Para Trinidad Jiménez
Cuando usted promete eliminar la circulación por la Casa de Campo, piense que se trata de un espacio al que nuestro actual cantaor de villancicos, tan mofletudo como melifluo él, lo tiene catalogado como ecosistema exótico en el contexto de la gran urbe. Con este encomiable fin las carreteras que circundan la Casa de Campo están perfectamente desmochadas y plagadas de baches, amén de tener los bordes mordidos e invadidos por tierra y/o barro. A este singular paisaje tercermundista se le ha puesto la guinda de su propia identidad exótica con el último grito variopinto en materia de prostitución de auténtica importación (vamos, como el auténtico tabaco rubio de contrabando). Y como las carreteras carecen de arcenes, resulta que la venta de carne se hace autoexponiéndose en las mismas calzadas (allí donde si se pusiera un vendedor de pipas y chucherías, sería inmediatamente expulsado cuando no detenido) con el consiguiente peligro para automovilistas.
Si usted piensa realmente eliminar la circulación, decisión que sería perfectamente acorde con el paisaje, no olvide a las prostitutas ni a las pistas para ciclistas ni a un gran aparcamiento para que podamos desplazamos hasta la Casa de Campo y el correspondiente sistema de desplazamiento interior, ya sea por pequeños trenes descubiertos, que no contaminan, o por microbuses o ambos a la vez, sin olvidar el alquiler de bicicletas.
Y a los que vivimos al otro lado de la Casa de Campo, es decir, en Pozuelo, y utilizamos a diario una de las tres vías de penetración (carretera de Boadilla, carretera de Castilla y Casa de Campo) que no nos parta un rayo y que piense usted, señora Trinidad Jiménez, en alguna otra alternativa sustitutoria, pues desde el nuevo cuartel general de la OTAN que se construye hasta los miles de nuevas oficinas, pisos, chalés, grandes superficies comerciales y el nuevo edificio del 012, sin olvidar el rumor de un futuro macrohospital, la masa circulatoria se expone a reventar si el tema se aborda con la misma voluntad y altura de miras de vuelo rasante (más bien vuelo subterráneo o tunelero) que ha imperado hasta ahora por obra y desgracia de nuestro ínclito alcalde.
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