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EL ENREDO
Columna
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Siete días

Cuando José María Aznar dijo que no le gustaban los planes de belleza en siete días le interpretamos mal. Se ve que siete días le parecen mucho tiempo. Eso de los siete días es para gente de poco carácter, como Ponds o Dios. Él resuelve lo de la inmigración y la delincuencia en veinte minutos, con las reglas del fútbol: cuatro faltas, tarjeta roja y expulsión.

Es tan sencillo el problema que no necesita comentarlo con nadie. Pujol lleva años pidiendo hablar sobre inmigración, y qué decir de Zapatero y sus pactos de Estado. Ya le vale, como diría Camacho. Seguro que, al nacer, Zapatero se encaró con la comadrona y le dijo: "no me pegue, mujer, pactemos". Habrá comadronas que se impresionen, pero Aznar es de las que se enrabietan y atizan otra vez al bebé, por repipi. Ahora arrea con el Código Penal. Escuchando a Aznar no se sabe si la reforma es contra la delincuencia o contra los socialistas ("¿acaso hay diferencia?", preguntaría Álvarez-Cascos). Son mil reformas, a cuál más dura, y eso que todo iba bien, la inseguridad era un invento, en España se robaba lo normal tirando a poco, Roldán y dos negritos, y va Aznar y presenta la madre de todas las reformas, una de esas reformas para quedarse satisfecho, como cuando por una mala digestión de algo, por haberse comido un petrolero o algo así, se acumulan muchos gases en la tripa, y necesita uno desahogarse.

Seguro que, al nacer, Rodríguez Zapatero se encaró con la comadrona y le dijo: "No me pegue, mujer, pactemos"

La reforma abarca todo: inmigración, prostitución, robos, terrorismo, ablación del clítoris, maltrato de animales, pornografía infantil, piercing... Sobre todo violencia y sexo. El Gobierno necesita subir audiencia. En serio: aquí queremos a los inmigrantes que vengan a trabajar, no a los que vienen a delinquir. Lo ha explicado Ángel Acebes, con su gracejo sin par. "Al que venga a trabajad, sí lo quedemos, ¡pero al que venga a delinquid, no!". Aznar remachó con ese tono reflexivo tan suyo, sosegado, el tono de quien madura un pensamiento (o dos) durante días: "No son pocos los que vienen a delinquir, no son pocos". Pues que pregunten en la frontera, como en La vida de Brian: "¿Trabajad o delinquid?"

Antes de entrar en EE UU también hay que responder a preguntas tipo: "¿Es usted terrorista?" "¿Le gusta poner bombas?" Si lo hacen en EE UU no puede ser malo, no sé cómo Aznar no ha caído, a lo mejor no tiene la cabeza tan en EE UU como creen Zapatero y Llamazares, que día sí día también le exigen que vaya al Parlamento a explicar qué piensa de la guerra con Irak.

Menudo capricho: basta con oír a George Bush para saber lo que piensa Aznar. Entre Bush y Aznar hay tanta confianza, tanta, que Bush ni le consulta. El único peligro de nuestro apoyo a la guerra es que se nos vaya la mano y matemos demasiao, como diría Gila, que nos pase otra vez lo del barco norcoreano, ese que capturamos por la mañana de parte de EE UU y devolvimos por la tarde de parte de EE UU. Un barco lo devuelves, pero a ver cómo resucitas al enemigo. Ahora Francia, Alemania, Zapatero y el Papa ponen pegas a la guerra. "Chiquilladas", dice Aznar. Un día de estos presentará una reforma del Código Mundial que acaba con el terrorismo y la delincuencia universal en veinte minutos? (Bueno, a lo mejor le costaba siete días, a lo mejor esto sí).

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