Pamplona rememora la ácida provocación estética de los trabajos de George Grosz
La exposición reúne 200 piezas de obra gráfica realizada en el Berlín de entreguerras
En el verano de 1920, Berlín albergó una exposición de jóvenes creadores dadaístas. La crítica no la acogió demasiado bien, pero entre los autores, hubo uno que llamó la atención, un muchacho "lleno de infinita acidez". Era George Grosz (1893-1959). Los críticos llegaron a decir: "Si sus dibujos fueran capaces de matar, los militares prusianos ya estarían enterrados". El Museo de Navarra acoge ahora una selección de su obra gráfica, realizada en Berlín entre los años 1916 y 1932, que incluye dibujos, litografías, acuarelas, fotomontajes y publicaciones.
Los fondos de la exposición, más de 200 piezas, pertenecen al Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM), que las obtuvo la pasada década de manos de herederos directos del artista, y reflejan a la perfección la mirada corrosiva de Grosz sobre la Alemania de entreguerras, dominada por el caos y la atomización social.
Las obras expuestas en el Museo de Navarra (Cuesta de Santo Domingo s/n) hasta el mes de marzo incluyen siete carpetas completas de dibujos realizados entre 1917 y 1928. Todo el material fue publicado en su día por la editorial Malik, el centro de publicaciones más importante de la izquierda progresista durante la República de Weimar, y suponen un magnífico exponente del estilo duro y provocador utilizado por Grosz para reflejar la vida berlinesa, unos trabajos que se convierten en una crónica descarnada de la injusticia social y la denuncia política.
Arte y compromiso van de la mano en el trabajo gráfico de Grosz. El joven militante comunista creó una generación de rostros endurecidos, mentones prominentes, labios apretados y mandíbulas brutales. Las papadas y cuellos duros de los capitalistas ricos y los cascos militares se enfrentan en sus apuntes del natural a la desnudez y humildad de las clases trabajadoras conducidas a la miseria económica y moral. Tampoco el clero se libra de la sátira feroz.
Nihilismo
Josep Salvador, conservador del IVAM y comisario de la muestra, recuerda que el éxito de la burla esperpéntica de Grosz fue enorme y que su compromiso social no impedía la admiración que la sociedad norteamericana causaba en él, como alternativa de bienestar al mundo militarizado en el que vivía. No obstante, el arte de Grosz tras su exilio estadounidense, iniciado en 1933, no tuvo la importancia de sus trabajos anteriores.
La exposición es un muestrario de los horrores del incipiente nazismo. Militantes de izquierda torturados, obreros encarcelados, prostitutas al servicio de las clases pudientes, niños enfermos, transeúntes moribundos entre los que caminan las enjoyadas damas de la alta sociedad. Con rostros de explotadores propios de razas caninas, el joven Grosz realizó carteles instando al voto comunista, a la denuncia de un clero complaciente con el poder económico, y contribuyó a forjar el cauce del dadaísmo como conciencia popular.
Grosz compartió e intensificó el gesto anárquico y subversivo, iconoclasta y agresivamente transgresor, pero alejado de una innovación revolucionaria. "Revolución no era la palabra", señala Eduardo Subirats en el catálogo. "Ni estética, ni tampoco política. Nihilismo es más bien el concepto adecuado". Entusiasta combatiente voluntario en la I Guerra Mundial, el deleite estético de Grosz es, tras la derrota, el relato de la humillación y el dolor humanos. Una desesperación que no hizo sino aumentar en los años de la crisis social, las luchas revolucionarias, la represión y el hambre. Y, al final, el escepticismo de un hombre que se nacionalizó estadounidense y ya sólo regresó a Alemania a morir.
El propio Grosz rechazó en su exilio el término revolucionario. Se definió como egoísta, individualista o escéptico burgués, con una posición de retórico antimoralista que llegó a ensalzar provocativamente la belleza de la muerte, la miseria y el poder. Hay cólera en sus dibujos, collages, carteles, portadas de revistas e ilustraciones. Cólera y el universo moral de una sociedad derrotada elevado al rango de escenario artístico de un pesimismo absoluto.
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