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Columna
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Marcando el paso

Jueces y cronometradores, a sus puestos, oíamos por la megafonía de los campos de deportes de la Complutense cuando iban a iniciarse las competiciones de los Juegos Escolares Nacionales. Luego venía el pistoletazo que daba la salida a los corredores. Así están ocupando sus respectivas calles los participantes en la carrera por el relevo de Aznar, prisionero de la fecha de caducidad que puso a su continuidad como candidato a la Presidencia del Gobierno y del Partido Popular. Este fin de semana, la Convención Nacional del Partido Popular permitirá un primer vistazo al delfinario. Jaime Mayor Oreja presentará el programa marco para las elecciones autonómicas y municipales; Mariano Rajoy comparecerá impregnado del olor del chapapote; Rodrigo Rato hará un mutis muy esperado, y los últimos incorporados, incluidos Alberto Ruiz-Gallardón, Eduardo Zaplana, Ángel Acebes, también se dejarán ver dentro de la ambigüedad calculada que propugna el inquilino de Moncloa.

El caso del Prestige ha sido revelador de lo que queda del Gobierno cuando vienen mal dadas y crece la sensación de que en el PP cunde la sensación de que alguien ha dado el grito de ¡rompan filas! Empieza a ser patética la figura del ministro secretario general del partido, Javier Arenas, asegurando desde Sevilla que el díscolo Rato, castigado cara a la pared, comparte la administración de los tiempos, afirmando que en este momento nadie está dedicado a pensar o a decidir quién es el sucesor, negando la evidencia del desgaste, descartando que haya empezado o vaya a empezar la cuesta abajo y ofreciendo como gran propuesta la apertura por las tardes a partir de marzo de las delegaciones del Gobierno, asunto que, como es sabido, concentra las máximas expectativas del electorado.

Al calor de la ansiedad surgen distintas escuelas de pensamiento. Por una parte, los antiguos de la transición, forjados en las dificultades y enamorados del consenso que nos llevó a la tierra prometida de la Constitución de 1978, proclaman los valores del centro y repiten incansables que en nuestro país fuera del centrismo es imposible la victoria electoral. Por otra, reaparecen los propagandistas de la derecha de siempre, los ilusos de aquella mayoría natural, en expresión acuñada por el fraguismo, que apenas encubría los perfiles de la derecha de los privilegios y que en sucesivas elecciones quedó contabilizada como minoría irremediable. A toro pasado sacan pecho de lata y recuperan toda clase de descalificaciones hacia la izquierda democrática, sin cuya leal colaboración hubiera sido imposible el camino de la concordia que venturosamente llevamos andado.

Estos segundos, encumbrados por Anson, quieren empujar hacia la sinrazón, que se acaben los complejos y que la derecha diga abiertamente su nombre. Emplean toda la megafonía disponible para proclamar la culpabilidad permanente de la izquierda desde los Trastámara en adelante. Nos han puesto a dieta informativa con un menú a base de cumplimiento íntegro de las penas para los terroristas, alargamiento de la cadena perpetua de 30 a 40 años, reforma de la Ley de Enjuciamiento Criminal y tolerancia cero con la inseguridad ciudadana, cuyo incremento denunciado por los socialistas en el Congreso negaba el Gobierno con obcecación como si los del PSOE fueran aquellos triunfalistas de la catástrofe vituperados por el Fraga de los estados de excepción.

Y en esta polvareda perdemos las referencias. Por ejemplo, la de los asuntos internacionales, como el conflicto con Irak. Es imposible escuchar del Gobierno alguna toma de posición más allá de que está con Washington y con Naciones Unidas. Veremos si esa duplicidad puede seguir manteniéndose. Porque España acaba de incorporarse por elección al Consejo de Seguridad y allí debe contribuir a formar la opinión de Naciones Unidas en torno a Sadam Husein o al Sáhara Occidental. Oportuno, Javier Solana, Alto Representante para la Política Exterior de la UE, nos advierte en la Harvard Internacional Review del deterioro en las relaciones transatlánticas y señala que la moral clarirty, el arrebato religioso, en el que se ha embarcado el equipo de Bush, es la semilla de una ruptura con una Europa secularizada. Volviendo a los tres tenores, Rato ya se ha subido al carro de Bush para marcar el paso, pero sería interesante que se clarearan Mayor y Rajoy. La solución, el sábado.

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