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Columna
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Guerra fría

En el bar de la esquina, mi bar de la esquina, reina la democracia a la hora de seleccionar la programación del televisor. No hace falta celebrar consultas entre la parroquia porque el consenso se ha ido estableciendo por la fuerza mansa de la costumbre. Por ejemplo, si hay fútbol, hay fútbol y al que no le guste el noble y bruto deporte, ya sabe lo que tiene que hacer, colocarse al final de la barra o sentarse en las mesas del fondo más alejadas de la algarabía y despotricar sobre los gustos ajenos. Eso, o la puerta.

Entre las convenciones más arraigadas del establecimiento figura la puntual conexión de las tres de la tarde con el telediario de la primera cadena. A las tres de la tarde la clientela del bar la forman los que comen tarde y prolongan las rondas junto al mostrador y los que han comido pronto y hacen la sobremesa con el café, la copa y el farias, o la faria que en este asunto sigue habiendo polémica.

El seguimiento del telediario no es precisamente pasivo, los clientes suelen comentar en voz alta las incidencias del día y hablan de sus protagonistas habituales con tono confianzudo, como si les conocieran de toda la vida: Josemari, el Mariano, el Sadam, el Bush, el Zapa, o Ronaldo. Por supuesto, el tema del día, de las últimas jornadas, en la espontánea tertulia, ha sido el del chapapote, en el que ha reinado, casi desde el primer momento, la unanimidad, algo verdaderamente raro en una asamblea habitualmente enfrentada y dividida en bandos irreconciliables, atléticos y madridistas, que solo coinciden a la hora de meterse con el Barça, monárquicos y republicanos, izquierdistas y centristas, con sólo un irreductible individuo que se proclama de derechas y que suele alinearse con la izquierda para denostar a los tránsfugas y oportunistas.

De forma unánime, esta vez y sin que sirva de precedente, los parroquianos se sentían estafados, engañados y manipulados por el Telediario, víctimas de una campaña insidiosa que trataba de minimizar la magnitud de la catástrofe y de excusar lo inexcusable. Rompiendo la costumbre establecida, alguien sugirió cambiar a las noticias de Antena 3, pero, tras un par de conexiones frustrantes y de algunos zapeos, todos se pusieron de acuerdo en que daba lo mismo, los mismos perros y los mismos collares, dijo uno.

El chapapote impregnaba las cabeceras de los noticiarios, mal que les pesara y aunque lo negaran, voceros, portavoces y cantamañanas diversos. Y así era hasta que en un golpe de audacia las pantallas pasaron del negro al blanco, un temporal providencial, una ola de frío siberiano que barrería bajo la alfombra la suciedad de las playas y dejaría tan pringosa y engorrosa materia informativa en un segundo plano.

Una gran nevada se cernía apocalíptica sobre Madrid y el Ayuntamiento de la capital difundía que esta vez les iba a pillar prevenidos, montañas de sal, brigadas de máquinas, millares de palas.

En la pequeña pantalla brillaban señales de advertencia que decían: "Atención, las autoridades meteorológicas advierten de que va a hacer frío, muchísimo frío, y va a caer nieve, muchísima nieve, así que no viajen por carretera, no transiten por la ciudad, no salgan de casa y si lo hacen vayan bien abrigados". Casi daba gusto ver cómo se preocupaban las autoridades por nosotros, y los fabricantes de abrigos y bufandas y los vendedores de calefactores y radiadores formaban coros de alabanza.

Los presentadores de los telediarios descubrían la nieve como quien descubría la pólvora. En un reportaje de última hora, en el arranque de un noticiario, una reportera informaba aterida desde el lugar de los hechos que Teruel había amanecido esa mañana a 6 grados bajo cero.

Minutos después una voz solemne recitaba la lista de puertos de montaña cerrados en la red secundaria y un especialista mostraba cómo se colocaban las cadenas en un vehículo. En la información local, otro aguerrido reportero al borde de la congelación certificaba que en Navacerrada estaba nevando en esos momentos.

Los responsables de los telediarios habían mostrado su profesionalidad como manipuladores de ida y vuelta, minimizando y maximizando según las necesidades del guión, lo negro no estaba tan negro como lo veíamos y el blanco era mucho más blanco de lo que creíamos ver.

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