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Crítica:TÍO VANIA | TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Los infelices

La felicidad tiene muchas definiciones, y todas inseguras: la infelicidad no tiene más que la de su carácter negativo de falta de felicidad. Chéjov reflejó siempre ese estado que, sin grandes desgracias, sin aventuras terribles ni sucesos luctuosos o decisivos, produce el malestar perpetuo y definitivo de quienes las sufren. Hay en los personajes de esta obra tan característica de él un malestar que generalmente produce languidez, desgana, pereza, pero también estado de nervios, pretensión de algo que se sabe que no se va a lograr, envidias, mal humor. Sólo hay un personaje en esta obra, el profesor, con alguna idea seria sobre sí mismo, y es el contraste. El otro, el doctor, entretiene su manera de estar fuera de juego, de apartarse a un lado de la vida, ocupándose de la deforestación de Rusia, trazando planos del arbolado, cómo era y cómo es, señalando la destrucción del país. Es, por tanto, el portador de una metáfora continua en Chéjov: el bosque despoblado como ejemplo de la caída incesante de Rusia, pero sin dejar de dar la explicación social: la gente que muere de hambre y de frío necesita su madera para sostenerse. En El jardín de los cerezos, los hachazos en los troncos simbolizaban la caída de la burguesía; en ésa, la burguesía está continuamente monologando, y hasta los contactos son monólogos que apenas llegan a las otras personas, aisladas cada una en su soledad y su angustia. Son continuas las frases del vocabulario de la infelicidad con que cada personaje se confiesa. Es curioso el contraste con el lenguaje del teatro español de esa época en el que cada uno acusa o denuncia a los demás, y pocas veces a sí mismo.

Tío Vania

De Antón Chéjov. Intérpretes: Francisco Casares, Nuria Gallardo, Fermí Reixach, Berta Riaza, Mélida Molina, Fidel Almansa, Ana Mª Ventura, Abel Vitton. Escenografía: Andrea D'Odorico. Vestuario y dirección: Miguel Narros. Teatro Albéniz.

La distancia entre unos y otros a que obliga el tamaño de este escenario enorme puede acentuar esa sensación del vacío que hay en estas pequeñas islas humanas. Tiene, en cambio, el inconveniente de que hace forzar la voz a los actores; por eso, y por las condiciones acústicas de la sala. Chéjov es más para un teatro íntimo y pequeño, para una voz media o entonada, con más matices de los que permite la sensación de soledad. No es culpa de los actores ni, desde luego, del director. Narros hace por segunda vez Tío Vania y ha hecho otras obras de Chéjov; lo conoce íntimamente. Su versión, con los decorados de Andrea d'Odorico, es sobre todo elegante, artística. Hay pequeños detalles en la acción que no están en las acotaciones: son su invento, y la forma de realizarlos del reparto. Encuentro que hay dos actrices especialmente adecuadas al carácter de Chéjov: Berta Riaza y Mélida Molina. El papel de Berta es escaso, pero el de Mélida Molina es el centro de la situación: tres hombres en torno a ella, una sensualidad que brota de pronto de su contención y una resignación a un destino que aborrece. Fermí Reixach es el tío Vania, y temo que es el que más tiene que abusar del griterío y de la acción desgarrada.

Es importante la versión castellana de Andrés Trapiello. Un polígrafo que hace unos días ha ganado el Premio Nadal de novela, y que ahora muestra esta capacidad de encontrar las expresiones justas para cada situación. Contribuye a la elegancia de la representación. Creo que la versión impresa de esta versión, en una edición muy cuidada, puede abundar en el conocimiento de la obra, que ha sido afortunadamente cortada en la versión escénica. El tiempo, hoy, no juega a favor del texto y de la representación.

Tuvo muy buen público. Estoy reseñando o informando de la noche del estreno con sus invitados; pero estoy seguro de que el público que llamamos "normal" tendrá la misma respuesta de entusiasmo.

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