mayores países dentro de una Comunidad Europea de seis Estados. Se cerró un trato entre los intereses de la industria alemana y la agricultura francesa. Y Alemania -un país dividido y ocupado, donde la vergüenza del nazismo aún seguía fresca en las mentes de todo el mundo- estaba dispuesta a subordinar su superior fuerza económica al liderazgo político francés en Europa. "Uno debería inclinarse siempre dos veces delante de la tricolor", solía decir Helmut Kohl. Hasta el final de la guerra fría y la unificación alemana, el matrimonio funcionó en estos términos, y, en conjunto, fue bueno para Europa. Las iniciativas francoalemanas impulsaron repetidamente la integración europea.

¿Pueden hacerlo de nuevo? Aunque Francia y Alemania, después de renovar sus votos en Versalles, trabajaran en la armonía más exquisita, parece poco probable. Pronto sólo serán dos entre 25 Estados miembros. Quizá siguen siendo los dos más importantes, pero su poder relativo para establecer el orden del día se ha reducido en gran medida. El Reino Unido, gobernado por Blair, es un actor europeo muy activo. Italia, España y Polonia son todas fuertes potencias de peso medio que cada vez más desean dar su propia opinión. Los países más pequeños, una clara mayoría de Estados miembros de la UE, cada vez están más molestos porque los grandes les digan lo que tienen que hacer.

En cualquier caso, Francia y Alemania no trabajan en armonía exquisita. Los términos del matrimonio fueron revisados con ocasión de la unificación alemana, y, como a menudo ocurre cuando uno de los socios de una relación consigue de repente un trabajo más importante o se hace mucho más rico que el otro, las cosas no han ido tan bien desde entonces. Alemania ha dejado de conceder a Francia la prerrogativa del liderazgo político. Así, por ejemplo, Alemania quiere un presidente de la Comisión Europea más fuerte y Francia un presidente del intergubernamental Consejo Europeo más fuerte. Por tanto, ¿qué proponen ahora conjuntamente? Tener ambos.

Entrar en el baile

Sorbiendo su champaña en un húmedo rincón del entoldado, su vieja amiga Gran Bretaña cavila sobre el estado del matrimonio, y cómo puede hacer su entrada en el baile. La propuesta más evidente es que Francia, Alemania y Gran Bretaña deberían trabajar juntas para dar un rumbo estratégico a una Unión Europea más grande. Esta idea ha estado rondando siempre. De Gaulle registra en sus memorias cómo el entonces primer ministro británico Harold Macmillan le dijo: "¡Unamos a Europa, mi querido amigo! Hay tres hombres que pueden hacerlo: usted, Adenauer y yo". Más recientemente, el siempre ingenioso lord Weidenfeld constituyó un Club de los Tres para discutir de qué manera podrían los tres grandes de Europa cooperar mejor. En su primera legislatura, Tony Blair siguió exactamente ese programa, entrando en el baile francoalemán con cierto éxito: la iniciativa de defensa europea con Jacques, la Tercera Vía con Gerd. Pero ahora parece como si hubiéramos vuelto a la forma de siempre: Francia y Alemania valseando en la pista de baile, mientras el Reino Unido busca consuelo en los musculosos brazos de EE UU. (La atribución de sexos a veces es confusa, pero Francia y Gran Bretaña generalmente parecen ser las mujeres y Alemania y EE UU los hombres).

Llega un punto en algunos artículos en que se empieza a sentir que "esta metáfora nos ha acompañado demasiado tiempo; está tan agotada que murió de hecho hace dos párrafos". Puede que sientan eso mismo acerca de esta metáfora del matrimonio, especialmente porque se usó en cien discursos ayer. Pero el hecho de que persista de forma tan obstinada también nos dice algo. Por supuesto, las relaciones entre los Estados no son iguales que las relaciones entre las personas. Palmerston subrayó la diferencia cuando dijo que Inglaterra no tenía aliados eternos, sólo intereses eternos. Schröder y Chirac, según nos cuentan, personalmente se llevan mejor con Blair que entre sí. Sin embargo, las relaciones entre estas tres viejas potencias europeas sin duda tienen muchas de las cualidades de un ménage à trois que viene de largo. Los celos, el quedar por encima de los demás, la mezcla de competencia y compañerismo, los chistes compartidos que se van transformando en pullas veladas, y esos largos recuerdos de antiguos desaires y favores.

En la diplomacia, como en la vida, las alianzas tripartitas son más difíciles de mantener que las bilaterales, a menos que se tenga un enemigo claro y común, como Francia lo era para la Alianza de los Tres Emperadores de Bismarck, o la Alemania nazi para la Grand Alliance en tiempo de guerra entre el Reino Unido, Estados Unidos y la Unión Soviética. Y ni siquiera esas alianzas duraron mucho.

El problema que tiene la diplomacia interna de la Unión Europea es éste. Cualquier profesional les dirá que sólo se progresa en las principales cuestiones cuando un número de Estados miembros clave empujan juntos en la misma dirección. Si eso no ocurre, todo el trabajo de la Comisión y del Parlamento generalmente es en vano. Esto es probable que suceda más a menudo si hay alianzas más duraderas entre Estados con ese fin, y es precisamente el argumento para el matrimonio francoalemán. Pero, a lo largo de la historia europea, las alianzas, si han durado, han tendido a producir contraalianzas. Cuanto más grande y complicada se vuelve la UE, mayor es la necesidad de alianzas intraeuropeas más grandes para hacer que las cosas sucedan. Sin embargo, las alianzas más grandes no sólo son más difíciles de mantener; también tienen más probabilidad de provocar contraalianzas. Una Europa de alianzas siempre cambiantes, de cuestión en cuestión, se expone a carecer de rumbo estratégico. Una Europa de alianzas permanentes estará dividida contra sí misma.

La solución de la OTAN polígama al estilo mormón, con un marido estadounidense y 18 esposas europeas, no es válida para Europa, y ya no funciona demasiado bien tampoco para la Alianza Atlántica. El liderazgo de un matrimonio francoalemán ya no basta. Un ménage à trois con el Reino Unido no ha funcionado bien en el pasado; los triángulos eternos raramente lo hacen. Pero el amor libre tampoco es la solución. ¿Alguien tiene respuestas?

El presidente francés, Jacques Chirac (izquierda), y el canciller alemán, Gerhard Schröder, el pasado jueves en Berlín.
El presidente francés, Jacques Chirac (izquierda), y el canciller alemán, Gerhard Schröder, el pasado jueves en Berlín.AP

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