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Columna
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Animales

Manuel Vicent

Una noche de verano, siendo muy niño, ardieron varias montañas del Desierto de las Palmas. Bajo el resplandor de aquel gran incendio, cuyas pavesas el viento negro traía hasta la terraza de casa, rescaté del palomar a Mambrú, el palomo al que yo más quería porque era un campeón, y mientras lo protegía contra el pecho sentí que toda la oscuridad del universo iluminada por el fuego latía en mis manos a través del pequeño corazón de un animal lleno de pánico. Fue mi primera pulsión panteísta. Después otros animales domésticos me adentraron en el misterio de la naturaleza, viéndolos nacer, aparearse y morir, cada uno según su carácter. Conservo todavía en la memoria el olor profundo de nidos, parideras y establos con toda la viscosa pureza de los nacimientos. Bajo el sol de mediodía los perros en plena calle me revelaron el nudo del sexo. En el momento de amarse algunos animales eran tiernos, corteses y los machos sacaban a bailar a las hembras antes de cubrirlas, pero también los había que saciaban su instinto con una violencia inmediata. La dignidad con que murió una yegua mirándome de reojo llorando es aún el espejo de perfección en el que trato de reflejarme. De niño conocía cada uno de los rastros y excrementos de estas criaturas, sabía interpretar la impaciencia en el relincho de los caballos, la vanidad del cacareo después de la violación ejercida en su corral por el gallo, el flujo lascivo que dejaba atrás la fecundidad de los conejos, el fervor erótico del ruiseñor en las noches de primavera. La misma ternura, crueldad, miedo, sumisión e independencia que descubrí en distintos animales domésticos comencé luego a verlas en las personas a medida en que fui creciendo. Luego leí que daban consejos en las fábulas de Esopo. Mi primera caída se produjo al comprobar que las palomas, símbolos de la paz, eran absolutamente sanguinarias; la segunda, en la excitación que en el alma producía el hedor cabrío del ganado cuando se unía al perfume del azahar. Ahora los animales domésticos han entrado en el código penal. Su maltrato va a ser castigado. Se empieza de niño dando una patada a un gato y se acaba apaleando a un mendigo como a un perro. La ley no dice nada de nuestra conducta con las fieras. Las serpientes hablaban en el paraíso y muchas alimañas, desde los escarabajos a los chacales, en un momento de la evolución del espíritu humano fueron tomadas por dioses. Pero eso era cultura. Las personas sólo somos animales domésticos y eso es aún naturaleza.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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