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Tribuna:REDEFINIR CATALUÑA
Tribuna
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En nombre de Dios

Me ha rondado la tentación. No me refiero a la fantástica tentación del pecado carnal, que espero que atormente a mis atormentadas carnes todo lo que pueda y más. Ni a otros pecadillos de menor intensidad pasional pero de igual fatídica consecuencia para conseguir la vida eterna. De hecho, más bien estoy puesta a trabajarme el infierno con dedicación, sobradamente probada la superpoblación de chicas del Opus, beatos moralistas y otras perlas del cielo eterno. "El infierno son los otros", escribió en su Huis clos el genial nihilista francés, pero no precisó su situación geográfica. Si son los otros y todos los Escrivá de Balaguer del mundo están en el cielo, una ya ha encontrado el mapa de situación. Las chicas malas, las buenas chicas malas, vamos todas al infierno. Es decir, hemos decidido explotar el presente como única fe verdadera y arrancarle todo el placer posible a este ahora estafado en los catecismos de la infancia. ¡Viva el pecado! Es decir, ¡viva la vida!

Pero la tentación que me rondaba era más prosaica y mucho más castigadora para la libido que los placeres terrenales a los que me someto con encantado vicio. Me tentaba abrir polémica con el líder absoluto del integrismo católico catalán, nuestro querido Miró i Ardèvol, ahora que ha empezado su particular cruzada contra Costa-Gavras y su película Amén. Los ecos cercanos del simposio católico celebrado en Barcelona, donde se exigió una Constitución europea católica y donde Jordi Pujol sacó el mejor Cataluña Cristiana que hay en él, para bendecir la cosa como Dios manda, alimentaban el reto. Pero ayer Joan B. Culla publicó un magnífico artículo sobre la película y dejó tan en evidencia al integrismo católico que cualquier otra palabra sería un exceso. Amén, pues.

Y sin embargo... y sin embargo hay un rebrote tan intenso de discurso integrista que aún no ha acabado una polémica cuando ya empieza otra con igual virulencia. Mientras demonizan al mítico cineasta de Z los nuevos censores de la censura de siempre, reaparece el Papa micrófono en mano y, haciendo abuso del teléfono rojo que lo conecta directamente con el Altísimo, lanza su temible proclama: los políticos del mundo, del mundo libre se entiende -porque en las teocracias ya mandan directamente-, están obligados a votar y legislar contra todo lo malo que contamina el mundo. ¿Se refiere el Santo Padre a la explotación laboral? ¿A la explotación sexual? ¿Al maltrato contra las mujeres? ¿Se refiere quizá a la discriminación legal que padecen los homosexuales o a la extirpación del clítoris en nombre de los dioses? ¿O a la cultura del dominio? ¡Ca! Por supuesto, se refiere al aborto, al libre matrimonio entre parejas de igual sexo, a la anticoncepción, al divorcio y a la experimentación con embriones. Es decir, la maldad habita en el alma roja de la izquierda, paladín de todos los avances progresistas de la historia. Y como buen líder terrenal, escudado en el escudo cinco estrellas de la divinidad, actúa, presiona y arremete.

Ya sé que los líderes religiosos tienen que ser justamente eso, paradigmas de la ética más contrarreformista, contrarreforma ellos mismos de todas las reformas que intentan avanzar, y sé también que la Iglesia nunca ha liderado ningún progreso para la humanidad más allá de intentar mantenerla en la superstición y la ignorancia. "Ni la risa es buena", que diría Umberto Eco, para los mentores del miedo. Por eso, como tantos, sin haber sido nunca marxista, me creo lo del opio y el pueblo. Pero, a pesar de no esperar nada de esas cúpulas de poder religioso, apoltronadas en el dogma y la fe, celadoras de una historia sobrecargada de tiranía, no puedo entender cómo se resisten a dejar de ser ellas mismas. Realmente, ¿es tan difícil que la Iglesia católica se reinvente a sí misma? ¿Es tan difícil imaginar un clero desprovisto del machismo impenitente que lo define, liberado de la homofobia que practica -a pesar de sus muchas prácticas-, comprometido con el mundo real que sufre, grita y hasta cree en ellos?

Me dirán que sólo incumbe a los católicos. Pero como una fue bautizada y ya nunca más te borran de la lista, me otorgo el derecho a la palabra. Y desde la palabra conquistada, digo que lo dicho por el Papa es palabra reaccionaria, pensada para atar corto el galope de la vida, fundamentada en principios tan injustos que da miedo que sean dichos en nombre de Dios. En nombre de Dios se desprecia el reto más grave de la humanidad, la superpoblación, y con ello se potencia el hambre. En nombre de Dios se niega la posibilidad de amar en libertad y ejercer los derechos que el amor se ha ganado por derecho propio. En nombre de Dios se intenta torpedear, como siempre ha sido, el avance implacable de la ciencia.

¡Qué Dios más temible ese Dios que da patente de representatividad a según qué terrenales! ¿Tendrá algo que ver con la grandeza de la trascendencia espiritual íntima? Sólo tiene que ver con el poder, aunque el disfraz de la fe sea tan holgado.

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En fin. La película de Costa-Gavras tendrá éxito, la Constitución europea será laica o no será y la gente homosexual continuará amándose libremente a pesar del Papa. Pero no es inteligente ningunear a los líderes del integrismo. Sus caminos y sus influencias, como los de Dios, son inescrutables.

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