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Columna
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La mejor del mundo

Llegó Ana Botella, hace más de una semana, y dijo: "Me comprometo a hacer de Madrid la mejor ciudad del mundo". Si lo hubiera dicho ayer mismo por la tarde, se le podía haber tomado el compromiso por un alarde de forofa que sólo trata de conseguir la candidatura de Madrid a los Juegos Olímpicos. Aunque, dada su solvencia, su respaldo, el linaje de su palabra, como diría Suárez el joven, y el tiempo que falta de aquí a 2012 (no tanto, pero quizá suficiente como para hacer de cualquier ciudad la mejor del mundo), es posible que convenciera al Comité Olímpico Español de que para esas fechas los Juegos podrían celebrarse en el mismísimo paraíso terrenal, ya que a un espacio tan rotundamente mejorado no se le supone una carencia. Hasta Samaranch, con quien tanto debe entenderse la concejal del futuro, cambiaría de opinión sobre las pocas posibilidades que España tiene de contar con unas Olimpiadas en la fecha que se quiere. Bien es verdad que, de haber dicho ayer lo que dijo hace varios días, tendría que haber contado con un elemento nuevo: no hacerle la pascua a su esposo. Si Aznar llega a ser concejal de Bilbao, y no por su modesta posición de último de la fila sería descartable, tratándose de quien alguna vez se ha autoproclamado "hombre de los milagros", es de suponer que no lo haría con un objetivo más modesto que el de su señora ni quedaría por menos en campaña. Y es ahí donde yo encuentro la verdadera dificultad para que la concejal pueda cumplir su ambicioso reto. Porque es seguro que, de verse obligada a repartirse entre Madrid y Bilbao, con su marido retirado en la tierra de su progenitor, que a punto estuvo el suegro de Botella de llamarse Imanol por los fervores del abuelo de Aznar por Sabino Arana, y dado que a un matrimonio de tal ejemplaridad no se lo imagina uno separado ni por exigencias del servicio, la ardua labor de convertir a Madrid en la mejor ciudad del mundo resultaría en exceso dificultosa.

Podrá argumentárseme que es posible que el marido siguiera residiendo en Madrid, pero nadie lo imagina llegando tarde a una votación, como Mayor Oreja, ni que renunciara de ese modo a hacer de Bilbao la mejor ciudad del mundo. Así que es admirable que la ambición de doña Ana y su cónyuge vaya tan por delante de la de los ciudadanos. Porque les había preguntado yo en la radio a los oyentes del programa que dirijo qué propuestas les gustaría oír a los candidatos y ninguno me respondió que el compromiso de hacer de su ciudad la mejor del mundo. Más conformistas que los Aznar, les basta con poco: con que les arreglen los problemas del tráfico o un banco de su plaza, con que les hagan una guardería y no les abran la calle un día sí y otro también; e incluso, como alguno dijo, que no prometan lo que no van a hacer. Ya me había encontrado yo con Ruiz-Gallardón y lo único que le pedí es que, si llega a alcalde, ponga unos árboles en la calle en que vivo y retire chirimbolos y obstáculos diversos de esta ciudad ocupada por trastos. No respondió ni sí ni no, y mira que es fácil; puso cara de pensárselo. Pero quizá no pidamos tanto por timoratos, por sentido de las limitaciones y por consideración con los servidores públicos. Eso no significa, sin embargo, que no agradezcamos el compromiso rotundo de Botella. No sé con qué plan ni con qué presupuestos, pero tampoco es hora de ponerse a exigir detalles, y menos aún si queremos ganar hoy la candidatura a los Juegos. Ella ha oído decir que esta ciudad está falta de ilusión y, si es de eso de lo que carece, se habrá dicho que por ella no quede. No porque Zaplana la haya convencido de que vender humo a nada compromete, que también, ni porque se apoye en su propia experiencia, de acuerdo con la cual podría haber optado a una concejalía de Protocolo y Fiestas, dada su capacidad para la organización de solemnes bodas, sino por la simple convicción de que logrará hacer de Madrid la mejor ciudad del mundo desde una Concejalía de Asuntos Sociales. Sólo corremos un riesgo de que no pueda cumplir con su palabra, y éste consiste en la posibilidad de que decida cambiar su sacrificada apuesta por Madrid por otra más heroica: presentarse como número dos de la lista de Bilbao y desde una posición tan aguerrida prometer a los bilbaínos que va a hacer de aquella ciudad la mejor del mundo. Más fácil lo tendría: el PNV, formación a la que no es ajeno Aznar en sus orígenes familiares, ya le ha hecho una buena parte del cambio.

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