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Tribuna:COYUNTURA NACIONAL
Tribuna
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Cómo amortiguar la inestabilidad

Juan Ignacio Crespo

Los más de dos años y medio transcurridos desde que se iniciara la crisis bursátil han convencido a muchos inversores neófitos de la importancia de materializar su inversión en fondos que se adapten al nivel de riesgo que están dispuestos a soportar.

La renta variable es, como todo el mundo sabe, una inversión arriesgada. De ahí, por tanto, que la selección de en qué fondo invertir sea una decisión trascendental, habida cuenta de los periodos excepcionalmente largos que puede tardar en recuperar niveles previos: 9, 17 e, incluso, 25 años en ejemplos que se pueden extraer de la observación de los índices de Bolsa durante el siglo XX.Los inversores conservadores (inversores con aversión al riesgo) suelen dar más importancia a no tener pérdidas en el capital inicial invertido que a la expectativa de obtener una gran revalorización. De ahí que, si disponen de la información adecuada, tiendan a orientar su inversión hacia fondos que han mostrado una superior capacidad de conservar el capital en el largo plazo: una información deficiente es lo que provocó que durante los años del boom bursátil, inversores conservadores invirtieran en fondos tecnológicos o de telecomunicaciones, viéndose sometidos posteriormente a un estrés para el que no estaban en absoluto preparados.

De ahí que, al decidir en qué fondo se invierte, no basta con mirar las rentabilidades que ha obtenido en el pasado. Ni tampoco, si el fondo se ha comportado bien en comparación con un determinado índice. Ambas informaciones deben complementarse con otra más: cómo de estable ha sido el fondo en los últimos años. O, lo que es lo mismo, qué nivel de riesgo ha asumido el fondo en el pasado.

En términos financieros, el nivel de riesgo (o volatilidad) se identifica con lo mucho o poco que varía el precio de un activo, sea éste una acción, un bono o el valor liquidativo de un fondo. De ahí que los fondos con menor riesgo, sean aquellos en los que la rentabilidad tenga una menor variación. Y, de hecho, para medir el riesgo de un fondo, se calcula lo dispersas que están sus rentabilidades (diaria, semanal o mensual) respecto de la rentabilidad promedio. Y la medida de dispersión más usada es la desviación típica.

Con el nuevo tratamiento fiscal que los fondos de inversión tienen desde el 1 de enero pasado (que permite aplazar el pago del impuesto sobre las plusvalías, aunque se produzca un cambio de fondo) los partícipes no deberían tomar ninguna decisión de movilizar su dinero de un fondo a otro sin antes informarse sobre la capacidad de preservar el capital que ha tenido este último en el pasado.

Juan Ignacio Crespo es director de Análisis de Lipper.

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